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BLACOS: No me parece justo. Estoy un poco triste y bastante...

No me parece justo. Estoy un poco triste y bastante decepcionado porque creo que no me merezco este trato. Desde ayer se celebra en Madrid, organizado por telefónica, un congreso de antiguas teleoperadoras. De esas señoritas que cuando marcabas el 003 te respondían con una voz impersonal pero cálida, sedosa y amable y te decían el número de teléfono que pedías. Pero entre esas amables señoritas, seguro que hay algún señorito, que puede que no tenga la voz igual de amable, pero sí igual de impersonal a la hora de contestar al otro lado del aparato. Y entre todos ellos están aquellas y aquellos que colocaban la clavija en el agujero justo para que te llegara la voz de tu tío de Barcelona o de tu amiga de Cádiz. También es cierto que a veces querías hablar con tu tío y al otro lado de la línea oías la voz de una señora extremeña que te confundía con su hijo o, lo que es peor, con el que leía los contadores de la luz y ella se empeñaba en darte los números del consumo de ese mes. U otras veces sí que estaba al otro lado tu tío de Barcelona, pero daba la sensación que se había ido a vivir a Tokio y que hablaba un perfecto japonés, porque la voz se oía muy lejos y no entendías nada.
Bueno pues eso, estoy cabreado porque a mí no me han invitado a ese congreso, y creo que me lo merecía. En esta vida he conseguido como mucho tres o cuatro veces ser el primero en algo. También es cierto que nunca me he esforzado para conseguirlo más veces. Pero lo que nadie me puede discutir es que fui el primer telefonista de Blacos. Ya lo he contado alguna vez, pero lo repito, a los cinco o seis años fui el primer telefonista de Blacos. Es cierto que yo no tenía que colocar clavijas en ningún agujero. Pero sí tenía que darle vueltas a una pequeña manivela para que sonara el timbre en el Burgo. Allí estaban las de las clavijas. Para mí en aquellos tiempos no era cuestión de clavijas sino de magina. No podía entender que estas señoritas supieran donde vivían todos a los que les ponían conferencias, y con darles sólo un número sabían donde vivían el Poli, el Isidro, mi tío Ismael, el Felipe Lagunas y todos los que tenían teléfono. El ejercicio más malabarista me parecía el que les hacía encontrar al mecánico que arreglaba la cosechadora del Celestino cuando éste venía a llamar para que fuera a Valdefrancos a arreglarle una sirga, un cojinete o el peine de la cosechadora. Esto era el no va más. Nunca he conseguido ver a ningún mago que haya conseguido mejorar este malabar.
Ahora mi trabajo me parecía fácil, pero en aquellos años no me dejaba dormir. Era mucha responsabilidad para un niño tan pequeño conseguir que las madres hablaran con los hijos, los tíos con los sobrinos, los primos con los primos, Celestino con el maquinista, la tía Eleuteria con el médico etc. etc. Era duro y exigente aquel trabajo de concentración.
Y luego exigía una importante dosis de honradez, que ya sé que en estos tiempos es impensable. Ahora nos colgamos de internet o de la tele para saber a quien le pone los cuernos la artista de turno, cuantos pisos tiene el director de Bankia o que comía Ronaldo de pequeño para estar tan cachas. Antes no, nos daba igual. Mi primer mandamiento como telefonista era no escuchar las conversaciones de los que llamaban. Y la verdad es que no me costaba nada. En cuanto se ponían a hablar yo me iba a la calle a jugar y cuando terminaban me llamaban para que yo hablara con la centralita y me dijeran lo que había costado la conferencia, porque enaquellos años todo eran conferencias. Y he de reconocer que a los que llamaban no les importaba nada que les escuchara. Había dos aparatos de teléfono. Uno de ellos en una cabina cerrada para tener cierta intimidad. Y digo cierta porque las paredes no llegaban hasta el techo y se podía oír la conversación sin el menor esfuerzo desde el centro de la plaza e incluso desde el servicio de espionaje de Estados Unidos. Así que no se molestaban en poner micrófonos ni cámaras ocultas. Por esto todo el mundo hablaba sin ningún reparo desde el centro del portal y si había gente esperando, pues entretenía la espera escuchando. Probablemente por esto de la honradez y la discreción uno de mis personajes menos querido de la serie "Cuéntame", es la telefonista del pueblo de los Alcántara, en Albacete. Es una cotilla y una chismosa y no sólo se entera de todo porque siempre escucha las conversaciones, sino que luego se lo cuenta a sus vecinas en las tardes de sol y calceta. Es una vergüenza y un desprestigio para nuestra profesión. Espero que a ella tampoco la hayan invitado al congreso de Madrid. Si no la han invitado, cosa que se merece, ya me importará un poco menos que se hayan olvidado de mí. Y eso que tengo muchos más méritos y mucha más discreción que ella y seguro que más que algunas que sí habrán invitado. En cuanto acabe de escribir este voy a llamar a Movistar para dar de baja todos los teléfonos fijos y móviles de mi familia. Me voy a pasar a otra compañía, a una que me asegure una invitación para este tipo de saraos.