A veces, cuando me pongo a escribir algo me gusta pensar en las sensaciones que experimentan los que lo leen, en que situación lo hacen, con que ánimo se enfrentan a las letras que tienen delante de la pantalla. Incluso me planteo la pregunta sobre los sentimientos albergarán sobre el que escribe. es un ejercicio entretenido y a veces fascinante. Pero es sobre todo un misterio irresoluble, a no ser que fueran los propios lectores los que me acabaran contando esos sentimientos, algo que casi nunca sucede. Pero hay otros estados de ánimo que es más fácil adivinar o al menos imaginarse. Por ejemplo es fácil intuir la distancia emocional de aquellos que se encuentran en el pueblo, que sólo tienen que luchar contra la lluvia de primavera y abrigarse a la calefacción del teleclub. Después de despejar la duda de si entrar en el solitario o en la página del pueblo, cuando se deciden por esta última se descubren un tanto nerviosos y con cierta curiosidad por saber si alguien ha escrito algo nuevo y, si lo ha hecho, acertar enseguida el tema de la conversación. Es posible que algunas veces se sienta decepcionado por lo que lee, pero seguro que hay otras que se descubre interesado en el tema y tranquilo cuando comprueba que no va con él. Pero hoy te puedes equivocar, y puede que si sigues leyendo, acabes convencido de que lo que digo se refiere directamente a ti. No lo dejes aquí, aunque te parezca un rollo, porque si lo haces no te enterarás de que me han dicho que casi siempre entras a la página a hurtadillas y que procuras estar sólo cuando lo haces. Por eso eliges los días vacíos y la penumbra del anochecer intentar mantener guardado tu secreto. Pero no es así, como tampoco son un secreto esos pensamientos que te invaden algunas mañana cuando te despiertas con la boca seca, un leve dolor de cabeza y el juramento de que, de verdad, esta será la última vez que apures la última copa cuando ya te sobraba la anterior. También te dirás que desde mañana adelantarás el reloj para madrugar a escondidas, que te aplicarás en esos ejercicios físicos siempre prohibidos o que no te preocuparás nunca más de saber lo que vas a cenar antes de terminar de comer. No sirve de nada, sabes de sobra que las promesas se convierten en mentiras en cuanto dejas de tener la boca seca y desaparece el dolor de cabeza. Hasta la siguiente, y así toda la vida, conviviendo con una persona al acostarte y con otra distinta al amanecer. Es la vida, eso alguna vez nos ha pasado a todos y a muchos muchas veces. Si ya te has reconocido, que sepas que puedes estar equivocado. No tiene porque referirse a ti. De hecho puedes estar seguro que no se refería a ti, pero igual ha conseguido que leyeras hasta aquí. De eso se trataba. Ya puedes volver al solitario.
Y hablando de solitarios. Hay otros que las necesidades de la vida los ha empujado hasta los confines de la tierra. Ven salir el sol cuando aquí contemplamos la luna. Saben de sobra que los chinos no son todos iguales, aunque se parezcan, y que tampoco son amarillos como los pintan, y que si van con los ojos entrecerrados no es porque necesiten gafas, seguro que muchos sí, sino porque tienen miedo a ver más allá de lo que les preocupa cada día. Y todo esto lo contemplas tú, con los ojos abiertos como platos, desafiante ante cualquier adversidad y con esa sonrisa socarrona de los que tienen mil años vividos aunque en el carnet diga que no has llegado a los cuarenta. Tú te acercas a la página con la melancolía de la distancia y a la vez con la nostalgia de esos buenos ratos que has pasado al abrigo de las calles de Blacos. Pero también con la seguridad de que sólo fueron el principio de los otros mejores ratos que todavía te quedan por pasar. Para ti esta página es como la mascota que te llevas a todas partes. La tienes en un rincón siempre, la acaricias cuando quieres y te llenas de ternura si ella te responde con un nuevo mensaje. Es a la vez el cordón umbilical que te une a tus raíces, la autopista si peaje a tus orígenes familiares y el pasaporte a esos días de verano que nunca tienen noches, o a esas noches siempre llenas de sol. Bueno pues que sepas que a veces es bueno alimentar esa mascota y el mejor alimento, no cabe duda, es el cariño y la amistad. Ah! por cierto ese chinito que te mira ahora y sonríe lo hace no porque sea así, sino porque ha descubierto que tú siempre tienes un refugio al que regresar.
Y hablando de solitarios. Hay otros que las necesidades de la vida los ha empujado hasta los confines de la tierra. Ven salir el sol cuando aquí contemplamos la luna. Saben de sobra que los chinos no son todos iguales, aunque se parezcan, y que tampoco son amarillos como los pintan, y que si van con los ojos entrecerrados no es porque necesiten gafas, seguro que muchos sí, sino porque tienen miedo a ver más allá de lo que les preocupa cada día. Y todo esto lo contemplas tú, con los ojos abiertos como platos, desafiante ante cualquier adversidad y con esa sonrisa socarrona de los que tienen mil años vividos aunque en el carnet diga que no has llegado a los cuarenta. Tú te acercas a la página con la melancolía de la distancia y a la vez con la nostalgia de esos buenos ratos que has pasado al abrigo de las calles de Blacos. Pero también con la seguridad de que sólo fueron el principio de los otros mejores ratos que todavía te quedan por pasar. Para ti esta página es como la mascota que te llevas a todas partes. La tienes en un rincón siempre, la acaricias cuando quieres y te llenas de ternura si ella te responde con un nuevo mensaje. Es a la vez el cordón umbilical que te une a tus raíces, la autopista si peaje a tus orígenes familiares y el pasaporte a esos días de verano que nunca tienen noches, o a esas noches siempre llenas de sol. Bueno pues que sepas que a veces es bueno alimentar esa mascota y el mejor alimento, no cabe duda, es el cariño y la amistad. Ah! por cierto ese chinito que te mira ahora y sonríe lo hace no porque sea así, sino porque ha descubierto que tú siempre tienes un refugio al que regresar.