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BLACOS: Llevo dos días sin salir de casa, tumbado en el sofá,...

Llevo dos días sin salir de casa, tumbado en el sofá, con una manta hasta la cabeza y con tapones en los oídos para no escuchar como llueve sin parar desde hace más de cuarenta y ocho horas. No me atrevo a asomarme por la ventana porque veo los charcos que tapan las aceras y me entra un sudor frío y empiezo a marearme y me tengo de tumbar de nuevo. Creo que ya he dicho aquí mas de una vez que cuando el agua, aunque sea la de la ducha, me llega a los tobillos se me acelera el corazón, comienzo a temblar y acabo al borde del infarto. Y es que ahora casi todo es a mala leche, hasta el tiempo. Antes llovía, más que ahora, pero llovía con paciencia, despacio, dando tiempo a que los ríos arrastraran el agua sin desbordarse, que los tejados no se agobiaran, que los paraguas no se asustaran y que todos encontráramos un rincón en el que guarecernos. Ahora no, ahora llueve a traición, trata de pillarte en pleno descampado, cae toda de golpe para que los ríos se desborden, para llenar los tejados de goteras y de paso te vuela el paraguas, el pararrayos y cualquier parapeto que encuentre por el camino. Llueve, como la vida, con premeditación y alevosía, con el único interés de llevarse por delante todo lo que pilla. Y casi siempre nos pilla a nosotros, los ingenuos, los que confiamos en la bondad de algo tan natural como el agua, los que no le damos la espalda por pensar que es buena, que la hemos conocido desde pequeña, que la hemos criado, la hemos mantenido y le hemos dado todos los caprichos de una criatura consentida. Y ella nos lo paga así, a traición, con la maldad a flor de piel. Por eso prefiero no verlo y me tapo con la manta…hasta la cabeza aunque la lluvia sea una vieja conocida, como de la familia.