Desde esta semana ya somos más de 7.000 millones de personas en el mundo. Si embargo mi primo el "barraka" y yo nos sentimos solos, muy solos. Nos vemos así como dos predicadores subidos al púlpito en un desierto. Nuestras palabras no tienen eco, se pierden en el silencio más abrumador que os podeís imaginar. Es la soeldad en estado puro, ni siquiera es unn soledad adobada de desprecio o animadversión. Es una soledad hija de la indiferencia, de la anulación de cualquier palabra o diálogo. Y nos duele hasta lo más profundo de las entrañas y nos hundimos en la melancolía y la nostalgia. Recordamos aquellos buenos tiempos en los que encontrábamos eco en los ariquectos de los sueños, en aquellos gurus que veían en Blacos una especie de El Dorado lleno de oportunidades que sólo había que saber aprovechar. También, porque no, añoramos a aquellos cartógrafos de las aventuras que habían recorrido el mundo por tierra, mar y aire y en cada puerto encontraron algo que contarnos, aunque en ninguno de ellos recuperaran la memoria de su nombre. Tampoco nos olvidamos de ese mundo de sombras en el que se movían algunos de los invitados, meritorios del truco y la falacia, pero al fin y al cabo invitados de honor en esta plaza pública de las vanidades. Por ese corto y largo camino a la vez, han pasado hijos del recuerdo, amantes de las tradiciones y pregoneros de la vida. Todo ello muchas veces seguidos por un ojo de halcón que lo veía y lo leía todo desde la ocuridad que hay al otro lado de la pantalla. Hubo una época en la que este universo tenía cientos de habitantes y ahora va camino de convertirse en un páramo por el que transitamos algunas almas escasas de cariño y llenas de necesidades. No podemos dejarlo así, no se puede estar siempre predicando en el desierto. Necesitamos que vuelvan esas plumas activas, que escriben el trazo de la historia de Blacos, aunque sea con renglones torcidos, o acompañadas de esas voces críticas que se llenan de valor en días señalados para contarle al lucero del alba las verdades de su alama o la sobsesiones de sus sueños. Da igual, todo vale, y todo es necesario, hasta ese medio castellano que nos llena de dudas y de misterios. Todo empuja a subirse de vez en cuando al púlpito, con la esperanza de que debajo haya algo más que el silencio del desierto. Somo más de siete mil millones, pero mi primo y yo nos encontramos solos, muy solos.