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BLACOS: Se dice que la sencillez es una virtud, y por tanto...

Se dice que la sencillez es una virtud, y por tanto los que viven la vida de una forma sencilla se puede decir que son unos virtuosos de la vida. A veces esta tautología, verdad absoluta en términos filosóficos, tienen todos los argumentos para considerar que la sencillez es una de las mejores formas de vivir. Te imaginas, una pradera más o menos irregular, unos árboles repartidos de forma estratégica para acariciarnos con sus sombras, una lumbre, unas parrillas y unos bidones cargados de hielo y rellenados de bebidas. A eso le añades unas costillas, unas chuletas, unas cuantas tortillas y te vas acercando a la sencillez de la vida. Le faltan unos pocos ingredientes más. La presencia de un santo protector recluido en el pedestal de su ermita, el aire limpio y muchas veces soleado, un poco de sal y algo de cebolla y puedes cocinar el menú de la felicidad, al menos par un día. Pero, igual algunos ya lo habéis pensado, falta dos elementos fundamentales y que tampoco exigen echar mano de las tecnologías. Con un porrón y una bota se completa el bodegón de la romería. Y como diría un amigo mío, lo del porrón y la bota no es cuestión baladí. Seguro que si cada uno de nosotros tuviera que elegir un elemento necesario en el santo, habría una gran variedad. Pero yo, aunque no soy muy amigo del vino, me quedo con esos dos. Para mí siempre han sido unos maestros del malabarismo aquellos que manejaban con destreza el porrón y la bota. Nunca he sido capaz de hacerlo, pero eso de beber a chinguete siempre lo he considerado de una habilidad especial. Creo que alguna vez he citado a algunos maestros de este arte. La memoria me ilumina la imagen del Eusebio, algo más tarde la de mi tío Ismael y más reciente la de Juan, Miguel o Vicente. El momento culminante es cuando dejan de beber y consiguen que no se escape ni una gota. Yo todavía tengo de recuerdo alguna camisa blanca con la mancha roja que me recuerda mi torpeza. Pero a ellos, no se les escapa ni una gota. Pueden dejar de beber haciendo un giro con la muñeca, levantando la mano con rapidez o simplemente dejando de apretar. Y ya cuando veías a esos artistas que echaban el chorro en la frente y acababa en la boca, te dabas cuenta de que lo que veías en el circo tampoco tenía tanta dificultad. Era, y es, el arte de lo sencillo o de lo imposible para los que nos inclinamos por el botellín de cerveza y aún así a veces tenemos problemas para embocar.
Pero yo también creo que en el Santo hay algo más, aunque es más difícil de verlo. Yo observo todos los años que por encima de la tradición se puede ver cierto fervor religioso. Puede ser mínimo o escaso, pero para mí tiene también un valor especial, aunque yo, como mi abuelo, soy más amigo del humo del tabaco que del de las velas. Pero no sé, esa limpieza, eso mensajes al lado de los pies de San Miguel, esas velas encendidas, ese recogimiento que contemplas a veces, esa mirada embelesada del amor de una hija, sí Gloria y Mari lo digo por vosotras, hacia un padre al que le cuesta subir pero que luego todo lo encuentra a pie llano, en un camino recto, sin piedras, hasta el corazón. Son detalles, o puede que sólo sean imaginaciones mías, pero me atrevería a asegurar que algo de todo eso también hay en los dominios del Santo. Y es normal. Algunos de los que ahora lo visitan de año en año, hasta hace poco eran vecinos, compartían gastos de comunidad, se intercambiaban sueños a la luz de las estrellas de la noche de verano, buscaban su cobijo en días de tormenta... Todo esto crea una familiaridad, que muchas veces puedes vivir al lado de la fe. Totalmente respetable, y en mi caso también totalmente envidiable. Porque los que creen en la aureola beatífica de San Miguel, hacen el camino de la romería con muchas más ganas y muchos más deseos que los demás. No sé si se cumplen o no, porque no se ve, pero es como los de las meigas, "Haberlas hailas".
Y aquí también reina la sencillez, lejos de estridencias, vacíos de histrionismos y desnudos de afanes de protagonismos materiales. Unos hacen el viaje sólo por el exterior de su cuerpo, y otros se dejan acompañar por sus rincones interiores. Nada distinto de lo que pasa en la vida, pero en la vida vivida con sencillez.
Igual este sábado los detalles son más evidentes o más secretos. Pero todos los que vayamos al Santo podemos pensar que hay muchas vidas que viajan de romería. Unas vuelven y otras se quedan al amparo protector de San Miguel. Es así de sencillo, como la romería. Como la vida.