Cada mañana cuando se levantaba se peleaba con la vida, y por la noche antes de irse a la cama se daba cuenta que había vuelto a perder la batalla. Muchos días su mundo se reducía a un cazo hecho en la pernera de su pantalón que poco a poco se llenaba de picadura de tabaco, de cuarterón. Lo miraba como si conociera a cada una de las hierbas y a veces entablaba con ellas un diálogo exasperante, lleno de reproches como si el tabaco siempre estuviera también al otro lado de la línea, en la de sus enemigos. Luego seguía el ritual, sus manos secas y huesudas trasladaban el tabaco de la pernera al papel de librillo y con un gesto tan torpe como mil veces repetido, mal liaba el cigarrillo que se colocaba en los labios cuando sus ojos comenzaben el viaje a la penumbra. La lengua sellaba el papel convertido en un cigarro maltrecho, como su propio dueño. Se lo colocaba en los labios y el chisuqero asomaba por el bolsillo del chaleco camino de la punta del pitillo,. Ya comenzaba a amenazarle el sueño y en cuanto le daba las primeras bocanas al cigarro y lo amenzaba con cortarle elcuello, se rescotaba en el poste de la plaza, en el poyo de su casa o en el olmo del río y se sumía en un plácido sueño. Menos mal que su cigarro lo conocía al dedillo y decidía apagarse en cuanto su dueño empezaba a resoplar. Si no fuera así, lo hubiérmaos conocido como el hombre sin labios. Después, muchos minutos después, entreabría los ojos y volvía a la vida, de mal humor si se despertaba sólo, y montado en cólera si era otro quen interrumpía su sueño. Después de la plegaria de juramentos de rigor, se movía a desgana, sin prisas porque siempre sabía a donde iba y quien le esperaba. El diccionario se fijo en él a la hora de definir a un viejo cascarrabias. Le regaló casi todo su sentido del humor a su hijo y él se quedó con el gesto torcido y el enfado crónico. Pero era un enfado afable que lo adornba de una simpatía huraña que nos gustaba a todos, quizás porque siempre le daban un colorido especial a las historias que nos contaba. Enfundado en su chaueta de pana y subido en sus viejas abarcas, era en aquellos años una de las imagenes del pueblo, nadie como él reflejaba esa España profunda, de botijo y pandereta. Pero nadie como él representaba mejor para mí ese carácter llano, áspero pero sincero, y no exento de cariño y cercanía. Incluso se tornaba ingenio delirante en esas tardes de concejo y romería en la que corría la bota y el porrón y siempre hacía una parada frecuente en su estación. Luego llegaba la noche y se saltaba cualquier protocolo y se sumía en la brusquedad de la convivencia donde recuperaba y aumentaba todo su repetorio, sus malas pulgas como se decía en Blacos. Habrá un montón de generaciones que siempre lo veremos como el quijote escuálido y desgarbado de un pueblo que, como dice, Lola, nunca habla de sus héroes, ni de los que no lo han. Pero algunos, muchos, se merecen al menos una cuantas palabras, al menos para que ganen una batalla alguna vez en su vida