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BLACOS: Es una auténtica lección de historia y una verdadera...

Es una auténtica lección de historia y una verdadera cátedra de vida, y además en doble dimensión. En primer lugar una lección de habitat a la que hay que darle la importancia que tiene, y que se entiende muy fácil si digo que ya en aquellos años era probablemente la mejor calle del pueblo. Y lo era simplemente porque tenía piedra en su estructura. Piedra en la base de la plaza y piedra en la base de los soportales. En el resto las piedras sólo se veían en las "arreñales", de la casa de las Petras o en la parte trasera de la casa del tío Benito. El resto era tierra y adobe, un material por cierto que engañaba porque cuando lo tenías en las manos parecía frágil pero cuando se colocaba en una pared podía aguantar siglos de agua, viento, nieve y hielo. Además si os fijais el suelo de la plaza no era uniforme, da la sensación de que la tierra se había dejado como caía o que los juegos de niños y mozos la habían removido y así se había quedado. Da la sensación también de que estaba todavía en construcción porque la bajada de la casa de Federico, donde ahora hay tres escalones, está sin terminar. Prácticamente lo único que no ha cambiado son las cuedas entre poste y poste de los soportales para tender la ropa.
Pero a mi me gusta mucho más estudiar a las personas y sus gestos que a los edificios. Si empezamos desde lo más lejano, el que hay apoyado en la puerta de mi casa es mi abuelo Nicanor, para quien no lo sepa, padre de Ismael y Leandro, además de Moisés, Jesús (padre de Jesusín), mi padre Julián, Manolo (padre de mis primas de Barakaldo) y de Cristino. Lo he conocido nada más verlo porque los primeros años de mi vida los viví entre sus brazos, fue el único hombre que conocí en mi casa, fue la primera persona con la que asé una patata, fuí de fiestas a la Torre, entré en el bar a comerme unas galletas marías o quemé los pollos en la lumbre la primera vez que mi madre se atrevió a dejarnos solos. Pero además lo conozco tan bien por esa inconfundible cabellera blanca y su pose siempre desgarbado y bastante pasota. A su lado la mujer sufriente sentada en una silla en uno de los pocos descansos que le permitía su apretada agenda laboral, (probablemnte sea una de mis abuelas pero no conocí a ninguna de las dos). Después encima de la cabeza de Alfonso, un rostro difuso que mira fijamente la escena porque en aquellos años un fotógrafo era una especia de ovni venido del más allá. Después los dos niños que ensalzan el valor histórico del momento. Si os dais cuenta ninguno de los dos miran a los fotografiados. Lo que les llama la atención es de nuevo el fotógrafo. Y es que en esto no hemos cambiado nada, únicamente nos interesa lo que nos sorprende. Y el agarrarse a las cuerdas estoy seguro que es un gesto de rebeldía y de provocación con un acto que siempre estuvo muy penado por algunos de los inquilinos de los soportales. Aprovecha el momento en el que la atención está en otro sitio para reivindicar su valentía. Tampoco sería nada extraño que las cuerdas las hubiera colocado el padre de cualquiera de ellos. Después en un gesto de osadía me atrevo a decir que la pareja que hay detrás son Federico y Vitoría: Con él no lo tengo tan claro, también podría ser Máximo el padre de Vitoria. Pero de ella tengo menos dudas por esa mirada que se antoja penetrante y llena de curiosidad como era Vitoria, que por cierto también mira más al fotografo que a los modelos de la foto.
Y vamos con los protagonistas. En primer lugar Celestino, con un atuendo y un porte muy elegante y con cierto parecido a un personaje mítico de aquellos años, que no voy a decir su nombre para evitar malas interpretaciones. Su media sonrisa dibuja una situación apacibble y tranquila y su mirada se debate entre la sorpresa y la determinación que, yo creo, siempre marcó su carácter. Seguro que un sociólogo diría que es la estampa de un hombre echo a sí mismo. También destaca su afán protector con esa mano que cariñosamente coge al niño y que le da a la foto un carácter afable y familiar. ¿Y el niño? Alfonso ya entonces buscaba siempre algo más allá. Ya entonces demostraba que el momento lo da por vivido en cuanto se produce y que él necesita nuevas sensaciones y otras experiencias. Todo el mundo de la foto está mirando al mismo sitio, menos él. Como le sucede ahora a él le interesan otras cosas. Es como si al otro lado del cuadro hubiera un tractor, una cosechadora o una bicicleta con un perro en la cesta. Y ya lo espectacular es su vestimenta. Y Casillas que piensa que ha inventado él las americanas remangadas. Ya ya, tenía que ver esto, Alfonso parece un concursante de Operación Triunfo segundos antes de su primera actuación. Además esta foto es un tesoro que tiene una venta millonaria, porque verlo con corbata es como ver a la Duquesa de Alba con abarcas, o algo parecido.
Juliana lo primero que desprende es un aire maternal, con un hijo de la mano y la otra en brazos y dispuesta a posar como una verdadera estrella. Luego su gesto es inconfundible, es el gesto de esa madre abnegada que probablemente piense en la comida de ese día, en la papilla de la niña, en recoger la ropa seca lavada por la mañana, en bajar al río a lavar la sigueinte colada, en... en... todo el trabajo que se os ocurra pensar. Quizás por eso la foto para ella no deja de ser un trámite y mira de manera fija y grave al fotógrafo como diciendo: "Date prisa que yo no puedo perder el tiempo en estas cosas".
Y por último la niña, lo de niña es fácil de adivinar obviamente. A esa edad, José creo que eres tú, no está uno muy puesto en saber donde tiene que mirar. Y entonces miras buscando la complicidad protectora de la madre que es con la que más tiempo pasas de todos los que están a tu alrededor. También puede ser que mires a tu madre buscando parecidos.
Y el conjunto es la imagen típica de aquel Blacos en blanco y negro en el que todo era distinto... menos las cuerdas de colgar la ropa en los soportales.