Por fin he sido capaz. Llevaba muchos años armándome de valor para dar el paso decisivo. Han sido muchas horas de profundas reflexiones, días de un montón de incertidumbres y noches de insomnio en las que me imaginaba la carrera y siempre me veía debajo de las astas. Pero el otro día descubrí que era el momento y que nunca hasta ese momento había estado preparado para tomar una decisión de las más trascendentales que he tomado en mi vida. Fueron muchas las señales que me indicaron que era el instante oportuno. Primero visité a San Fermín en su capilla, como hago todas las semanas. Lo encontré tan tranquilo y moreno como siempre, pero en su mirada descubrí un gesto de ánimo y en su media sonrisa quise leer que me estaba diciendo. "ahora o nunca". Ahí empecé a pensar que sí, que había llegado el día. Luego un poco más allá me encontré al ruso del Santo tocando la acordeón y eso también lo veía como un gesto más de que las hadas me eran propicias. Y ya lo definitivo fue que aunque era San Fermín, hacía un frío que pelaba, y la Calle Estafeta iba a estar medio vacía, sin los torpes, ni los borrachos ni los patas que entorpecen las carreras. La noche anterior no pegué ojo, dibujé la carrera cien mil veces y nunca encontraba el lugar adecuado ni la distancia perfecta. Me levanté y llamé por teléfono a dos o tres amigos expertos para que me dieran los últimos consejos. El primero que me dieron fue el de cagarse en todas mis muelas por despertarles a esas horas. Pero luego ya más calmados fueron hilvanando los detalles básicos para que hiciera una carrera perfecta y sin riesgo. Me levanté cuatro horas antes y preparé todo lo necesario. La ropa, las zapatillas cómodas, una camisa y un pantalón ceñidos para no dejar huecos por los que entraran los cuernos. Me llené los bolsillos de estampitas de la Vrgen de Valverde, de San Acacio y de San Miguel para que me protegieran. Y me puse un pañuelo rojo con la figura de San Fermín. Pensé que cuantos más santos corrieran conmigo más reparos tendrían los toros en hacerme daño, sobre todo los de Dolores Aguirre, que eran los de ese día. Estos toros saben que su dueña es muy religiosa y que no le gusta nada que corneen a gente católica. Dice que para eso están los guiris que son protestantes, adventistas, mormones, y todas esas cosas. Luego claro, sabiendo esto me fui derecho a rezar a la capilla de la Plaza de Toros. Bueno, a rezar y a conocer al equipo médico y hacerme amigo de ellos por si acaso. Con los de la Cruz Roja ya tenía enchufe porque este año tiraban el txupinazo y el día anterior les hice una entrevista para pedirles amparo. Hecho esto me tomé un par de cafés que me mandaron directo al baño. Volví a rezar, esta vez para que el café me produjera una gastroenteritis que me impidiera hacer cualquier esfuerzo. No funcionó, y no tenía más excusas. Llegué al centro de la Estafeta y algunos me miraban con cara rara, porque yo por allí sólo voy a trabajar o de cañas. La gran mayoría no me hicieron ni caso, que insolidarios, me hubiera venido bien un poco de apoyo y calor. Son unos egoístas, cada uno va a lo suyo. Con los nervios desbocados comencé a hacer ejercicios de calentamiento, como si no estuviera caliente ya. Bueno me dijeron los amigos que hice eso porque yo hacía rato que había perdido la memoria.
Tres minutos antes quitaron la barrera de los municipales y no me sirvió de nada insultar y hacer gestos obscenos a dos de ellos para intentar que me detuvieran. Se rieron de mi, y me dijeron que si había llegado hasta ahí que asumiera mi responsabilidad. Luego pensé que había un truco infalible. Me tenía que haber hecho el borracho y me hubieran echado del recorrido. Pero claro no me hubiera perdonado nunca un engaño tan infantil. Al irse los policía empezaron a pasar los valientes, que es como se les llama a los que entran en la plaza de toros antes de que salgan los toros de los corrales. Las piernas se me iban detrás de ellos y el corazón iba casi por delante de los saltos que daba en mi pecho. Pero me mantuve pegado al suelo, porque si no seguiría sin respetarme a mí mismo y no era plan. Estaba yo en medio de estas cavilaciones cuando sonó el cohete. Joé, los toros ya estaban en la calle y yo en medio de su camino. Me entraron sudores fríos, luego calientes, después sólo sudaba, luego tiritaba. Y entre una cosa y otra llegaron los Dolores Aguirre. Nos quedamos mirándonos la manada y yo y enseguida noté que simpatizaba con uno de ellos. Traté de mantener un diálogo telepático con él para decirle que me tratara con cuidado, que era nuevo, tenía mucho miedo y necesitaba salir bien de ésta. Pareció entenderlo, se puso detrás de mí, se mantuvo a mi ritmo y cuando le hice una seña se apartó y pasó de largo, como si no me conociera de nada. La verdad es que dismuló tan bien que nadie más se enteró de nuestro pacto. En ese momento experimenté un subidón de adrenalina impresionante. No cabía en mi de gozo, lo había conseguido, había cumplido mi sueño y por fin me iban a dar el carnet de PTV (Pamplonés de Toda la Vida), por el que llevaba suspirando medio siglo. Ya era uno más, ya me había integrado. Y es que el miedo es el miedo, pero más cornadas da la indiferencia y el desprecio. Y ahí me tenéis, uno de Blacos dando la talla en el mejor encierro del mundo, y además puedo contarlo y demostrarlo.
Tres minutos antes quitaron la barrera de los municipales y no me sirvió de nada insultar y hacer gestos obscenos a dos de ellos para intentar que me detuvieran. Se rieron de mi, y me dijeron que si había llegado hasta ahí que asumiera mi responsabilidad. Luego pensé que había un truco infalible. Me tenía que haber hecho el borracho y me hubieran echado del recorrido. Pero claro no me hubiera perdonado nunca un engaño tan infantil. Al irse los policía empezaron a pasar los valientes, que es como se les llama a los que entran en la plaza de toros antes de que salgan los toros de los corrales. Las piernas se me iban detrás de ellos y el corazón iba casi por delante de los saltos que daba en mi pecho. Pero me mantuve pegado al suelo, porque si no seguiría sin respetarme a mí mismo y no era plan. Estaba yo en medio de estas cavilaciones cuando sonó el cohete. Joé, los toros ya estaban en la calle y yo en medio de su camino. Me entraron sudores fríos, luego calientes, después sólo sudaba, luego tiritaba. Y entre una cosa y otra llegaron los Dolores Aguirre. Nos quedamos mirándonos la manada y yo y enseguida noté que simpatizaba con uno de ellos. Traté de mantener un diálogo telepático con él para decirle que me tratara con cuidado, que era nuevo, tenía mucho miedo y necesitaba salir bien de ésta. Pareció entenderlo, se puso detrás de mí, se mantuvo a mi ritmo y cuando le hice una seña se apartó y pasó de largo, como si no me conociera de nada. La verdad es que dismuló tan bien que nadie más se enteró de nuestro pacto. En ese momento experimenté un subidón de adrenalina impresionante. No cabía en mi de gozo, lo había conseguido, había cumplido mi sueño y por fin me iban a dar el carnet de PTV (Pamplonés de Toda la Vida), por el que llevaba suspirando medio siglo. Ya era uno más, ya me había integrado. Y es que el miedo es el miedo, pero más cornadas da la indiferencia y el desprecio. Y ahí me tenéis, uno de Blacos dando la talla en el mejor encierro del mundo, y además puedo contarlo y demostrarlo.