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BLACOS: Lo del jueves lardero tiene su grasa porque, como soy...

Lo del jueves lardero tiene su grasa porque, como soy un fanático de los significados, he de decir que lardero viene del latín "larderius", que significa tocino, aunque en otros sitios se le llama el día de la mona y seguro que es por los efectos del alcohol y no por el animalito. Después de leer a Lola mi envidia y mi indignación es mayor porque a mi me desterraron de Blacos cuando era muy pequeño. Y digo me desterraron porque yo no quería venir a Pamplona. De hecho me trajeron un mes despúés que al resto de mi familia y lo hicieron con alevosía y nocturnidad, además de engañado, en el camión de mi tío Cristino que tenían un viaje al Puerto de Pasajes. Así que me perdí esa iniciación con el alcohol y con los traspiés en el camino de vuelta. Lo del tabaco ya lo había experimentado con mi primo Enrique en la piedra del Raso, que todavía sigue siendo un lugar libre de humos a pesar de la última ley. Bueno en realidad había empezado mucho antes, en la cueva de los chicos cuando nos liábamos aquellos puros de espliego envueltos en papel de estraza o de periódico y que echaban el humo en blanco y negro o en color, según la calidad del papel que le poníamos. En aquellos años la cueva de los chicos era la tercera en el camino de la Villa. La primera era la del Raso, ya deshabitada. Después estaba la de las chicas, también conocida como la del Herrero y luego la de los chicos. Era sólo una curva en la pared de piedra pero suficiente. Para los días de invierno Alberto fabricaba una estufa con un bote de tomate de los de cinco kilos. Luego le hacía una abertura abajao para sacar la ceniza y otra en un lateral donde empalmábamos botes más pequeños cosidos con alambre, que hacían de chimenea. Y Alberto que además de hijo se sacristán era hijo de albañil, construía con una habilidad impresionante la pared, a base de piedras y barro. Fue mi primera actividad extra-escolar, a la que luego unimos el robo de patatas en los huertos. Esto no era fácil, exigía una habilidad especial para sacar la patata y dejar la mata como si no hubiera pasado nada. Normalmente nadie se enteraba hasta que no se secaba. También había que elegir bien el huerto, casi siempre el de aquellos a los que menos miedo teníamos. Por ejemplo estaba prohibido hacerlo en los del tío David, más que nada por el peligro que suponía. Este trabajo siempre lo teníamos que hacer los alguaciles, que éramos Emilio y yo. Los jefes, Alberto y Alfonso, nos esperaban en la cueva para asarlas y ellos se comían siempre las más grandes. Era la dictadura de los mayores. Luego por la noche nos dedicábamos a diversiones también un poco arriesgadas. Era habitual llenar de ascuas latas grandes de sardinas, a las que les poníamos una alambre y las lanzábamos al viento como si se tratar de hondas luminosas. A veces arriesgábamos un poco más y si había algún neumtático le prendíamos fuego para lanzarlo por la cuesta del Raso. Auténticos pirómanos, vamos. Mientras las chicas se dedicaban a tirarse desde la piedra del tío Benito a un colchón de ramas de alubias.. Era el puenting de los sesenta, pero sin cuerda de seguridad. Ya un juego más sosegado era correr los terreros, las orillas del río que estaban en pendiente. El único peligro era llegar a casa con la ropa llena de agua y helados de frío. Entonces alguna que otra bofetada nos servía de calefacción, aunque no de escarmiento. Y a veces después de todo esto, teníamos que ir al rosario. Entrábamos a la Iglesia como un elefante en una cacharrería y era difícil librarse de algún castigo. Pero bueno, siempre nos quedaba Jueves Lardero, o cuando íbamos a buscar musgo a la Dehesa para el belén. Eran los días de reconciliación con el estamento docente, es decir con la señorita. Creo que ahora todo esto forma parte de juegos de la Wi o de la play, incluso con gafas de tres dimensiones y posibiliad de acoplarlso al móvil, a la Nintendo, al Ipod o al Ipad. No saben lo que se pierden. Unos terreros bien corridos exigen más habilidad y tienen más emoción que cualquier encierro de San Fermín. Por eso yo me quería quedar en Blacos, pero... aquí estoy en el destierro.