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BLACOS: Hay sonidos de la infancia que se agarran a la memoria...

Hay sonidos de la infancia que se agarran a la memoria con la misma fuerza que el primer amor se agarra al corazón. Y entre esos sonidos está el de la Fuente, esa fuente con mayúscula, que no necesita apellidos porque muchas generaciones de Blacos sabemos qué fuente es y sabemos también que no se puede confundir con ninguna otra. A mí me basta con cerrar los ojos y automáticamente oigo ese ruido singular del agua al salir del caño y chocar con el culo del botijo. Podías llenarlo perfectamente con los ojos cerrados porque el sonido iba cambiando a medida que el botijo se iba llenando. Muchos de nosotros éramos capaces de llenarlo sin abrir los ojos y sin que se escapara ni una sola gota. También podíamos dejarlo que se llenara completamente y que el agua saliera por el "pichi". Entonces la melodía se triplicaba y distinguíamos perfectamente el sonido del agua que iba del caño a la boca, el sonido del interior al llenarse y el tercer sonido era el que producía el agua sobrante al salir del botijo y chocar con el agua de la poza que lo sujetaba. Y esta melodía se convertía en una polifonía si añadíamos el ruido del agua del río al tropezar con las rocas unos metros más arriba, el que hacía un poco más abajo al encontrarse con las tablas de lavado y el que se perdía cuando el agua se amansaba antes de llegar a la curva, camino del nido de la cigüeña. Y a todos ello siempre, ponían los coros, la multitud de pájaros que poblaban las ramas de los árboles o el de las ranas que vivían en las orillas. Era así, no hay exageración alguna. Ahora lo podemos considerar como un paisaje bucólico, idílico… pero en aquellos años era nuestra sala de estar unas veces, y otras nuestro lugar de trabajo. Y allí, como he contado alguna vez, se tejían tertulias interminables que se movía entre "Crónicas de un Pueblo", y el mentidero de la escasa crónica rosa que producía un entorno tan pequeño. Pero con todo esto, que no es poco, a mí me parece que la fuente significaba mucho más. Significaba por ejemplo la iniciación en la cultura del esfuerzo y la solidaridad de los más pequeños de la casa con el sacrificio de los mayores. Es posible que me equivoque pero yo no recuerdo nunca haber visto a un padre de familia bajar a llenar los botijos, y las madres lo hacían cuando tenían que llevar el cántaro y nosotros no podíamos con él. De los hermanos mayores ni hablamos. Todos ellos estaban esperando a que el hermano pequeños pudiera ir sólo para mandarlo a la fuente. Ahora a cualquiera de nuestra edad de entonces le dices que vaya desde la mesa al grifo a llenar la jarra, y después de mirarte con mala cara y adivinarle el pensamiento en el que se acuerda de toda tu familia, enseguida se pone a negociar y a establecer turnos para escurrir el bulto. En aquellos años era innegociable. Ir a la fuente figuraba ya en tu partida de nacimiento y era uno de los primeros peajes a la vida. Pero no hay que pensar que no siempre era un sacrificio, muchas veces era un placer y yo más de una vez he de reconocer que a mitad de camino me encontraba con alguien con quien quería estar y vaciaba el botijo para volver a llenarlo y alargar la compañía. El único riesgo es que alguien estuviera muerto de sed y esperando que llegaras con el botijo. Ahí esa actividad placentera se convertía en un deporte de riesgo. Pero por eso mismo, porque era un coto para los pequeños de la casa, era también el sitio en el que más intimidad teníamos, y también en el que menos prisa nos dábamos en terminar con el trabajo. Y a veces era también un lugar el que nos abandonaba el estrés y la concentración. Surgían los impulsos y las guerras de virilidad y a veces lo pagaba el botijo, que acaba en mil pedazos. Entonces todo se volvía negro y nos entraba una desazón y un reconcome a la espera de la sentencia por nuestra poca cabeza. Los botijos no eran un objeto de lujo, pero no estábamos para dispendios y eso se notaba en el carácter de nuestros padres ante la pérdida de un objeto básico en la economía doméstica.
De todo esto y de algo más me acordé el día que bajé con mi primo el "Baraka" a fotografiar la fuente. Era un cadáver desmembrado, había perdido todo, no había caño, no había poza, y por supuesto no había ruido ni para componer una estrofa de la antigua melodía. Hasta el río ha abandonado su curso normal en una maniobra de divorcio con su antigua compañera. La fuente era un túmulo de tierra y algo de piedra, que había sido capaz de salir a la luz después de muchos años enterrada. Y seguro que lo ha hecho para despertar los recuerdos que podían estar dormidos. Pero no, los primeros sonidos de la infancia siguen agarrados a la memoria como el primer amor se agarra al corazón.