Rebaja tu factura AQUÍ

BLACOS: Un Sábado de Gloria me senté allí, a la orilla del...

Un Sábado de Gloria me senté allí, a la orilla del verano y me puse a pensar. Y enseguida noté cierta desazón al ver como evoluciona nuestro entorno. Un pueblo apacible en la superficie, se antoja turbulento y atribulado en el fondo. Hay comportamientos, palabras, señales, indicios, que desembocan en un desencuentro soterrado y me parece que también muchas veces tormentoso. Y más allá de buscar razones o perfilar compromisos, intenté buscar algunas causas. La verdad es que el resultado acaba siendo desalentador, porque la gravedad de la tormenta debería estar siempre en relación con la oscuridad de las nubes, el aparato eléctrico que las cruza o el torrente de agua que provocan. Puede ser una lectura distante y desapasionada, pero allí donde parece haber un tsunami voraz, yo sólo encuentro algunos algarazos de marzo, y algún trueno hueco, que hace mucho ruido pero que casi siempre se queda en la amenaza. Da la sensación de que estamos con el agua al cuello, cuando sólo nos hemos mojado las suelas de los zapatos. Aparecen en el horizonte señores de las galernas que salen a la calle abrigados de granizo y de ciclones descontrolados. Y muchas veces está más cerca de un sol apagado a los rescoldos de un otoño que ha acabado antes de llegar al invierno, que de un verano resplandeciente que siempre espera a la vuelta de la esquina de una primavera productiva. Es cierto que en Blacos el tiempo es impetuoso, inestable, caprichoso, intolerante y mordaz, pero si lo reducimos a un análisis más simplista, concluimos que en verano hace calor y en invierno mucho frío. Todo sería mucho más fácil si dejáramos el termómetro en casa, nos olvidáramos de las previsiones y de los augurios y nos dedicáramos a vivir. Porque en el fondo lo mejor de la vida es que la puedes vivir, no siempre a tu manera, no siempre acorde a tus deseos y casi nunca aliada con tus sueños y aspiraciones. Pero si no vives la vida, te puedes encontrar con que se acaba cuando tú no has empezado todavía a descubrirla. Y cada uno tiene su vida, tan buena o tan mala como cualquier otra, pero única y exclusiva para cada uno. La vida es muy egoísta y muy exigente, y no entiende de dilaciones ni de aplazamientos. Hay que vivirla en ese momento, porque es único e irrepetible Eso sí para vivirla cada uno debe establecer sus propias condiciones. No es de recibo que alguien ajeno quiera marcar las pautas a tu forma de vivir, ni tampoco que cada uno viva su vida con las condiciones que le pone quien no tiene que vivirla. Son cosas que casan muy bien
con la tolerancia y el respeto a la diferencia y se llevan fatal con la imposición, la dictadura en todas su formas y maneras, o la marginación y el desprecio. Cada uno debemos entender que nuestros derechos acaban donde empiezan los derechos de los demás, y que el respeto exigido debe ser proporcional al respeto ofrecido. Es probable que así estemos más cerca de que la tormenta amaine y las aguas vuelvan a su cauce. Las inundaciones son las que no entienden de respeto, ni de tolerancia y sí de desprecio y marginación. Cuando el agua empieza a inundar nuestro espacio ya no entiende de límites. Lo arrastra todo con su fuerza desatada, incluidos los derechos, los deberes, la tolerancia, el respeto, incluso se lleva por delante el balcón del verano y nos deja a merced del cierzo cuaternario del invierno..