Hace casi un mes que tengo una deuda, al menos una deuda conmigo mismo. En todo este tiempo, desde el 19 de agosto, he estado persiguiendo sombras, que es como me siento cuando quiero escribir algo y no encuentro las palabras adecuadas. Y las pocas veces que me ha visitado la inspiración no me ha pillado cerca de un teclado. Pero al final he llegado a la conclusión de que el deficit literario se debe a que quiero esscribir de alguien del que apenas tengo una imagen y algún que otro ritual compartido. La imagen que conservo de Eloy en mi retina es la de un hombre sentado en una silla a la puerta de su casa, con la mirada fija en el borde de la montura de sus gafas y con el aspecto de esas personas que ven pasar la vida a su lado con la coinciencia tranquila de quien está seguro que él no contribuye en absoluto a que esa vida sea más difícil de lo que ya es casi siempre. A mi me daba la sensación, igual me equivoco, de que vivía más para dentro de sí mismo que para fuera de su propio pensamiento. Y creo que también en la vida material sus esfuerzos y sus preocupaciones no salían nunca del umbral de su casa. Por eso yo creo que era un hombre pa dentro, de esos que cultivan su mundo interior y dejan de prestar atención a lo que ocurre fuera. Esto contribuye a ser poco amigo de la algarabia y fiel aliado de la discreción y el silencio. Nunca lo viví, y tampoco oí, que participara en ninguna discusión, que protagonizará cualquier rumor o que se ocupará de nada que no fuera lo suyo. Y en esto, que el mundo está tan escaso, yo me atrevería a decir que fue un profesor aventajado. La discreción es síntoma de madurez y cultura, y a veces pasa desapercibida.
En cuanto al ritual que me recuerda Eloy es este: bajo las escaleras de la plaza, miro a la izquierda y saludo. Un simple hola, un escueto hasta luego, nunca mucho más y he de reconocer que jamás dejó de contestarme, ni siquiera en los últimos días en los que un rictus de dolor se hacía cada vez más ostensible en su cara. Era casi lo único que nos unía y los dos fuimos capaces de conservarlo hasta el final. Su respuesta tampoco era mucho más amplia que mi saludo pero para mi dibujaba el perfil de un hombre educado, probablemente tan tímido como yo, y tan discreto como siempre. Ahora que se sienta en la silla de la eternidad seguirá siendo un hombre pa dentro. Pero el que pase por allí puede estar seguro de que siempre responderá a su saludo.
En cuanto al ritual que me recuerda Eloy es este: bajo las escaleras de la plaza, miro a la izquierda y saludo. Un simple hola, un escueto hasta luego, nunca mucho más y he de reconocer que jamás dejó de contestarme, ni siquiera en los últimos días en los que un rictus de dolor se hacía cada vez más ostensible en su cara. Era casi lo único que nos unía y los dos fuimos capaces de conservarlo hasta el final. Su respuesta tampoco era mucho más amplia que mi saludo pero para mi dibujaba el perfil de un hombre educado, probablemente tan tímido como yo, y tan discreto como siempre. Ahora que se sienta en la silla de la eternidad seguirá siendo un hombre pa dentro. Pero el que pase por allí puede estar seguro de que siempre responderá a su saludo.