A veces hago un ejercicio de nostalgia y buceo en el pasado. Es lo que llamo "recuerdos del dolor", y no porque sean recuerdos malos sino porque también los buenos duelen un poco cuando han pasado de ser presente a residir en el pasado. En mi última inmersión me puse a pensar en la fiesta de Blacos, en ese niño que nació escaso de peso, que hubo que sacarlo con forceps, que malvivió los primeros años con síntomas de raquitismo y que necesitaba como nadie el calor y los mimos de sus mayores. Algunos se los dieron y otros no, pero ahí está, yo nunca hago juicios de valor quizás por temor a que alguien tenga la tentación de valorar mi juicio. Ahora ese bebé enfermizo, mal alimentado y con muchos achaques, se ha convertido en un adulto robusto, sensato unas veces y osado otras, pero un adulto con buena salud y bien alimentado aunque siempre dispuesto a recibir una mejor vida.
Y es que la evolución de la fiesta está muy por encima de la evolución de los que vivimos esa fiesta. Cuando nació se usaban los pantalones cortos, ahora también, las camisas anchas, ahora más, las chicas llevaban melena, ahora es más larga, y así podríamos seguir indefinidamente. Con las nuevas tecnologías nos hemos convertido en una aldea global, pero por el camino hemos dejado momentos de intensa emoción. Hoy en día puedes recibir cien llamadas de móvil, enviar trescientos sms y ochocientos wasaps sin inmutarte. Desde el teléfono puedes saber el tiempo que hace en Nueva Zelanda, pagar una factura o compra acciones de Iberdrola. Ya ¿Y qué? En los años que nació la fiesta, una de las emociones más intensas que se podía vivir era ser llamado por teléfono, el público que era el único que había. Venía el Prudencio o la Catalina y te decían: " Te han llamado. En cinco minutos tienes que estar en el teléfono que volverán a llamar". Te lo decían con un tono de misterio que se te disparaba el corazón. Empezabas a pensar que por fin ella se había acordado de tí. Según bajabas la cuesta de la plaza empezabas ya a oler ese perfume que embriagaba tus sueños, sentías entre tus dedos ese pelo suave, sedoso y brillante que compartías en tus pensamientos platónicos. Era algo que no se pagaba con nada. Era mucho más emocionante que para un hacker entrar en los archivos del FBI o de Scotland Yard. Luego la realidad era que quien te llamaba era tu madre, la teniente O´Neill, para echarte la bronca porque no sabía nada de ti, o tu primo de Baracaldo que quería saber si quedaban camas libres para el mes de agosto. Se acabó el interés, pero esos cinco minutos hay que vivirlos para saber lo que es la emoción en estado puro.
Aquí con las tecnologías hemos perdido sentimientos, pero en la fiesta no. Basta ver esas fotos con los mostradores de tablas de madera sobre una pila de ladrillos para darnos cuenta que algo hemos cambiado y en mucho hemos mejorado. La fiesta global cada día está más cerca y cada año se ajusta a una mayor perfección. Y esto lo queramos reconocer o no los de mi generación o los de otras, se debe fundamentalmente a la juventud. Son más hábiles, tienen mayor ingenio y son más generosos y desprendidos a la hora de aplicar sus conocimientos para el bien de todos. No es justo quedarse en esa imagen de botellón a la luz de luna, no nos debemos dejar asustar por la indolencia que emplean en sus miradas y comentarios, ni debemos tratar de comprender su ritmo de vida, ni siquiera su vida. En los últimos años nos han dado dos lecciones y, según mis fuentes, los de este año van a por el sobresaliente cum laude sobre como se aplica la informática, la robótica, la domótica y hasta la caótica, a unas fiestas de pueblo. Yo personalmente a algunos de ellos sólo los conozco de vista y me cuesta a veces saber de quién son ni de dónde vienen. Pero dudar de que tienen interés, energía y conocimientos, puede ser un ejercicio temerario cuando no mezquino. Además estoy seguro que su esfuerzo es pura solidaridad, altruismo que no espera recompensa. No hay que callar bocas porque las que se abren sin que nadie llame al timbre pueden tener roto el pestillo de la envidia. Como diría mi querido Alejandro Sanz, no es lo mismo estar al lado que echarse a un lado. Yo me apunto a lo primero. El éxito suele ser hijo del esfuerzo y el trabjo. Lo demás es quedarse en los pantalones cortos. O lo que es peor, simplemente.... echarse a un lado.
Y es que la evolución de la fiesta está muy por encima de la evolución de los que vivimos esa fiesta. Cuando nació se usaban los pantalones cortos, ahora también, las camisas anchas, ahora más, las chicas llevaban melena, ahora es más larga, y así podríamos seguir indefinidamente. Con las nuevas tecnologías nos hemos convertido en una aldea global, pero por el camino hemos dejado momentos de intensa emoción. Hoy en día puedes recibir cien llamadas de móvil, enviar trescientos sms y ochocientos wasaps sin inmutarte. Desde el teléfono puedes saber el tiempo que hace en Nueva Zelanda, pagar una factura o compra acciones de Iberdrola. Ya ¿Y qué? En los años que nació la fiesta, una de las emociones más intensas que se podía vivir era ser llamado por teléfono, el público que era el único que había. Venía el Prudencio o la Catalina y te decían: " Te han llamado. En cinco minutos tienes que estar en el teléfono que volverán a llamar". Te lo decían con un tono de misterio que se te disparaba el corazón. Empezabas a pensar que por fin ella se había acordado de tí. Según bajabas la cuesta de la plaza empezabas ya a oler ese perfume que embriagaba tus sueños, sentías entre tus dedos ese pelo suave, sedoso y brillante que compartías en tus pensamientos platónicos. Era algo que no se pagaba con nada. Era mucho más emocionante que para un hacker entrar en los archivos del FBI o de Scotland Yard. Luego la realidad era que quien te llamaba era tu madre, la teniente O´Neill, para echarte la bronca porque no sabía nada de ti, o tu primo de Baracaldo que quería saber si quedaban camas libres para el mes de agosto. Se acabó el interés, pero esos cinco minutos hay que vivirlos para saber lo que es la emoción en estado puro.
Aquí con las tecnologías hemos perdido sentimientos, pero en la fiesta no. Basta ver esas fotos con los mostradores de tablas de madera sobre una pila de ladrillos para darnos cuenta que algo hemos cambiado y en mucho hemos mejorado. La fiesta global cada día está más cerca y cada año se ajusta a una mayor perfección. Y esto lo queramos reconocer o no los de mi generación o los de otras, se debe fundamentalmente a la juventud. Son más hábiles, tienen mayor ingenio y son más generosos y desprendidos a la hora de aplicar sus conocimientos para el bien de todos. No es justo quedarse en esa imagen de botellón a la luz de luna, no nos debemos dejar asustar por la indolencia que emplean en sus miradas y comentarios, ni debemos tratar de comprender su ritmo de vida, ni siquiera su vida. En los últimos años nos han dado dos lecciones y, según mis fuentes, los de este año van a por el sobresaliente cum laude sobre como se aplica la informática, la robótica, la domótica y hasta la caótica, a unas fiestas de pueblo. Yo personalmente a algunos de ellos sólo los conozco de vista y me cuesta a veces saber de quién son ni de dónde vienen. Pero dudar de que tienen interés, energía y conocimientos, puede ser un ejercicio temerario cuando no mezquino. Además estoy seguro que su esfuerzo es pura solidaridad, altruismo que no espera recompensa. No hay que callar bocas porque las que se abren sin que nadie llame al timbre pueden tener roto el pestillo de la envidia. Como diría mi querido Alejandro Sanz, no es lo mismo estar al lado que echarse a un lado. Yo me apunto a lo primero. El éxito suele ser hijo del esfuerzo y el trabjo. Lo demás es quedarse en los pantalones cortos. O lo que es peor, simplemente.... echarse a un lado.