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BLACOS: Yo no lo sé, pero creo que Blacos no ha sido nunca...

Yo no lo sé, pero creo que Blacos no ha sido nunca un pueblo muy católico. Ni en aquellos años que dominaba el pensamiento único y era obligatorio tener fe en Dios y demostrarlo cada domingo. Pero en el caso de San Miguel era distinto y se unía el deseo litúrgico con la cara festiva de toda romería. Y por ello los devotos del Santo eran clara mayoría. Yo iba con mi abuelo Nicanor al que como a muchos otros le gustaba más el humo de la lumbre que el de las velas o los cirios de la iglesia. Pasábamos el trance de la procesión hasta la Cruz de la Naílla y luego nos montábamos en el carro y algo más tarde en el remolque del tractor. Ahí empezaba la fiesta. Llegábamos, y sin tiempo para sacar la fiambrera con la tortilla de patatas, el chorizo y el lomo, ya se oía cantar al tío Sinesio. Es mi primer recuerdo de ese día. Después nunca acabó de maravillarme como bebían el vino en bota o en porrón los pastores más avezados. Recuerdo que el tío Lagunas se lanzaba el chorro sobre la frente y después caía por la nariz hasta la boca con una precisión milimétrica. Tengo que hacer esfuerzos pero también me acuerdo de como corría el porrón de mano en mano y se bebía mientras los que miraban cantaban la sociedad. Los más pequeños cuando nos aburríamos nos íbamos a la fuente y hacíamos molinos con los juncos y los colocábamos en la canaleta de madera para que los moviera el agua cuando salía desde el manantial hasta el estanque. Después de beber y comer, el punto y final lo solía poner " La Quinta de Mujeres", que cantaba el Eusebio. Una canción que ahora indignaría a las feminsitas pero en aquellos años era una letra valiente porque hablaba de la guerra y de la política, dos temas tabús que despertaban días de tragedia y noches oscuras que algunas veces terminaban al lado de una cuneta o en el muro de un cementerio. Afortunadamente Blacos se escapó de la historia más negra que se ha escrito en el siglo XX.
Y después de la quinta, todos a casa, con el alma limpia por la procesión y la misa, y con el cuerpo más alegre que otros días porque se había comido más y se había trabajado menos. Al llegar al pueblo de nuevo había que terminar la romería en la Iglesia porque entonces los curas te mandaban con la misma facilidad al fuego de la hoguera que te encumbraban en los altares. La diferencia más que las ideas la determinaba la cartera. Menos en el caso de San Miguel donde había unanimidad en la veneración. Y eso que no lo sé muy bien, pero creo que Blacos nunca ha sido muy católico.