A veces, muchas veces, lo que de verdad se valora en esta vida son los detalles. Y yo siempre digo que las grandes personas son una catedral de pequeños detalles. Cuando la vida profesional te zarandea con noventa malos momentos por cada diez buenos, o soportables, te das cuenta que todavía valoras más esos pequeños detalles. Y cuando tú eres el protagonista de alguno de ellos te sientes abrumado, internamente contento y, por qué no, enormemente satisfecho. Y es que no conozco a nadie que no se sienta así cuando se valora lo que hace, y tampoco conozco a nadie que escriba y no se sienta recompensado cuando la agradecen lo que escribe. Y esto es lo que me pasa a mí, Lola, cuando leo tus elogios. Unos elogios que tienen un valor incalculable por venir de quien vienen. Porque estoy seguro que eres una de esas personas que no ha contribuido en absoluto a que el discoplagio de Paquirrín haya sido el más vendido de estas Navidades y tampoco tienes nada que ver en que el libro de Belén Esteban sea un auténtico best seller. Dos acontecimientos interplanetarios que definen perfectamente lo que es este país al que en todo el mundo se le conoce como España, menos en la propia España que hay más de una duda. E incluso hacen más daño a nuestra autoestima que esas enciclopedias que interpretan la historia y aparecen reinos que nunca lo fueron, batallas que nunca se libraron, convierte en vencedores a los que fueron vencidos, cambia a los moros por los cristianos e incluso convierte a los vasallos en reyes de países imaginarios. Se dice, no sin cierta razón, que los periodistas somos unos mentirosos. Pero yo conozco escritores que no aguantan el primer examen. Y ahí incluso a célebres filósofos que nos hacían pensar que no teníamos que pensar, a cantamañanas que venden dietas milagrosas o a esos cocineros vanguardistas que hasta nos dicen que dentro de cuatro días los menús ya no hace falta cocinarlos, que se pueden obtener por fotocopias. De estos se ríen hasta Belén Esteban y Paqurrín.
A mí me interesa más la opinión de gente como tú, que saben que los colonizadores fueron saqueadores, que los aventureros fueron esclavistas, que la esclavitud fue servidumbre y que los cruzados no fueron otra cosa que inquisidores y la “cruzada española” una guerra fratricida que llenó las cunetas de cruces anónimas y los pueblos de viudas y de hambrientos, cuando no de torturadores confesos, caciques de medio pelo o ladrones de misa diaria. Eso es lo que me interesa. Gente como tú, querida Lola, que bucea en el libro buscando construcciones de vida y arquitectos del pensamiento. Los que leen con espíritu crítico sin despreciar un buen rato de entretenimiento. La vida no nos regala nada, pero los libros nos dan argumentos para que la vida pueda ser en algunos momentos un auténtico regalo. Los libros nos enseñan, pero también nos provocan reacciones y recetas contra el hastío, el odio, el rencor o la envidia. Nos recuerdan que el mundo no se nutre sólo de malos y buenos, sino que a veces se mezclan y se disfrazan y llegan a confundirnos. Nos empujan a defendernos cuando otros nos quieren atacar. Es como un movimiento reflejo. El conocimiento te lleva también a la crítica y a la resistencia. Es algo así como cuando ves una película del Oeste y te descubres buscando la pistola a la altura del bolsillo del pantalón para defenderte de los hermanos Flanagan que tienen atemorizado a todo el pueblo con la ayuda de Joe Spencer, dueño del salón y aprendiz de cacique.. Se valen de la cobardía o indiferencia del resto para imponer su voluntad, hasta el punto de que ni siquiera se molestan en buscar otro argumento que no sea el de su propio capricho. Todo esto y mucho más, me consta, lo encuentras en los libros. Lo que ya es más difícil encontrar son las respuestas, porque generalmente no están, hay que dibujarlas con el conocimiento y al experiencia. Y es entonces, cuando no hay respuestas, cuando surge como un torrente eso que tú, Lola, defines como fatalrealismo y pesimismo. Sentimientos que nacen, crecen y se multiplican al mismo ritmo que la biblioteca y la vida no se ponen de acuerdo para ayudarte, y te dejan a tu libre albedrío, o como se dice en nuestro pueblo " Ahí te las compongas". Y yo reconozco que todo esto lo he cultivado no sólo con Galdós, sino con Valle Inclán, Alberti, Miguel Hernández o Machado. Y luego ya un poco más tarde con Leonard Cohen o Joaquín Sabina, ahí, en esa frontera siempre difusa entre el escepticismo y la vida golfa y descarnada.
Por eso cuando la niebla se abre un poco y entra un rayo de luz como esos elogios que haces a mis escritos, acabo abrumado y un poco avergonzado. Pero también fortalecido para seguir empuñando los remos, aunque seas la única que se suba a mi barco. Muchas gracias y un beso.
A mí me interesa más la opinión de gente como tú, que saben que los colonizadores fueron saqueadores, que los aventureros fueron esclavistas, que la esclavitud fue servidumbre y que los cruzados no fueron otra cosa que inquisidores y la “cruzada española” una guerra fratricida que llenó las cunetas de cruces anónimas y los pueblos de viudas y de hambrientos, cuando no de torturadores confesos, caciques de medio pelo o ladrones de misa diaria. Eso es lo que me interesa. Gente como tú, querida Lola, que bucea en el libro buscando construcciones de vida y arquitectos del pensamiento. Los que leen con espíritu crítico sin despreciar un buen rato de entretenimiento. La vida no nos regala nada, pero los libros nos dan argumentos para que la vida pueda ser en algunos momentos un auténtico regalo. Los libros nos enseñan, pero también nos provocan reacciones y recetas contra el hastío, el odio, el rencor o la envidia. Nos recuerdan que el mundo no se nutre sólo de malos y buenos, sino que a veces se mezclan y se disfrazan y llegan a confundirnos. Nos empujan a defendernos cuando otros nos quieren atacar. Es como un movimiento reflejo. El conocimiento te lleva también a la crítica y a la resistencia. Es algo así como cuando ves una película del Oeste y te descubres buscando la pistola a la altura del bolsillo del pantalón para defenderte de los hermanos Flanagan que tienen atemorizado a todo el pueblo con la ayuda de Joe Spencer, dueño del salón y aprendiz de cacique.. Se valen de la cobardía o indiferencia del resto para imponer su voluntad, hasta el punto de que ni siquiera se molestan en buscar otro argumento que no sea el de su propio capricho. Todo esto y mucho más, me consta, lo encuentras en los libros. Lo que ya es más difícil encontrar son las respuestas, porque generalmente no están, hay que dibujarlas con el conocimiento y al experiencia. Y es entonces, cuando no hay respuestas, cuando surge como un torrente eso que tú, Lola, defines como fatalrealismo y pesimismo. Sentimientos que nacen, crecen y se multiplican al mismo ritmo que la biblioteca y la vida no se ponen de acuerdo para ayudarte, y te dejan a tu libre albedrío, o como se dice en nuestro pueblo " Ahí te las compongas". Y yo reconozco que todo esto lo he cultivado no sólo con Galdós, sino con Valle Inclán, Alberti, Miguel Hernández o Machado. Y luego ya un poco más tarde con Leonard Cohen o Joaquín Sabina, ahí, en esa frontera siempre difusa entre el escepticismo y la vida golfa y descarnada.
Por eso cuando la niebla se abre un poco y entra un rayo de luz como esos elogios que haces a mis escritos, acabo abrumado y un poco avergonzado. Pero también fortalecido para seguir empuñando los remos, aunque seas la única que se suba a mi barco. Muchas gracias y un beso.