Ya me lo tenía dicho mi madre, la teniente O´Neill, que aunque era una dama de hierro tenía el corazón de plastilina. Me decía: hijo cuídate de la familia, que los amigos de verdad ya cuidarán de tí. Y qué razón tenía. Me pego media vida mimando al Baraka y me paga de esta manera, sacando los trapos sucios de la familia y regodeándose de mi pasado eclesiástico y de mi tradicional tacañería que me lleva a quedarme con lo mío y si puedo arramplar con lo de los demás. Yo creía que era algo propio y ahora descubro que venía ya en mis genes medievales. Cuanta ingratitud dios mío, cuantos esfuerzos baldíos, cuanta amistad desperdiciada y cuanto cariño echado a perder. Y es que el que no se cuida de la familia acaba criando cuervos que no se conforman con sacarte los ojos, sino que disfrutan propagando a los cuatro vientos tus miserias, que yo creía guardadas con llave en el baúl de los recuerdos. Es lo que nos toca sufrir a los buenos y a los desprendidos, vivir en un corral lleno de aves de rapiña que te dejan en los huesos en menos que canta un gallo.
También me tenía dicho la Matilde una cosa que la fui entendiendo con el tiempo. Me decía que en el Burgo de Osma había muchas madres solteras porque existía un seminario. Al principio con la inocencia de la infancia no sabía a qué se refería, pero luego cuando la vida me enseñó su lado oscuro lo entendí a la perfección. Lo que nunca me dijo, seguro que no lo sabía, es que el primer Gonzalo que pasó por Blacos era un cura. Bien es cierto que buena parte de la fe familiar la agotó él y a los demás nos dejó ciertas ambiciones ateas que yo me encargo de conservar e incluso aumentar en la medida de lo posible. Ahora también entiendo porque en el primer recuerdo que tengo de mi primo en el pueblo fue cuando al párroco lo llamó hermano. Él ya debía saber algo que no me lo quiso decir. Quizás había encargado a alguna visionaria nuestro árbol genealógico y ahí comprobó que nuestra familia tenía una parte que se había criado entre sotanas y que había crecido al humo de las velas. Mi única esperanza es que esta rama familiar haya rezado lo suficiente para que las indulgencias plenarias nos lleguen a todos y tengamos una eternidad llena de satisfacciones y riquezas.
En cuanto al otro Gonzalo, éste se aproxima más a la gonzalía actual. Somos rebeldes y siempre dispuestos a enfrentarnos al poder establecido. Seguro que ese Gonzalo de los papeles de Torreblacos consideraba una injusticia pagar lo que le pedían y se opuso a hacerlo con todas sus fuerzas. Como debe ser. En esta tierra sembrada de caciques y tiralevitas siempre ha sido bueno plantarse y negarse a entrar en su juego. Un juego que siempre los hacía a ellos más ricos y a nosotros más pobre. Celebro que en los orígenes de mi familia ya hubiera alguien que supiera decir que no cuando había que hacerlo. Aunque seguro que después tuvo que pagar una multa, pero ya sabéis eso de que, gusto con sarna no pica.
En cuanto a traducir los papeles acepto el reto. Yo muchos idiomas no sé, pero el castellano antiguo lo domino mucho mejor que el Lazarillo de Tormes. Tú mándame los papeles que yo en cuatro días te envío la traduccíon. Evidentemente que no será una traducción literal, sino libre, pero seguro que se entiende.
Por cierto que yo al igual que Macu a Rosa, esperaba con impaciencia la llegada de mi primo Enrique desde Soria. Pero como los hombres somos más prácticos, yo lo esperaba por dos motivos muy poco lúdicos y sí interesados. Primero porque nada más llegar visitábamos el cajón de la abuela Antonia, que siempre estaba repleto de chocolate del bueno, un auténtico manjar en aquellos años. Y segundo, y menos confesable, porque luego los dos y Emilio nos íbamos a la piedra del Raso a fumarnos unos celtas. Era como el primer rito de nuestra entrada en el mundo de los adultos, aunque teníamos menos de nueve años. Pero esto es otra historia.
También me tenía dicho la Matilde una cosa que la fui entendiendo con el tiempo. Me decía que en el Burgo de Osma había muchas madres solteras porque existía un seminario. Al principio con la inocencia de la infancia no sabía a qué se refería, pero luego cuando la vida me enseñó su lado oscuro lo entendí a la perfección. Lo que nunca me dijo, seguro que no lo sabía, es que el primer Gonzalo que pasó por Blacos era un cura. Bien es cierto que buena parte de la fe familiar la agotó él y a los demás nos dejó ciertas ambiciones ateas que yo me encargo de conservar e incluso aumentar en la medida de lo posible. Ahora también entiendo porque en el primer recuerdo que tengo de mi primo en el pueblo fue cuando al párroco lo llamó hermano. Él ya debía saber algo que no me lo quiso decir. Quizás había encargado a alguna visionaria nuestro árbol genealógico y ahí comprobó que nuestra familia tenía una parte que se había criado entre sotanas y que había crecido al humo de las velas. Mi única esperanza es que esta rama familiar haya rezado lo suficiente para que las indulgencias plenarias nos lleguen a todos y tengamos una eternidad llena de satisfacciones y riquezas.
En cuanto al otro Gonzalo, éste se aproxima más a la gonzalía actual. Somos rebeldes y siempre dispuestos a enfrentarnos al poder establecido. Seguro que ese Gonzalo de los papeles de Torreblacos consideraba una injusticia pagar lo que le pedían y se opuso a hacerlo con todas sus fuerzas. Como debe ser. En esta tierra sembrada de caciques y tiralevitas siempre ha sido bueno plantarse y negarse a entrar en su juego. Un juego que siempre los hacía a ellos más ricos y a nosotros más pobre. Celebro que en los orígenes de mi familia ya hubiera alguien que supiera decir que no cuando había que hacerlo. Aunque seguro que después tuvo que pagar una multa, pero ya sabéis eso de que, gusto con sarna no pica.
En cuanto a traducir los papeles acepto el reto. Yo muchos idiomas no sé, pero el castellano antiguo lo domino mucho mejor que el Lazarillo de Tormes. Tú mándame los papeles que yo en cuatro días te envío la traduccíon. Evidentemente que no será una traducción literal, sino libre, pero seguro que se entiende.
Por cierto que yo al igual que Macu a Rosa, esperaba con impaciencia la llegada de mi primo Enrique desde Soria. Pero como los hombres somos más prácticos, yo lo esperaba por dos motivos muy poco lúdicos y sí interesados. Primero porque nada más llegar visitábamos el cajón de la abuela Antonia, que siempre estaba repleto de chocolate del bueno, un auténtico manjar en aquellos años. Y segundo, y menos confesable, porque luego los dos y Emilio nos íbamos a la piedra del Raso a fumarnos unos celtas. Era como el primer rito de nuestra entrada en el mundo de los adultos, aunque teníamos menos de nueve años. Pero esto es otra historia.