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BLACOS: Hace unos cuantos años, allá por el invierno de los...

Hace unos cuantos años, allá por el invierno de los 60, Blacos era un pueblo encogido en sí mismo. Sus calles se iluminaban con lámparas de una sola bombilla, alimentadas por la escasa fuerza que llegaba desde el viejo molino. En las casas no había grifos, y el que quería beber agua se iba a la fuente, y el que quería que bebieran sus animales, se los llevaba directamente al río. En aquellos años los lavabos eran palanganas, las bañeras había que buscarlas en los remansos del avión, y los retretes siempre estaban detrás de cualquier esquina, debajo de cualquier roca o al otro lado de la puerta de la cuadra. A los frigoríficos se les llamaba fresquera y eran muy económicos porque no necesitaban enchufe para funcionar. Encima de la mesa se colocaban tapetes de ganchillo y como mucho en lugar de televisión aparecía un viejo telefunken por el que transportábamos nuestros sueños o viajaba el fruto de nuestra imaginación. El teléfono ni estaba ni se le esperaba, los videojuegos no eran virtuales, tenían al pueblo como espacio físico. Lo más parecido que teníamos a las tablets, eran las tabletas... pero de chocolate. Viajar a Soria costaba más tiempo que el que ahora tardan algunos en correr una maratón, el periódico era un oscuro objeto de deseo, las gafas casi siempre tenían las mismas dioptrías y la primera vez que vimos una máquina de escribir, la del César, lo veíamos a él y a su "intrumento", con la misma aureola de héroe que luego le dimos a Neil Amstrong cuando dijo que había pisado la luna. El fútbol siempre era gratis, no había pago por visión. Se podía ver directamente en las eras o escucharlo a través de la radio. Entonces ya descubrí que todos los periodistas somos unos mentirosos. Hubo uno, cuando yo tenía 6 o 7 años, que dijo que Pirri marcó un gol con el pecho, desde el centro del campo. Y eso que entonces no se conocían las historias de Asterix y Obelix. En las fiestas la música era auténtica, sin playback ni efectos sonoros. Vamos era tan pura como la de Trébol, que era un conjunto con mucha experiencia que tocaba en el santo.
Cuento todo esto, para demostrar que en aquellos años nadie pensaba en la globalización, que viene a significar que en todas las partes del planeta hace ya unos años que nos copiamos todos unos a otros como si no hubiera espacio para la singularidad. Pero, llega un día cualquiera de mayo de 2.014, y descubres que siete personas comen en Blacos una paella que la firmaría el mejor chef valenciano. Y en tierras valencianas otros de Blacos brindan a la orilla de la playa para celebrar que se han encontrados a cientos de kilómetros. Y probablemente se encontraron sin haberse buscado, simplemente por el instinto de los que tienen un pasado común. Han pasado unos cuantos años, pero si algunos levantaran la cabeza, y no precisamente de la tumba, se quedarían pasmados. La gente de Blacos mantiene intacto su pasado, pero el presente y el futuro va mucho más allá de lo que se puede ver desde el patio, desde el santo o desde las eras. Blacos y sus gentes hace mucho tiempo que han roto las fronteras del espacio y del tiempo. Y a pesar de los pocos que somos te puedes encontrar a alguno tomando unas copas en Benidorm, en el zoo de Madrid, en una terraza de los campos de Marte o de la Torre Eiffel, a bordo de un autobús panorámico en Londres, o disfrutando de un amanecer en Bangkok. Quien nos lo iba a decir cuando salíamos de casa, impacientes y con un trozo de chocolate entre el pan para cazar moscones en las eras o asar patatas en las cuevas del camino de la Villa. Podemos parecer los mismos, pero yo al menos, hace tiempo que no me reconozco dentro de esos pantalones cortos, el pelo al uno con flequillo de mohicano y una enciclopedia, que a pesar de lo pequeña que era, contenía todo el saber de entonces. Tampoco me reconozco buscando un guijarro debajo de la piedra del Raso, y menos cuando me cuesta tanto decidir en el hiper entre la colección de papel higiénico con efecto suavizante y olor a campo verde. Y como cada vez es más difícil reconocernos en ese pasado, es bueno, magnífico, que nos juntemos en el presente y hagamos planes para el futuro: Si nos juntamos las señas de identidad despiertan solas y volvemos a ser aquellas criaturas que iban con el botijo a la fuente o con el macho a la orilla del Milanos. Da igual que comamos una paella o bebamos una caña. En el fondo del plato y al final del vaso se puede ver nuestro origen, el de Blacos. Aunque estemos en la otra punta del mundo, o con la cabeza escondida entre nuestra indiferencia.