La primera compañía agradable del día eran unas simples ramas de támbara que se tostaban al fuego de una pequeña lumbre de invierno. Encima de la mesa unos trozos de guirlache a medio consumir, una pequeña cesta con nueces e higos chumbos y al lado, en la alacena, el plástico cubría trozos de turrón duro, blando de Jijona y una tercera barra de turrón de frutas en la que ya se había borrado la fecha de procedencia. Nadie buscaba los códigos de barras ni las fechas de caducidad porque eran tiempos en los que nada se caducaba ni nada importaba muy bien de dónde y cómo llegaban. Camino del portal, el frío secaba las pocas huellas que quedaban de la resaca. Y si conseguías llegar hasta la calle, ese pequeño o gran dolor de cabeza se fundía a la vista de los chupitos de hielo que colgaban de los tejados de la plaza y que era la mejor señal de que en Blacos, hasta la última noche del año tenía su propio dni grabado a hielo y nieve durante esas horas en las que todos tratábamos de contagiar nuestra alegría, compartir nuestros buenos deseos o quemar al calor del alcohol los restos de pesadilla de un largo año, que casi siempre había sido igual o peor que el anterior. Amanecía siempre con una sensación de dudas, de carencias y de insatisfacción, sin saber muy bien por qué. Amanecía como amanecía cualquier otra día, pero parecía que el primero del año debía traer una luz especial y un discurrir diferente. Pero todo ello se diluía al mismo ritmo que la euforia de una noche en la que era obligatorio pasárselo bien, aunque lo pasaras mal. Y es que muchas cosas cuando se hacen por obligación, acaban perdiendo su interés y a la alegría de la nochevieja le pasaba exactamente eso. Desde que clareaba el día 31, todos depositábamos tantas esperanzas en la noche, que al final siempre acabamos defraudados, decepcionados y deprimidos, porque casi nunca esa noche respondía a los deseos, a los buenos deseos de cada uno. Luego empezaba el día de Año Nuevo, un día que te levantaras a la hora que te levantaras, te encontrabas con el estómago revuelto, la lengua pastosa y la cabeza llena de promesas que nunca se cumplían: Desde el 1 de enero dejo de fumar, desde el uno de enero no voy a hablar mal de nadie, desde el uno de enero me voy a preocupar de mi vida y los demás que lo hagan de la suya, desde el 1 de enero voy a ser más compresivo con la familia, hasta con aquellos que me amargan el resto del año, desde el uno de enero voy a empezar a hacer ejercicio y a comer sano.... Y así se llenaba el día 1. El día 2 después del primer cigarro, empezabas a odiarte un poco a ti mismo; después de la segunda cerveza comenzabas a verte como a un enemigo; después de encontrarte con un amigo y poner a parir al resto que no estaban, sentías una punzada en el corazón y el odio a ti mismo aumentaba; desde que te descubrías una mirada torcida dirigida a ese de enfrente que le había tocado la lotería empezabas a naufragar en tu propio rencor; desde que te llamaba tu cuñada por teléfono y automáticamente la colocabas en el primer lugar del podio de un campeonato de tontas, comenzabas a maldecirte por tu flaqueza, tu poco control y tu falta de todo. Y cuando llegaba el 14 de marzo, cumpleaños de la teniente O´Neil, y el chandal y las zapatillas seguían envueltos en el papel de regalo, ya sucumbías a la desesperación y comenzabas a hacerte reproches por tu falta de palabra, tu nula fuerza de voluntad y por la seguridad de que estarías todo el año haciéndote promesas que nunca ibas a cumplir. Bueno, la verdad es que te olvidaba de cualquier promesa un par de horas o tres del 31 de diciembre. Desde que te sentabas a la cena, hasta que te descubrías a las tantas de la mañana encabezando una conga por la calle. Era el mejor momento del año. Ese sí parecía el mejor año de tú vida. Y lo era, porque todavía no había amanecido y por tanto no habías comenzado a hacerte promesas para no cumplir en el nuevo año.
Por suerte no todos somos así. Para los que son distintos, para los que son capaces de cumplir sus promesas del día 1 de enero, chapeau. Sois mis ídolos, me pongo a vuestros pies y gracias a vosotros seguiré creyendo en la especie humana. Eso sí, siempre que las promesas sean buenas. FELIZ AÑO Y QUE SE CUMPLAN TODOS VUESTROS BUENOS PROPÓSITOS.
Por suerte no todos somos así. Para los que son distintos, para los que son capaces de cumplir sus promesas del día 1 de enero, chapeau. Sois mis ídolos, me pongo a vuestros pies y gracias a vosotros seguiré creyendo en la especie humana. Eso sí, siempre que las promesas sean buenas. FELIZ AÑO Y QUE SE CUMPLAN TODOS VUESTROS BUENOS PROPÓSITOS.
Acabo de releer tu relato que titulas feliz año, y ahora si te digo que como lectora compulsiva que soi, he disfrutado leyendolo, hasta me he reido, y no porque me recuerde a nuestro pueblo, o sea reflejo de mis propios y fallidos proyectos de antaño, porque ya ni me los planteo. al grano, que me pierdo y me desvío del tema. me gusta como escribes, de verdad, dentro de el fatalreealismo que esconde, eres capaz de despertar una sonrisa, risa y hasta carcajada, algo que pocas veces me ocurre leyendo planetas, etc.., por ejemplo esta frase de tu texto: no voy a hablar mal de nadie, es un proposito muy ocurrente, que termina el dia 2 cuando pones a parir.... a lo mejor no es tu finalidad que sea un texto humorístico pero como casi todos los que aqui escribes, despiertan los mejores momentos de los peores recuerdos. aquel turron de frutas, que nadie se comia,
en este texto demuestras tu conocimiento de las debilidades humanas, a mi estos personajes galdonianos, llenos de dudas y arrepentimientos me atraen. por favor, no te canses de remar.
en este texto demuestras tu conocimiento de las debilidades humanas, a mi estos personajes galdonianos, llenos de dudas y arrepentimientos me atraen. por favor, no te canses de remar.