Uff, estoy agotado, tengo agujetas hasta en el cielo de la boca. Y es que hoy mi entrenador ha decidido por su cuenta aumentarme el ritmo de trabajo, y me ha obligado a subir y bajar tres veces seguidas las escaleras de mi casa. Antes y después me ha tomado el pulso y me ha felicitado porque dice que apenas se me ha alterado, vamos que me ha aumentado dos o tres pulsaciones. Esto os puede parecer bueno, pero para mí es muy malo, porque este tío si se da cuenta de que aguanto bien lo de las escaleras, es capaz de mandarme a correr ya un día de estos. Y ahí queda agosto, como para empezar a hacer tonterías en mayo. Yo no sé si soy capaz de aguantar este ritmo durante todo este tiempo. Porque es que además mi mujer, que es una santa, se ha aliado con mi entrenador, y después de subir la última vez la escalera me he sentado en la mesa con un hambre atroz. Y allí al fondo en un plato había tres o cuatro hojas de lechuga que parecía que acaban de discutir entre ellas porque estaban una en cada punta y más secas que la mojama, sin una gota de ná. Me ha dicho que si quería ganar el cross tenía que empezar ya mismo una dieta macrobiótica. Bueno he puesto todas mis esperanazas en el segundo plato pero cuando lo he visto me he quedado de piedra. En el fondo, allá a lo lejos, se veía un par de manchas blancas que parecían el esqueleto de una sardinas. En realidad eran dos espárragos tibios. He intentado quejarme pero me ha cortado diciendo que el espárrago tiene mucha fibra y que eso es buenísimo para correr con velocidad. (En ese momento yo pensaba que el cross lo ganan siempre keniatas o argelinos que no han visto un espárrago en su vida, pero me he callado con resignación). Luego de postre, ahí sí ha soltado un poco la mano y me ha dejado comerme entero un yogur descremado. Os juro que le he pasado la lengua al terminar porque estaba a punto de desfallecer. Desde la cocina se oían las carcajadas de mi hija, que ya ha empezado a llamarme Gabriselassie, que es el campeón de cross de todos los tiempos. Después me he tumbado en el sofá, pero con el ruido que me hacían las tripas no he podido pegar ojo. Luego, a escondidas, he ido a buscar al frigorífico algo que llevarme a la boca, pero ni por esas. Le ha puesto una alarma y en cuanto abro la puerta suena como la de la tienda de abajo cuando alguien se quiere llevar la ropa sin pagar. Creo que sufro ya además de desnutrición, un síndrome de ansiedad espantoso. Miedo me da enfrentarme esta noche a la cena, puede ser otra decepción. Que ganas tengo de ir al santo, a ver si allí me puedo comer unas chuletas entre los bardones, sin que me vea nadie. Sólo falta que allí también suene la alarma cuando vaya a darle un bocao. No sé si llegó así a la fiesta, pero si lo hago el Baraka va a parecer Obelix cuando se ponga a mi lado en la línea de salida del cross.