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BLACOS: Es tiempo de oración. No es tiempo de sidrerías ni...

Es tiempo de oración. No es tiempo de sidrerías ni de ninguna clase de despilfarro. Hace ya unos días que caminamos por la senda de la austeridad, la sencillez y la pobreza. Son, por tanto, momentos de recogimiento y no de expansión. Entiendo que son términos que tienen distinto significado para uno de Cuenca que para uno que haya nacido en Barakaldo. Ahora la grandeza no se expresa, la soberbia no se presume, y la prepotencia se debe ocultar. Son momentos grises, indefinidos. Los negros y los blancos se deben abandonar y el resto de la gama de colores hay que borrarlaos definitivamente de la paleta. Hay que dar ejemplo de sencillez, de almas limpias y bolsillos vacíos. Sólo así estaremos a la altura del momento y entenderemos lo que se espera de nosotros, aunque nos lo digan en italiano con un ligero acento argentino. Es tiempo de Semana Santa, días en los que las campanas dejan de hacer ruido, el alma se llena de dolor por una pérdia irreparable, y el único humo que debemos aspirar es el del incienso o el de las velas, no el del tabaco o el de la gasolina. Eso son estados propios de seres despilfarradores, vanos de espíritu, y ligeros de equipaje terrenal. Os lo digo porque en cuatro días llega la diáspora hacia Blacos y enseguida nos olvidamos de los buenos consejos. Nos arracimamos a la mesa, nos metemos un cocido de no te menees entre pecho y espalda, llenamos el vacío espiritual con esencias impuras como el pacharán, el coñac, la ginebra o cosas peores, y acabamos como las chimeneas de Altos Hornos, atizando a la faria, al purito o al cigarro, que todo nos da igual. Y por si fuera poco nos sumergimos en la inmoralidad de los pasteles y los dulces, en unos tiempos que deben ser sólo amargos. No está bien, debéis recapacitar. No es el momento. Ahora cualquier signo externo de bienestar parece obsceno y provocativo. Está mal hasta ir al pueblo de al lado, beato él donde los haya, a tomarnos un aperitivo. Está mal, muy mal, aunque sólo bebamos porque al del Bar se le han acabado las tapas, como le pasa todos los años. Este año no, este año hay que ir a la puerta de la iglesia y pujar en la subasta de roscos. Ya sé que también es dulce, pero es un dulce bendecido y por tanto limpio de cualquioer impuerza material. Sí, ya sé que el dinero que aflojéis es material y va a parar a la Iglesia, pero sus necesidades están lejos del conocimiento de los humanos. Y tenéis que estar de acuerdo conmigo, no es lo mismo gastarse el dinero en la barra de un tugurio de vicio que hacerlo a la puerta de un templo lleno de santidad y buenas intenciones. Y todo esto sirve también para esas comidas campestres, (los campos no se bendicen hasta el día del Santo), y para esas cenas pantagruélicas en las que comemos lo que no necesitamos y no se lo damos a los que de verdad lo necesitan. Y eso que no os hablo del pecado que cometéis todos por hacer esto en tiempo de Cuaresma, en la que es necesario el ayuno para purificar el cuerpo, y nosotros lo llenamos de carne y otras viandas cubiertas de pecado. No está bien, y este año hay que cambiar, para ajustarse a los nuevos tiempos. Debemos apostar por el ayuno y no la gula, por la meditación y no por el esparcimiento, por la oración y nunca por la blasfemia. Es lo que se espera de nosotros, hay que estar a la altura de las espectativas. Todavía hay tiempo para cambiar el menú y los licores. Mucha verdura y poca carne, mucha agua y poco licor, y sobre todo mucha fuerza de voluntad. Después de todo, lo único que os puede quedar es eso, la voluntad. Es lo que hay que tener en estos tiempos de recogimiento. La Fe ya depende de cada uno, aunque sea de Barakaldo.