Oda al borracho
Estás perdido sin encontrar tu rumbo. Bajo el cielo estrellado y la luna traicionera que no sale hoy. Ni saldrá mañana. Que tu casa no está en el primer portal que te abrigue del frío ni el amor en la primera mujer que te diga te quiero. Y los peldaños que te llevan a tu cueva son cada vez más altos a medida que los subes, que parece que crecieran cual problemas que trajiste al borde de esta escalera. Pero si llegas al cielo sin arrastrarte siquiera, sabrás que has vencido y puedes ganar a cualquiera. Rebusca entre las costuras del bolsillo de tu pantalón, la llave que abra tu puerta, que inerte y sola, parece muerta, como muerto y descosido también está tu corazón. Adéntrate a oscuras, ciego, paso a paso, palpando con las yemas de tus dedos esas paredes que creías conocidas y de las que ahora dudas, velocidad y posición, bendita indeterminación. Déjate caer con tu sucia ropa en su limpia suavidad. Ámalas a las tres. Cada una en su sitio. Debajo de ti, en tus brazos y en tu mente. Y la noche girará sobre sí misma y será el momento de abandonarla sobre la mesa, dejándola vacía de contenido y de recuerdos. Intentarás dormir y un azufre hirviendo recorrerá tu cuerpo de arriba a abajo, de sur a norte, de dentro a afuera. Quemándote como dicen que hace el infierno con los pecadores. Abandona el lecho, a tu amante, corre rápido, evita el desastre. Suelta tus penas en la blancura infinita, en el agua, fuente constante de vida desde el principio de los tiempos. Apoya tu triste pero feliz cara sobre el suelo cerámico y duerme. Y despierta junto al sol, envuelto en tu propia desesperación y en tu olor, pues tu última amante se habrá convertido en otra, más fea y más dolorosa que la anterior. Pues el hombre que en etanol se envenena, en tres bellas señoras se envuelve, su cama, su botella y su borrachera. Y aunque jure y perjure, el no volver a caer en el error cometido y aprender, la única lección que saca, se llama resaca. Y tendrá repetición.
Estás perdido sin encontrar tu rumbo. Bajo el cielo estrellado y la luna traicionera que no sale hoy. Ni saldrá mañana. Que tu casa no está en el primer portal que te abrigue del frío ni el amor en la primera mujer que te diga te quiero. Y los peldaños que te llevan a tu cueva son cada vez más altos a medida que los subes, que parece que crecieran cual problemas que trajiste al borde de esta escalera. Pero si llegas al cielo sin arrastrarte siquiera, sabrás que has vencido y puedes ganar a cualquiera. Rebusca entre las costuras del bolsillo de tu pantalón, la llave que abra tu puerta, que inerte y sola, parece muerta, como muerto y descosido también está tu corazón. Adéntrate a oscuras, ciego, paso a paso, palpando con las yemas de tus dedos esas paredes que creías conocidas y de las que ahora dudas, velocidad y posición, bendita indeterminación. Déjate caer con tu sucia ropa en su limpia suavidad. Ámalas a las tres. Cada una en su sitio. Debajo de ti, en tus brazos y en tu mente. Y la noche girará sobre sí misma y será el momento de abandonarla sobre la mesa, dejándola vacía de contenido y de recuerdos. Intentarás dormir y un azufre hirviendo recorrerá tu cuerpo de arriba a abajo, de sur a norte, de dentro a afuera. Quemándote como dicen que hace el infierno con los pecadores. Abandona el lecho, a tu amante, corre rápido, evita el desastre. Suelta tus penas en la blancura infinita, en el agua, fuente constante de vida desde el principio de los tiempos. Apoya tu triste pero feliz cara sobre el suelo cerámico y duerme. Y despierta junto al sol, envuelto en tu propia desesperación y en tu olor, pues tu última amante se habrá convertido en otra, más fea y más dolorosa que la anterior. Pues el hombre que en etanol se envenena, en tres bellas señoras se envuelve, su cama, su botella y su borrachera. Y aunque jure y perjure, el no volver a caer en el error cometido y aprender, la única lección que saca, se llama resaca. Y tendrá repetición.