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BLACOS: Al final voy a tener que hablar, aunque sea bien, de...

Al final voy a tener que hablar, aunque sea bien, de mi primo. El Baraka, que fue cocinero, antes que fraile e ingeniero antes que ferroviario, se ha convertido en la luz del Palacio del Pardo. Para los jóvenes y los desinteresados, os diré que cuando nos gobernaba un innombrable al que la iglesia lo denominaba la reserva espiritual de occidente, y la familia de su mujer lo conocía despectivamente como franquito, se decía que él nos vigilaba las 24 horas del día y los 365 días del año. Y para demostrarlo en su despacho del Palacio del Pardo siempre había una luz encendida. Se supone que con eso se quería demostrar que estaba siempre allí trabajando. Lo que pasa es que en las pocas veces que se iba de viaje a alguien se le olvidaba apagar la luz y seguía encendida cuando él estaba pescando las truchas que le ponían en el anzuelo o cazando las piezas que le ataban a un palmo de la escopeta. Pues ahora mi primo es como la reserva espiritual de esta página. La luz de su linterna es la única que permanece encendida, pero no hace trampas. Cuando se va de viaje la apaga y la vuelve a encender cuando regresa. Y es que aquí es ya la suya casi la única luz que permanece encendida, en una linterna con la que hace un tiempo se podían hacer juegos florales, y ahora justo da la pila para ver por una rendija las cuatro líneas torcidas que escribe el detective de Barakaldo. Y es que esta Semana Santa nos ha dado otra lección de su sagacidad descubriendo que tenemos un asador en propiedad. A ver si te enteras, después de 25 años hemos pagado ya todas las hipotecas, no tenemos créditos pendientes, ni deudas con nuestros proveedores. Estamos al día y eso nos permite cierta tranquilidad. No sólo tenemos un asador en propiedad, sino que cuando es necesario tiramos de precariedad laboral y lo convertimos en soldador profesional, albañil de mesa camilla y tertuliano de cualquier cadena nocturna. Lo que ya no tengo tan seguro es lo de su habilidad con la caza. Pero no es lo único, porque casi tenemos de todo. No nos falta el cabo furriel que supervisa las compras y provisiones para que todo esté a punto y no padezcamos las carencias de los desorganizados. También contamos con un herrero a tiempo parcial, multiuso en distintas frecuencias y asador ocasional de queimadas, por no hablar de su especial habilidad para transformar espacios inmundos en salones acogedores y de alto standing. A su lado siempre cuenta con un mayordomo, que a su vez hace de amo de llaves y de secretario para emergencias. Es un título mucho más largo que sus ocupaciones habituales, pero se lo merece. La verdad es que viajamos poco y ahora casi siempre lo hacemos en autobús escolar, pero si lo necesitamos podemos echar mano de un GPS último modelo que no sólo te indica el camino más corto, sino que siempre lo tenemos programado para que nos avise de los mejores lugares para almorzar, comprar queso o chorizo y acopiarnos de regalos para la familia. Y todo esto nos lo cuenta cuando le deja el vendedor de hielo en el polo o de mantas en el desierto. Para él un tema nunca se termina, siempre tiene una palabra más, una frase más y lo mejor es que casi siempre esa frase más se traduce en una carcajada colectiva. Es la chispa de la hoguera, el que le da candela a la leña, el mejor aprendiz de Guadiana que he conocido en mi vida. Aparece y desaparece como por arte de magia. Está y no está a la vez, pero tanto en una ocasión como en la otra siempre se le oye, su voz nunca se va con él, casi siempre se queda con nosotros, aunque no queramos oirle. Y a su lado, casi sin que todavía les hayan cortado el cordón umbilical, nos encontramos con el que responde siempre con silencios o con otra pregunta. No es gallego pero podría obtener un doctorado honoris causa en la Universidad de Santiago, porque ejerce como nadie ese difícil don de parecer que dices algo y en realidad no decir nada y esperar a que tu lo digas para luego decir otra cosas. Pero a la vez es el comodín. Tiene la misma facilidad para cocinar que para comer, puede cerrar una partida de guiñote aunque juegue dormido y casi nunca dice que no a nada, aunque sea a sufrir una sesión de transformismo. A su lado el polo opuesto, por eso se atraen. El hiperactivo, el que acaba de llegar y parece que ya tiene que irse. Disfruta del privilegio de vivir con la sensación de que siempre tiene más cosas para hacer que tiempo para llevarlas a cabo. Y eso que trasalada sus prisas a pedal pero nunca llega tarde ni se esconde. Está siempre para lo que haya que estar porque hay pocas cosas que no lo esperen. Y entre que viene y se va te deleita con una conversación que siempre sorprende y con unas inquietudes filosófica y vitales de alto nivel. Nivel es el que pone el torbellino del green, el todoterreno de la tertulia. Está por encima de cualquier sorpresa y puede acabar con un humor sublime. Tiene la ventaja de que sale ya de casa con él a cuestas y si le falta algo lo coge de su árbol genealógico y se lo pone. Es otro que viene y va con prisa pero casi siempre se queda un rato para agradarnos la sobremesa. Y como tiene que haber de todo, siempre está aquel que escucha, vé y calla. Lo de callar no sé si es por sabiduría y porque siempre piensa que el silencio está por encima de sus poibilidades. Nos mira ya desde cierta distancia y su mirada cansada nos dice que hay otros mundos por los que se mueve ya con más tranquilidad. El barullo de la comida y la bebida, lo aturde un poco, pero se resiste a plegar velas y sigue navegando a nuestro lado. Y ahora ha vuelto a subirse al barco, para hacer algunos viajes, ese canoso entrañable y parlanchín. Con una soberbia verbal postiza, propia de sus orígenes, pero con una sinceridad a flor de piel. Vino, se fue, ha vuelto y parece que no ha habido tránsito entre una cosa y otra, Es como si siempre hubiera estado allí. Lo mismo nos pasa con otros, pero estos sabemos que hace tiempo que ya no están por aquí. A veces descubrimos un hueco en la sombra de nuestra memoria y recordamos que hubo un tiempo, ya bastante lejano, que no sufríamos ni siquiera teníamos que pensar en las ausencias. Pero ahora tenemos que vencer a la memoria y darnos cuenta que hay inviernos que no podemos tapar las rendijas por las que se nos cuela un aire congelado. Por muchos parches que ponemos no conseguimos nuca cerrarlas y por más fuerza que le damos a la estufa no conseguimos diluir ese frío. Hasta que nos damos cuenta que es el frío del pasado, esa corriente gélida que fluye entre los que no podemos nunca apretarnos porque siempre habrá unos huecos entre nosotros. Y esos huecos sólo se llenan con el recuerdo, con el calor del recuerdo. Y también con el de vuestra compañía, que siempre la notamos cerca. Ah! se me olvidaba, otro día hablaré de la sección femenina, la que se encarga del milagro de multiplicar los panes y los peces en días de escasez o de olvido.
Ya sé que no tenía que decirlo, pero es que La Peña del Sombrero, mi peña, está en pleno cumpleaños. Ahí es nada 25 años juntos y casi como el primer día.