A FLOR DE PIEL
Hay veces que las añoro mucho, con ansiedad incluso. Esas miradas limpias, tan limpias que permiten ver siempre lo que hay detrás de los ojos. Miradas a flor de piel que ponen carne de gallina a la amistad. Pero esa amistad que, para empezar, dispara a quemarropa al corazón. Esa amistad que entiende todos los términos del contrato. Esa amistad que sabe leer hasta la letra pequeña, incluso por saber sabe leer siempre entre líneas, y hasta los reglones torcidos de la historia de Blacos. Es un gesto, al fin y al cabo. La amistad significa el gesto de tender la mano para dar, sin esperar nunca a recibir. La amistad que reflejan estas caras y estos ojos, es esa que sabe que después de tender la mano, nunca le faltará un hombro en el que apoyar su cabeza, unos labios que besen sus mejillas o que sonrían sus palabras o una lágrimas que lloren sus penas, y disfruten sus alegrías. Es la amistad a flor de piel, la que navega directa, sin curvas, sin titubeos, sin dudas y sin dobleces. No entiende de esos olvidos premeditados, de esa marginación selectiva, de esas cavernas del alma en las que siempre se esconde la rapiña de la hipocresía y la falsedad verdadera. Esta fotografía no recoge nada de eso, primero porque hay sinceridad en sus gestos, y después porque eran tiempos en los que la compañía era el seguro de vida más importante que se podía firmar en aquellos años. Demuestran que la escasez puede ser en muchos casos una virtud, y que cuando faltan muchas cosas siempre hay una más importante que las puede suplir a todas, o por lo menos hacerlas olvidar. Eran años distintos, y los de la foto también tenían unos años distintos. Y todas esas virtudes, como la amistad, cobran un valor mucho mayor cuando con el paso del tiempo descubrimos que las hemos perdido o las hemos disfrazado detrás de otros intereses. Unos intereses que pueden ser tan legítimos como los de entonces, pero en ningún caso conservan la pureza de la inocencia con la que se vestían los amigos de aquellos años. Da la sensación de que cuanto más nos conocemos menos nos acercamos, cuando debería ser al revés. No hay nada más fuerte que una amistad protegida al paso del tiempo. Una amistad que es capaz de alimentarse con el transcurrir de los años, con la superación de dificultades, con la victoria ante los desencuentros. A veces cuando aparecen esos problemas nos dejamos llevar y no nos damos cuenta que en una mirada, en una decisión, en un olvido, podemos estar tirando por la borda algo que ha costado mucho enhebrar, durante tanto tiempo, y que merecía un trato mucho mejor que el que le acabamos dando.
A pesar de todo sus miradas limpias que nos dejan ver detrás de los ojos, no nos permiten contemplar el futuro, ese tiempo en el que llegan los distanciamientos, las desconfianzas, los rencores gratuitos o los odios más enconados. Si se hubiera podido ver el futuro en aquellos ojos limpios no estaríamos ahora preocupados por la distancia, por la indiferencia o por cualquier otra fórmula que defina ese odio y ese rencor. Sólo nos preocuparía la amistad de verdad, la que brota a flor de piel.
Hay veces que las añoro mucho, con ansiedad incluso. Esas miradas limpias, tan limpias que permiten ver siempre lo que hay detrás de los ojos. Miradas a flor de piel que ponen carne de gallina a la amistad. Pero esa amistad que, para empezar, dispara a quemarropa al corazón. Esa amistad que entiende todos los términos del contrato. Esa amistad que sabe leer hasta la letra pequeña, incluso por saber sabe leer siempre entre líneas, y hasta los reglones torcidos de la historia de Blacos. Es un gesto, al fin y al cabo. La amistad significa el gesto de tender la mano para dar, sin esperar nunca a recibir. La amistad que reflejan estas caras y estos ojos, es esa que sabe que después de tender la mano, nunca le faltará un hombro en el que apoyar su cabeza, unos labios que besen sus mejillas o que sonrían sus palabras o una lágrimas que lloren sus penas, y disfruten sus alegrías. Es la amistad a flor de piel, la que navega directa, sin curvas, sin titubeos, sin dudas y sin dobleces. No entiende de esos olvidos premeditados, de esa marginación selectiva, de esas cavernas del alma en las que siempre se esconde la rapiña de la hipocresía y la falsedad verdadera. Esta fotografía no recoge nada de eso, primero porque hay sinceridad en sus gestos, y después porque eran tiempos en los que la compañía era el seguro de vida más importante que se podía firmar en aquellos años. Demuestran que la escasez puede ser en muchos casos una virtud, y que cuando faltan muchas cosas siempre hay una más importante que las puede suplir a todas, o por lo menos hacerlas olvidar. Eran años distintos, y los de la foto también tenían unos años distintos. Y todas esas virtudes, como la amistad, cobran un valor mucho mayor cuando con el paso del tiempo descubrimos que las hemos perdido o las hemos disfrazado detrás de otros intereses. Unos intereses que pueden ser tan legítimos como los de entonces, pero en ningún caso conservan la pureza de la inocencia con la que se vestían los amigos de aquellos años. Da la sensación de que cuanto más nos conocemos menos nos acercamos, cuando debería ser al revés. No hay nada más fuerte que una amistad protegida al paso del tiempo. Una amistad que es capaz de alimentarse con el transcurrir de los años, con la superación de dificultades, con la victoria ante los desencuentros. A veces cuando aparecen esos problemas nos dejamos llevar y no nos damos cuenta que en una mirada, en una decisión, en un olvido, podemos estar tirando por la borda algo que ha costado mucho enhebrar, durante tanto tiempo, y que merecía un trato mucho mejor que el que le acabamos dando.
A pesar de todo sus miradas limpias que nos dejan ver detrás de los ojos, no nos permiten contemplar el futuro, ese tiempo en el que llegan los distanciamientos, las desconfianzas, los rencores gratuitos o los odios más enconados. Si se hubiera podido ver el futuro en aquellos ojos limpios no estaríamos ahora preocupados por la distancia, por la indiferencia o por cualquier otra fórmula que defina ese odio y ese rencor. Sólo nos preocuparía la amistad de verdad, la que brota a flor de piel.