Hola, ¿Queda alguien por ahi o no? Como diría mi siempre admirado Joaquín Sabina, me niego a permitir que esto se cierre por derribo así que voy a entrar de nuevo al calor de la lumbre y contaros algo. Reconozco que a veces suelo recostar mi cabeza en el hombro de la luna y le hablo de esa amante inoportuna que se llama Soledad, y hay otras que reniego de todo lo que escribo y entonces a veces, sólo a veces, la amistad tiene el sabor del fracaso. Pero hay otras que me cuesta olvidarlo diecinueve días y quinientas noches. Pero también hay otras que llego a Blacos y me acuerdo de cuando vivía en el número siete de la calle Melancolía por la que nunca pasaba el tranvía. Y entonces me pongo a pasear por el bulevard de los sueños rotos y me llena de alegría ver a la dama del gorro rojo, con voz de rayo de luna llena, y a sus devotos bebiendo por las cantinas. Y si no la veo me pongo más triste que un torero al otro lado del telón de acero, y me callo y paso unos días sin decir esta boca es mía y me pongo a pensar en aquel verano que no paró de nevar, en el que el sol se iba a las siete a la cuna y yo intentaba meterle mano a la luna cuando ya no quería ser mi amante inoportuna. Y así juntitos nos dieron las diez y las once y... el sol nos pilló juntos a las dos al amanecer. También llegué a descubrir a Don Juan cuando se convirtió en Juana la Loca y se fue del brazo de Chavela Vargas después de cobnocerla en un baño del cine Carretas. Y llegados a este punto he decidido que ya sólo cumplo años los años bisiestos que acaban en dos, gasto más que gano y vivo con los puesto, menos un botón. En realidad lo único que queria hacer era ruido, mucho ruido y subirme a la platea a tocar con la Orquesta del Titanic. Y ahí me pienso quedar aunque se hunda el barco, eso sí en lugar de tocar seguiré escribiendo, porque siempre habrá algún naúfrago dispuesto a leer lo que esciba. Saludos a todos los pasajeros.