Factura rebajada un 25%

BLACOS: En fin, todos habéis visto que mis buenas intenciones...

En fin, todos habéis visto que mis buenas intenciones no sirven para nada y mis buenos propósitos han caído en saco roto y el Baraka no se quiere dar cuenta de que ya nunca más me voy a meter con él porque desde el 1 de enero no hablo mal ni de mis enemigos. Fíjate ni siquiera voy a tener en cuenta tu osadía a la hora de hablar de cosas que ni sabes ni has vivido. El jueves lardero era una de las fiestas grandes del calendario escolar de aquellos años. Empezaba ya el día de la matanza, cuando a la hora de hacer los chorizos se hacía "un rollo", es decir
un chorizo pequeño que estaba destinado a dárselo a la maestra el jueves en el que todos nos íbamos a merendar a la ermita. Ahora puede parecer un viaje corto, pero en aquellos años para nosostros era como un viaje transoceánico. Jugábamos, merendábamos y volvíamos. Nosotros con las manos en los bolsillos y la maestra con el zurrón lleno. Eso si que era generosidad y buenos sentimientos. Le solucionábamos buena parte de sus preocupaciones alimenticias a cambio de casi nada. Y es que la señorita, Beatriz Bohorquez Borobio, era maestra de escuela pero de las de auqella época, de las que se preocupaban del catecismo y de las canciones a la entrada y salida de clase. Lo demás era extraordinario, pero no importaba, nosotros siempre se lo agradecíamos, sobre todo agradecíamos que los lunes por la mañana no parase el autobús porque así teníamos un día más de fiesta. En el fondo nos daba pena porque era un día sin aprender sus magníficas lecciones, pero lo disimulábamos lo mejor que podíamos. Por eso el día de jueves lardero le dábamos las gracias de todo corazón. Era un día de fiesta pero también era un día en el que todos nos reconfortábamos haciendo una buena obra, no digo yo que fuera una obra de caridad, pero está claro que era una obra desinteresada, sin pedir nada a cambio. Ahora se mantiene la fecha pero ya creo que sólo se merienda y no se hacen esos regalos. También es cierto que ahora no hay maestros tan entregados a sus alumnos como entonces. Ya no se canta a la entrada de la escuela, ya no se puede pegar con la regla a los alumnos y ya no se corre ningún riesgo al contestar al maestro. Ahora es alumno cualquiera y encima el que quiere aprende. Que tiempos aquellos, que privilegiados los que los vivimos y que pena me dan esos niños de ciudad, vestidos de domingo, que no sabían lo que era una vuelta de chorizo, ni una maestra de prestigio y sabiduria. Lo que se han perdido todos esos niños criados entre humos y coches, con miedo a pisar la calle, con el enemigo escondido detrás de cada esquina. No me extraña que se les haya agriado el carácter y no sean capaces de respetar ni a la familia. Pero ya saben que cuando tengan que rendir cuentas les temblará la voz e igual entonces se arrepentirán, aunque sea jueves lardero. Ah! y mandar fotos.