La magia blanca
La fotografía es tan buena, magnífica, que hasta las ramas se rinden a sus pies y le dejan el hueco exacto para que el foco se mueva con mimo para “robar” una pequeña obra de arte. Podría ser perfectamente la portada de una guía turística de siete estrellas michelín, podría ser el reclamo para un antológico cuento de Navidad, y también podría ser un fotograma promocional de una película de cualquier director de renombre. No lo recuerdo, pero no creo que entre las imágenes de Doctor Zhivago, grabadas en su mayoría en Soria, haya alguna que pueda superar a ésta. Y después de decir todo esto he de añadir que aquí se cumplen dos frases definitorias. Una, " no hay ni una sola palabra por buena que sea que pueda mejorar esta imagen". Dos, y muchos más conocida, "una imagen vale más que mil palabras". En este caso la imagen vale más que muchos millones de palabras. Y a pesar de esta advertencia yo me voy a atrever a escribir sobre la fotografía. Lo hago con la seguridad de que no voy a poder mejorarla en nada, pero por eso me voy a ir por los cerros de Úbeda y voy a hablar de lo que hay detrás de esa fotografía y no de la imagen que recoge. Entre la nebulosa de mi infancia, recuerdo que había tres lugares en el pueblo que admiraba de una manera especial. Eran el bar, la fragua y el molino. Del bar del padre de la Luisa, ya he hablado, de la fragua ya lo haré otro día. Y del molino también he hablado pero no me importa volver a hacerlo intentando no repetirme.
Era un punto de encuentro del que siempre salían cosas buenas para los de mi edad. Porque con la harina que allí se molía después se hacía el pan y las tortas de chiharro. El pan era parte del menú diario y le dábamos la importancia justa, muy por debajo de la necesidad de los que no lo tenían. Sin embargo las tortas significaban un día especial, que casi siempre coincidía con un día de fiesta, por lo que la alegría era doble. Pero a mi había otras cosas que me cautivaban en el molino. Era la entrada del agua del caz, el ruido infernal de la turbina o la transformación del trigo moreno en harina blanca como la nieve. Pero por encima de todo estaban los pájaros disecados por Zacarías. Era algo impresionante para un niño de seis o siete años que no había salido nunca de un pueblo sin agua corriente, sin calefacción, sin televisión.... Para mí los pájaros disecados era algo así como pasar de la vida a la muerte y después resucitar en un sueño. Los pájaros parecían tener vida aunque estaban inmóviles, parecía que te miraban desde las cuencas de sus ojos inertes. Era como descubrir que algunos seres podías resucitar un poco a través de una mano experta y cariñosa, que les daba una nueva forma más elegante y más tranquila que la que habían tenido en vida.
Eso no se ve en la fotografía, pero en ella también se obran pequeños milagros. Como se explica si no que la nieve sea capaz de mantenerse firme en las finas ramas de las vergazas, en una especie de púlpito sobre un río tranquilo que no parece tiritar a pesar de la fría mañana que sufre. Todo es blanco sobre blanco, con pequeños matices de las rocas, el agua del río y las paredes del molino. Parece que nieva hasta el cielo, o que detrás del molino no hay ni cielo ni tierra sino una cortina de nieve que rodea a la imagen y la introduce en una pequeña bola blanca, como esas que se compran de recuerdo en cualquier viaje. Pero con una clara diferencia, aquí no hay que agitarla para que se vea la nieve. Seguro que a más de uno le dará por pensar que esto no es nada, que para nevadas las de antes. Y es verdad, o no, porque las nevadas de antes no tenían fotógrafos que las captaran para pasar a ocupar un lugar en la pequeña gran historia de Blacos. Y para eso es suficiente ver el recorrido que han tenido estas fotos. Se hicieron por la mañana y esa misma tarde ya ocupaban los whatsappps y los facebook de cientos de personas de Blacos. Y esto ha sido un motivo suficiente para empujarme a escribir sobre ella, porque sólo es un ejemplo más de que somos gente siempre dispuesta a exportar belleza y a recoger halagos. Hace tiempo que en mi trabajo todos saben dónde está Blacos, (desde hace años no tengo que decir que está al lado de Calatañazor o cerca del Burgo), pero desde hace unas semanas todos ellos saben que además de conocer mi pueblo, en él se pueden encontrar imágenes mágicas como ésta. Serían algunos motivos, pero seguro que cualquiera de vosotros tiene otros muchos más y mejores. Y hasta puede que haya alguno dispuesto a contarlos para que nos enteremos. Al igual que la foto, yo no pierdo la esperanza de que está página sea un catálogo de las plumas turísticas de Blacos.
La fotografía es tan buena, magnífica, que hasta las ramas se rinden a sus pies y le dejan el hueco exacto para que el foco se mueva con mimo para “robar” una pequeña obra de arte. Podría ser perfectamente la portada de una guía turística de siete estrellas michelín, podría ser el reclamo para un antológico cuento de Navidad, y también podría ser un fotograma promocional de una película de cualquier director de renombre. No lo recuerdo, pero no creo que entre las imágenes de Doctor Zhivago, grabadas en su mayoría en Soria, haya alguna que pueda superar a ésta. Y después de decir todo esto he de añadir que aquí se cumplen dos frases definitorias. Una, " no hay ni una sola palabra por buena que sea que pueda mejorar esta imagen". Dos, y muchos más conocida, "una imagen vale más que mil palabras". En este caso la imagen vale más que muchos millones de palabras. Y a pesar de esta advertencia yo me voy a atrever a escribir sobre la fotografía. Lo hago con la seguridad de que no voy a poder mejorarla en nada, pero por eso me voy a ir por los cerros de Úbeda y voy a hablar de lo que hay detrás de esa fotografía y no de la imagen que recoge. Entre la nebulosa de mi infancia, recuerdo que había tres lugares en el pueblo que admiraba de una manera especial. Eran el bar, la fragua y el molino. Del bar del padre de la Luisa, ya he hablado, de la fragua ya lo haré otro día. Y del molino también he hablado pero no me importa volver a hacerlo intentando no repetirme.
Era un punto de encuentro del que siempre salían cosas buenas para los de mi edad. Porque con la harina que allí se molía después se hacía el pan y las tortas de chiharro. El pan era parte del menú diario y le dábamos la importancia justa, muy por debajo de la necesidad de los que no lo tenían. Sin embargo las tortas significaban un día especial, que casi siempre coincidía con un día de fiesta, por lo que la alegría era doble. Pero a mi había otras cosas que me cautivaban en el molino. Era la entrada del agua del caz, el ruido infernal de la turbina o la transformación del trigo moreno en harina blanca como la nieve. Pero por encima de todo estaban los pájaros disecados por Zacarías. Era algo impresionante para un niño de seis o siete años que no había salido nunca de un pueblo sin agua corriente, sin calefacción, sin televisión.... Para mí los pájaros disecados era algo así como pasar de la vida a la muerte y después resucitar en un sueño. Los pájaros parecían tener vida aunque estaban inmóviles, parecía que te miraban desde las cuencas de sus ojos inertes. Era como descubrir que algunos seres podías resucitar un poco a través de una mano experta y cariñosa, que les daba una nueva forma más elegante y más tranquila que la que habían tenido en vida.
Eso no se ve en la fotografía, pero en ella también se obran pequeños milagros. Como se explica si no que la nieve sea capaz de mantenerse firme en las finas ramas de las vergazas, en una especie de púlpito sobre un río tranquilo que no parece tiritar a pesar de la fría mañana que sufre. Todo es blanco sobre blanco, con pequeños matices de las rocas, el agua del río y las paredes del molino. Parece que nieva hasta el cielo, o que detrás del molino no hay ni cielo ni tierra sino una cortina de nieve que rodea a la imagen y la introduce en una pequeña bola blanca, como esas que se compran de recuerdo en cualquier viaje. Pero con una clara diferencia, aquí no hay que agitarla para que se vea la nieve. Seguro que a más de uno le dará por pensar que esto no es nada, que para nevadas las de antes. Y es verdad, o no, porque las nevadas de antes no tenían fotógrafos que las captaran para pasar a ocupar un lugar en la pequeña gran historia de Blacos. Y para eso es suficiente ver el recorrido que han tenido estas fotos. Se hicieron por la mañana y esa misma tarde ya ocupaban los whatsappps y los facebook de cientos de personas de Blacos. Y esto ha sido un motivo suficiente para empujarme a escribir sobre ella, porque sólo es un ejemplo más de que somos gente siempre dispuesta a exportar belleza y a recoger halagos. Hace tiempo que en mi trabajo todos saben dónde está Blacos, (desde hace años no tengo que decir que está al lado de Calatañazor o cerca del Burgo), pero desde hace unas semanas todos ellos saben que además de conocer mi pueblo, en él se pueden encontrar imágenes mágicas como ésta. Serían algunos motivos, pero seguro que cualquiera de vosotros tiene otros muchos más y mejores. Y hasta puede que haya alguno dispuesto a contarlos para que nos enteremos. Al igual que la foto, yo no pierdo la esperanza de que está página sea un catálogo de las plumas turísticas de Blacos.