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BLACOS: Me gustaría ser yo también uno de los vecinos del rincón...

Me gustaría ser yo también uno de los vecinos del rincón de la nostalgia, de esa casita que se va construyendo en esta página con nuestros recuerdos. Unos recuerdos que casi siempre tienen relación con el calor del verano. Pero a mi también me gustaba el frío del invierno. Hubo una época que mi trabajo y mi soledad me permitían pasar semanas enteras en Blacos. Allí descubrí esas tardes interminables de invierno, dormitando en el sofá al calor de la lumbre y a veces leyendo un libro hasta que llegaba la noche. Las noches de invierno siempre tienen algo mágico en Soria, aunque no sea en el Monte de las Ánimas. A mi me encantaba especialmente ir a cenar a Calatañazor, a casa de mi amigo Ricardo con mi amigo Abel, ese Abel de su época de apogeo. Y las cenas tenían un sabor especial cuando hacía mucho frío y limpiabas el vaho de la ventana y veías los farallones del río nevados. Abel y yo estirábamos la sobremesa con largas conversaciones, con la inspiración de un vaso de vino, una copa de champán o un gin tonic, o porque no, con las tres a la vez. Mientras Ricardo daba cabezazos al lado de la estufa y como si tuviera una alarama, sólo se despertaba cuando había que racargarla de leña. Yo entonces me miraba hacia adentro, lo hago muchas veces, y me sentía en la villa de Almanzor disfrutando de una victoria después de una larga batalla. El escenario novelesco no se rompía hasta que no salíamos por la puerta. Muchas veces el viento del amanecer nos helaba hasta la respiración. Y Ricardo, siempre dispuesto y generoso, aguantaba sin ningún reproche y con esa sonrisa que parecía de nacimiento.
También me gustaba de forma especial otra cena en las noches de invierno. Esta era casi como un ritual y consistía en llegar al bar de la Luisa con un "corrusco" de pan y un trozo de cebolla. Allí comprábamos las sardinas arenques y nos dábamos un pequeño festín, que a veces se nos atragantaba con los chistes de Miguel. A veces era peor que eso, porque hacíamos una competición a ver quien comía más. Siempre había alguien que ganaba, auqnue después durmiera debajo del grifo para saciar la sed, o agotara las pastillas contra el dolor de tripa y el ardor del estómago. Pero esto nunca se decía, simplemente se sabía.