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BLACOS: Una oscuridad tranquila lo invadía ya todo. En los...

Una oscuridad tranquila lo invadía ya todo. En los oídos todavía resonaba el murmullo de una comida multitudinaria, la cancioncilla de los juegos de niños o la conversación al calor de una taza de café. En la noche del primer lunes después de Semana Santa, Blacos volvía a su letargo habitual. El único movimiento era el de un gato que se desperezaba en la esquina del patio después de restregarse sobre la pared de la iglesia. Era una noche tan tranquila que el humo que salía de la chimenea de la escuela no encontraba ayuda para elevarse y la falta de aire lo aplastaba contra el suelo del patio de la iglesia y la noche recuperaba el run run del tráfico de la carretera, que es otra de las señales que dibujan las noches tranquilas y solitarias de Blacos. Y en ese momento los sentimientos se despiertan y los recuerdos cobran vida en forma de memoria. Y decidí que era el momento. Les dije a las dos que no me gusta hablar de los vivos, porque siempre olvidas algo o a alguien y al final el resultado es deprimente. Pero voy a volver a saltarme mis principios, pero sin usar nombres porque así siempre se mantiene una pequeña dosis de ambigüedad y otra gran pizca de misterio. Son amigas, me atrevería a decir que grandes amigas. Y comparten esa amistad que se alimenta de experiencias parecidas pero de caracteres muy distintos. Mezclan a la perfección el duende gitano y el apunte flamenco con la austeridad castellana y la belleza tranquila. Las dos han superado algunos vértigos que les reservaba la vida y han amanecido agarradas de la mano para superar esas turbulencias y mantenerse firmes, con los pies en el suelo y con el alma en una nube, que es como mejor se vive la vida y mejor se disfruta de la amistad. Es difícil ser más explícito, pero las dos se profesan una amistad que merece conocerse de manera más profunda. A simple vista puede parecer que una toma la iniciativa y la otra se sumerge en el ciclón. Pero si las observas con un poco más de detenimiento descubres que no es así. Son dos mundos distintos, al mismo nivel, a idéntica altura, pero con diversas trayectorias vitales. Son dos mundos paralelos, se mueven uno cerca de otro, pero no son invasivos, todo lo contrario. Son permisivos y receptivos por encima de cualquier otra diferencia. Son algo así como el volcán, siempre en ebullición, y la lava que sale pacífica y se expande por la ladera de forma lenta pero firme. El volcán sin la lava, se queda en una simple amenaza que acaba perdiendo fuelle con la fuerza de la costumbre. Y la lava sin el volcán pierde su origen y hasta puede que dude de su necesidad. Las amistades de verdad son las que no bucean en las diferencias, sino las que se bañan todos los días en el agua clara, en las tardes de sombra o en las noches de luna llena. No quiero que sea una adivinanza. Para evitarlo es fácil observarlas cada vez que se junta en Blacos. La una trasciende a la otra, pero a la vez es dependiente de ella. Son como los días de verano, largos, soleados y siempre cálidos. Para acercarse un poco más, siempre están en el centro de los guisos, pero también están en primera línea a la hora de acercarse a la fuente, remangarse y limpiar todo lo que se ha ensuciado. Lo que seguro que no necesitan limpiar nunca, es su corazón, y eso que es grande. Es la ventaja de esas personas que rara vez se manchan por dentro.