A ver, seguro que no descubro nada nuevo, porque esto se veía venir. Esta mañana en mi vídeoconferencia, de todos los 14 de cada mes, con los chicos de oro, los he notado un poco depres, como mustios, con cierta desazón y algo de aburrimiento. En pocas palabras, que se han venido abajo. La explicación es muy fácil. Durante la primavera, el verano y buena parte de otoño, tienen problemas de agenda para cumplir todos sus compromisos y hacerlo con la entrega que ponen en estos temas. Entre comer en la plaza, cenar en la peña, atender el huerto, almorzar los jueves en Soria, el sábado en el Burgo, el domingo aperitivo en la Torre y volver a comer a Soria para después ir a ver al Numancia, y asi un mes tras otro. Además hay que añadir el calendario de fiestas patronales, concursos de guiñotes, inauguración de casas y garajes, fiestas de jubilados, romerías, procesiones.... Con este programa se acostumbran a una hiperactividad que no les deja tiempo ni para pensar. Pero ¿qué pasa cuándo cambian la hora" Que llega el invierno, desaparece el sol y el buen tiempo, no hay fiestas, el huerto está seco, las inauguraciones se reducen y la peña cierra por descanso. Y se encuentran con muchos huecos en la agenda y es entonces cuando deciden bajar a la sala de los ordenadores. Ello sólo son lectores, pero estan siempre ávidos de cotilleos y enigmas. ¿Y con qué se encuentran? Con que los que escribimos somos los de siempre o menos, salvo alguna sorpresa de Chile, que ponemos nombre y apeliidos, que no hay lugar para el misterio. Y entonces se hunden, porque ellos lo que quieren después de leer es mantener largas conversaciones a lo Serlhok Holmes y el Doctor Watson, para tratar de saber quienes pueden ser esos anónimos y hacer cábalas con los nombres que se les ocurren. Si no hay enigma, lo único largo son las tardes de invierno, llenas de frío y soledad, y escasa de alicientes. Ellos están acostumbrados a la voragine del verano y con esta escasa actividad se vienen abajo, se hunden y piden, me piden, desesperadamente que ruegue desde aquí que vuelvan todos esos anónimos, incluso que aparezcan más, que los necesitan como el comer (y de esto entienden un rato). Si no escriben los misteriosos, uno se limita a hacer solitarios y gritarle juramento tras juramento al ordenador porque no le deja ganar; el otro se pelea con su correo proque le han mandado un adjunto y no sabe abrirlo; y otras, más duchas ya en la informática, terminan antes y les miran con sus ojos de interogación, ¿Qué va a ser de nosotros en estas largas tardes de invierno? Por favor anónimos, un poco de compasión, es como una obra benéfica con los necesitados, hasta puede que desgrave en la declaración final. Hacedlo por ellos.