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BLACOS: El otro día me pasó una cosa muy curiosa. Llevaba casi...

El otro día me pasó una cosa muy curiosa. Llevaba casi dos horas en bicicleta e iba por un camino pedregoso y polvoriento. Hacía un calor de justicia y no se movía ni una brizna de aire. De repente se levantó el viento y se creó un pequeño tornado. El embudo de polvo hacía bastante ruido y del susto estuve a punto de caerme. Y, una vez más me recordó a Blacos aunque no sé si podré explicar muy bien por qué. Pensé en esas tardes lánguidas de agosto, con sus gentes a la sombra de la siesta, con el sol cayendo a plomo y con las calles y caminos desiertos. Y de repente cambió la veleta y el aire creó un remolino que dibujó un nuevo paisaje. Fue un reclamo que hizo que la gente saliera de sus casas, abandonara el abrigo de los portales y se reunieran para disfrutar del momento. Automáticamente se cosieron amistades que habían roto sus costuras, cambiaron sus semblantes circunspectos por rostros más amables, acortaron las distancias y se dieron cuenta de que todo era mucho mejor. Ermitaños enclaustrados entre sus cuatro paredes abandonaron sus votos de ausencia y también se arrimaron a disfrutar de un nuevo ambiente que había dejado de ser áspero y encogido para volverse amable y hospitalario. En ese pequeño remolino volvieron a encontrar acomodo, y a disfrutar de las distancias cortas que es donde se fraguan las amistades verdaderas. En el paso de la calma a la tempestad se dieron cuenta de que, si se mantiene, la distancia siempre es el olvido, y que los amigos son siempre la familia que cada uno quiere tener. Y así, casi como sin querer, volvieron a construir puentes que parecían rotos, a recuperar diálogos que se habían cortado de forma abrupta, y a darse cuenta de que la vida son cuatro minutos y que no es cuestión de dejar de disfrutar dos o tres de ellos. Dieron la espalda a miradas inquisitivas y se centraron en los guiños que les hacía el nuevo remolino. Y ahí están, y ojalá que sigan mucho tiempo. Porque los remolinos rompen la rutina y transforman la abulia en diversión y la desidia en una nueva ilusión. Es necesario que el viento soplé del mismo lado. Lo reconozcamos o no, los visitantes del pequeño tornado salen ganando, los demás también, y el pueblo recupera algunas pulsaciones que se había dejado por el camino.