No sé muy bien porqué, pero a mi siempre me recordaba al mito de Sísifo, condenado a subir eternamente una piedra hasta la cima de la colina para una vez llegado allí verla rodar de nuevo hasta abajo y tener que volver a acarrearla hasta arriba. Lo de Paco no era la piedra, eran los tangos, esos tangos que bailaba como nadie. El proceso era el mismo siempre, colocaba la tanguilla, se alejaba la distancia surficiente y lanzaba los dos tangos para derribarla. Así una y otra vez y un día tras otro. Evidentemente no era un castigo divino ni humano. Era simplemente una afición con la que construía uno de esos universosos con los que rodeaba su vida. En mi recuerdo Paco figura como uno de los primeros que sufrió la diáspora de la emigración, pero también lo recuerdo como uno de los primeros que volvió, como si su otro universo, el más grande, no pudiera estar más allá de los límites de su pueblo. Un viaje de regreso que nació después del dolor de aquel viaje de ida, pero que también estuvo rodeado de una difícil travesía en la que tuvo que remar contra la mar enfurecida que a veces antepone la enfermedad a la vida. Luchó a brazo partido y la venció con esa constancia y esa paciencia que siempre se le notaba a flor de piel. Cuando suceden estas cosas, dicen los que las han sufrido, que se aprende a valorar la vida de otra forma. Y Paco debió hacer eso y siguió contruyendo sus pequeños universos particulares. Su tanguilla, su huerta del camino de la Villa, a la que disfrazó de segunda residencia de verano.. Hasta sus pasesos y sus silencios eran esos pequeños mundos que a veces, sólo a veces, yo le oía contar y compartir en las charlas de la sombra del patio en cualquier tarde de verano. Su paseo, mil veces repetido, en busca de los tangos eran algo así como la búsqueda constante de ese eterno endcuentro con la vida. Ahora ya no es hora de encuentros, sino de despedidas, pero estoy seguro que en ese hasta luego volverás a construir un pequeño universo, en el que ni siquiera falten los tangos. Ahora, eso sí, tendrás que buscar a otro que te mire y que lo cuente. Si no lo encuentras vuelve al patio cualquier verano por la tarde. Siempre habrá alguien dispuesto a escucharte.