Tengo un viejo amigo, fraile capuchino, que me contó una vez que cuando él hizo el Camino de Santiago se quedó fascinado por unas piedras brillantes que había en muchos lugares. Al acercarse comprobó, eso dice él, que eran estrellas flotantes que si las pisabas te impulsaban hacia adelante sin que hicieras el menor esfuerzo, con lo que disminuía el cansancio de las largas caminatas. Para mi que lo que pretendía era despertar mi curiosidad y comprobar si el muro era tan resistente a los dogmas de la fe como quería hacer creer. Estaba seguro que era un disparate de una mente abducida por el olor a incienso, o bien que esa profunda creencia en Dios le llevaba realmente a verlo en todas partes. Hasta tal punto que se convencía de que esas estrellas como trampolines existían de verdad. Yo no me lo creo, pero en estos terrenos celestiales nada es lo que parece ser. Así que por si acaso Chus, echa una miradita de vez en cuando a las piedras del camino. Si las ves y te ciegan con su brillo, súbete a alguna o a todas y a ver si es verdad que llegas antes y más descansada. Y si quieres, luego me lo cuentas.