BLACOS: Ha sido pura casualidad. No os voy a contar como es...

Ha sido pura casualidad. No os voy a contar como es mi trabajo porque seguro que no os interesa lo más mínimo. Pero sí os puedo decir que hay momentos que necesito buscar un escape, trepar al tejado de la imaginación o recluirme en un rincón silencioso y mirar todo desde una cierta distancia para aplacar los impulsos. Pero en esos momentos se interrumpe mi concentración y se desboca mi memoria, que he conseguido mantener aletargada gracias a la tensión absoluta que exige lo que estoy haciendo o diciendo en esos momentos. Y cuando consigo aislarme y ver el mundo desde lejos, puedo hacer dos cosas para mantener ese momento. O bien me pongo a escribir en esta página o simplemente tecleo el nombre de Blacos en algunas de las muchas redes sociales y páginas web que viven en mi ordenador y dejo que mi imaginación inicie una round de lucha con mi memoria.
Hoy he hecho esto último. La imagen que ha aparecido en la pantalla venía acompañada de un título, " La naturaleza. En tu recuerdo". Y como era un vídeo musical he puesto el volumen al máximo que es como me gusta escuchar la música cuando estoy solo. Ha debido ser el estruendo que salía de mi despacho el que ha hecho que entrara uno de mis mejores amigos, que es cámara de tv, pero uno de los mejores fotógrafos que he conocido. Su primer saludo ha sido su peculiar sonrisa burlona y un gesto más o menos despectivo, con el que quería decir algo como: "Ya está el macarra éste buscando lo último de Sabina". Una sonrisa y un gesto que han durado dos segundos. El tiempo que ha tardado en acercarse a la pantalla y quedarse hipnotizado con lo que veía. He intentado hablar pero me lo ha impedido durante el tiempo que ha durado el vídeo. Nada más terminar se ha deshecho en alabanzas, que tienen un valor incalculable en un tipo eternamente insatisfecho y exigente hasta el máximo. Le ha costado creerse que yo, un animal de letras y de lecturas y sin ninguna sensibilidad artística, pudiera tener alguna relación con alguien que maneja el objetivo como un pincel y que su mirada desde el otro lado pinta los paisajes a su antojo. Unos paisajes que colocan sus elementos al dictado de su objetivo y que esa mano pincel los ilumina o los difumina con el genio reservado a los artistas.
Y ahí automáticamente me ha salido ese vanidoso que vive en mi interior y he empezado a presumir hasta que me he dado cuenta, que la cercanía no siempre asegura la amistad y que a veces parece que nos conocemos hasta que descubrimos que no, que el tiempo en común no ha dejado de ser una barrera creada a base de distintos sentimientos, distintas sensibilidades, distintos amigos, diferentes trayectos, y una diferencia que puede resumir todas las demás, diferentes edades.
En esos años en sepia, como yo veo aquella juventud prehistórica, mi recuerdo se perdió en una adolescente precoz que desayunaba todos los días tazones de romanticismo. A partir de ahí el sepia se difuminó a un negro permanente y de repente desemboqué en una pradera verde, un verde tan intenso que exige una complicidad absoluta para dejarse retratar. Y así poco a poco, como la lluvia fina, no dejé de empaparme en una trayectoria inusitada, en contemplar una sensibilidad abrumadora, en tratar de descubrir el pensamiento que ordena el clic de la cámara en el momento exacto. En comprobar que esa naturaleza que tengo delante está construida de millones de detalles, luces y colores que jamás hubiera descubierto a no ser por esos vídeos que alguien me dijo un día donde estaban colgados. Y así, en unos segundos y con cierta pesadumbre, te das cuenta que puedes rozar tu hombro con el suyo y sin embargo os separan miles de kilómetros y un desconocimiento tan profundo que puede llegar a ser doloroso. Y el único bálsamo es buscar esa palabra, teclearla y abrir los ojos para empezar a asombrarme.
Mi amigo, el de antes, se va mañana a Finlandia para hacer fotografías nocturnas. Estoy seguro que no apretará el botón, ni moverá el obturador como hasta ahora, porque ha descubierto que el arte puede estar en una flor a la puerta de tu casa o en un gato que dormita al sol debajo de tu escalera. Y además cuando haga eso sabrá lo que yo estoy pensando, que ya no huyo a mi rincón a ver las fotos que él me manda por email. Que a veces también veo otras cosas tan buenas como las suyas y sin esperar a que vuelva de Finlandia, de la India o de esos sitios estrambóticos a los que se va. La belleza se puede fotografiar simplemente con correr el visillo de la ventana de la sala de estar.