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BLACOS: No quisiera parecer un pesado y en mi descargo debo...

No quisiera parecer un pesado y en mi descargo debo confesar que, para mi, escribir es un vicio y a la vez un relajante después de un día de duro trabajo. Me sirve para limpiar la mente y al mismo tiempo para concetrarme en algo distinto y más agradable que el pobre mundo del que debo dar cuenta toda la semana. Por eso aparezco por aquí tan a menudo. Por eso y porque confieso que me gusta hablar de mi pueblo y de sus gentes. Si leyera esto mi madre diría que soy un "pamplinas", que para los que no lo saben suele definir a una persona que se queja mucho, que es un poco blanda y un pelín exigente. Significa exactamente lo contrario que ser más "burro que un arao" que se aplicaba tanto para los cabezones como para los malos estudiantes. Pues bien yo me convertía en un pamplinas cuando llegaban las vacaciones de Navaidda y tenía que ir al pueblo a hacer la matanza. Mis quejas empezaban cuando, "hacía un frío que pelaba", y tenía que ir al Raso a cortar "hilagas" para quemarle los pelos al "cochino". Con un poco de suerte tenía un "tapabocas" para no helarme los mocos, y si se producía un milagro igual alguien me dejaba un "pasamonatañas", todo un lujo para esas mañanas del invierno castellano. El que siempre llevaba uno, aunque se lo subía y se convertía en gorro, era el Sixto, con el que casi siempre iba a por el cochino. Para que pesara más al cerdo le habían llenado la noche anterior "la gamella" para que estuvieera bien cebado. Había que sacarlo del "corte"· con un "cesto" tapándole la cara, igual también para que no viera su futuro, que era ya "más negro que el betún". Los tumbábamos en el banco donde siempre nos esperaba el Leocadio con el "gancho" y el cuchillo. El Leocadio no usaba tapabocas ni pasamontañas, le bastaba con la gorra, lo que se viene en llamar boina. Entonces le clavaba el gancho y le metía el cuchillo hasta el "garganchón". La sangre salía a borbotones y caía milimétricamente al "barreño", con "sopas de pan". Pero a veces no todo era tan fácil. Recuerdo un año que parecía que el cochino ya estaba "aviao" y cuando nos íbamos a preparar las hilagas, se levantó "tan pito" y se dió una vuelta por la plaza ante el cachondeo de todos los presentes sobre poca puntería del Leocadio, que por cierto era el único que no se reía. Después de "socarrao" y limpiado con agua caliente y con un "tejo" se abría en canal y se despiezaba con habilidad de cirujano. Aquí acababa el trabajo de los hombres. El matarife se llenaba la "palangana" con agua que echaba de una "jofaina", de una "cantarilla" o de un "caldero" y se metía alguna copita que otra entre pecho y espalda que para eso era un día de fiesta. Entonces emepzaba el de las mujeres. Llas sopas se llevaban al hogar y se echaban en una caldera puesta sobre unas "trébedes", encima de la lumbre. Al lado las "tenazas" para colocar bien las ascuas, y la "badila" por si había que retirar algo. Cuando las morcillas y"morcillones" estban listos se dejaban enfríar toda la noche y a la mañana siguiente se colocaban en las varas de la cocina. Se dejaba un hueco al lado para colocar los chorizos y las "güeñas", que se hacían días más tarde. El proceso continuaba metiendo jamones, perniles y lomos en sal y se tapabana en "artesas" y "arcones" para que cogieran sabor. En muchas casas se guardaban en la despensa, al lado de la"fresquera", que era el frigorífico de los 60. El resto de huesos, hígado, bazo, orejas... se colocaba en puntas distribuídas estratégicamente por la cocina y la despensa. Era agotador pero merecía la pena por la recompensa de comer luego productos de primera calidad y que durante muchos tiempos eran el sustento básico de las familas de entonces. Ya sólo había que esparar a que pasara el invierno, a veces calentándose en el "brasero", a veces al sol en la calle Las Petras o a aveces a la sombra de la noche en el Rincón del Tío Melquides o en otros sitios acogedores, sin pamplinas. Los pastores buscaba el abrigo de algún "bardón" siempre con el tapabocas dispuesto y la manta cubriendo la espalda. Eran tiemnpos de espera, de esperar a que la matanza diera sus frutos y poder comer de todo, incluso de un cocido con garbanzos, chorizo, oreja y" bola", vamnos como los que hace la Chus.