Hay veces, a veces muchas veces, que a todos nos da por cavar trincheras para evitar que nos inunde la diferencia; o saltar alambradas para huir de cualquier compromiso. En los dos casos lo hacemos para tratar de huir de un enemigo imaginario que nos dispara sus cañones con balas de resquemor oscuro o de rencor a flor de piel. Nosotros, todos nosotros, queremos estar en la otra orilla, en la que parece que estás a salvo de cualquier temor. Pero de repente descubres que el túnel de la trinchera lo cruza una alfombra roja, tejida a base de sacrificio, esfuerzo e ilusión. Y es entonces cuando reparas en esos tipos normales, que se acercan a ti a cara descubierta y con una sonrisa por bandera. Cualquiera de ellos pasaría desapercibido a tu lado y sólo repararías en ellos si te pidieran la hora o te preguntaran por el nombre de una calle. A primera vista no destacan por nada especial, y de pronto dos de ellos se suben en un escenario y transforman el pensamiento de todo un pueblo. Rompen barreras, deshacen trincheras y convierten las alambradas en panceta de manjar. Enarbolan la bandera blanca entre los dientes y su parche de pirata es un telescopio que enfoca directamente a la estrella del humor, o hacia el planeta de la solidaridad. En dos segundos la indiferencia se casa con la emoción y el rencor se va de copas con la amistad. El ramo de flores se divide en mil pétalos de sonrisas y las armas ya sólo disparan salvas de aplausos de sinceridad. Lo único que se mantiene es la alfombra roja porque es la seda por la que se desplazan los Oscar de Blacos. En lugar de estatuillas de oro son esculturas gigantes de humanidad. Todo esto podía haber sido suficiente, pero hay gente que no se conforma con nada, y de su fina mirada surge también otra habilidad. Mientras unos pregonan, otros laboran en la oscuridad y como unos magos transforman unas traviesas de tren en la puerta de entrada a la fiesta, convierten la sequía en un pozo cristalino, se atreven a mentar la soga en casa del ahorcado y te ofrecen media plaza para que sea tu sala de estar, en la que todos extiendan su imaginación para trasladarse a algo que no es verdad, pero es que en eso consiste la ilusión, en llevarle la contraria a la realidad. Y en un escenario de ensueño no se pueden olvidar esas hadas madrinas, abnegadas, voluntariosas, constantes y entregadas que le roban horas al reloj, noches al sueño y sobresaltos al despertar. La ubicuidad se roza muchas veces en las fiestas de Blacos y son esos detalles los que se tienen que valorar de verdad. En tres días apenas si pisan la alfombra roja, como muchos se acercan a mantenerla limpia y llenarla de aromas cálidos y frescos, que es como huelen las cosas echas desde el cariño y la humildad. Y aunque parece que todo se acaba la alfombra roja siempre esta ahí, no desaparece. Sólo hay que saber verla y para eso hay que tapar las trincheras, cortar las alambradas y descargar los cañones.