BLACOS: Era la primera noche de invierno después de un eterno...

Era la primera noche de invierno después de un eterno verano. Y en Blacos el frío nocturno actúa siempre como cortina contra el ruido y de abrigo donde se refugia la alegría. Enfrente de la ventana de la Luisa, una pared de adobe firmaba la edad de una casa que ha vivido muchos días de Todos los Santos y muchas noches de las Ánimas, pero entre sus adobes no se dibujaba ni un sólo rasgo de la moderna noche de Jalohuen, que no deja de ser otra costumbre americana que parece que ha mamado entre las paredes de un pueblo de la Castilla profunda. Pero es lo que tiene el progreso y la modernidad, algo que casa mejor con los cambios y las evoluciones. Y desde que la imaginación se ha mudado a la casa del olvido, la rutina ha huido por los estrechos ventanales de la noche y consigue atraer al calor de la estufa a esas almas que vagan por una madrugada de insomnio y penumbra en busca de una copa y un guiño de amistad. Y todo esto se podía imaginar sobre esa pared de adobes bañado por mil lluvias, congelados por alboradas de hielo, y alumbrados por todas las noches de luna llena. Era curioso, un poco más allá, a las puertas del cementerio todo era silencio, un silencio envuelto en la niebla del recuerdo, de la pena y de la nostalgia. Era la noche, su noche, y sin embargo las almas errantes no querían buscar nuevos rincones en una noche de fiesta. Un castizo diría que era la noche de los muertos, pero en Blacos fue la noche de los vivos que inventaron otra forma de honrar a los que ya no están vivos. Y por eso todo se vistió con las galas de esas noches especiales, de ese clima tan personal que se respira en Blacos en muchas ocasiones elegidas. No se puede describir, no se puede contar y casi casi no se puede fotografiar. Y no se puede hacer ninguna de esas cosas porque los sentimientos son etéreos, no se trasladan, no se mezclan, y no colaboran. Son personales y viven su propia vida, hasta en la noche de los muertos.
Pero era una noche que por otro lado tenía envidia de cualquier otra noche de fiesta. La barra del bar, casi sin querer, establece fronteras generacionales, y en la parte más cercana al olvido estamos los que vamos, ocupamos un hueco, cada vez bebemos menos y como siempre no bailamos nada. Y entre sorbo y sorbo se nos escapa alguna frase. Cuando los sorbos son más abundantes las frases se convierten en monólogos y si seguimos dándole al frasco al final nos tenemos que pedir permiso para hablar y no nos damos la palabra ni con amenazas de muerte. Para escuchar a esas alturas ya nadie pide permiso. Y enfrente se colocan nuestras contrarias, como debe ser. Ellas hablan más, incluso antes de entrar y antes de beber. Beban o no beban hablan, hablan mucho más que nosotros. Y con esas habilidades que a nosotros se nos han negado, son capaces de beber, hablar, bailar, sacar fotos, mirar a ver donde están los hijos, sonreír al que las mira y hacerse un selfie y sacarnos una foto a nosotros para confirmar y tener pruebas de, que como dicen ellas, somos unos sosos. Ah ¡se me olvidaba y al mismo tiempo llevan una cuenta exacta de los cubatas que nos hemos tomado. Y todo esto lo hacen a la vez y en cualquier orden o clasificación, les da igual. Sólo se reservan para después el decirnos que cuánto hemos bebido y que qué sosos que no hemos bailado. Pero esto lo guardan para después no porque no sean capaces de hacerlo junto con todo lo anterior. Lo hacen porque en el fondo no les gusta dejarnos en evidencia y prefieren decirnos a solas lo aburridos que somos y lo poco que les importa. LO del número de cubatas, se lo guardan para otro día, por si tienen que pedir rescate tener claro que lo vamos a pagar. Bueno, entre los hombres también hay uno que hace varias cosasa a la vez. Vicente llega, saluda, se coloca debajo del altavoz que está puesto a medida para no rozarle la cabeza, pide una consumición y mientras bebe con una mano con la otra coloca los cascos en orden para que Teo vea sus cualidades como ayudante. Ah ¡y a veces sonríe para que reconozcamos que sus habilidades están muy por encima de las nuestras.
Sigo. Un poco más lejos de la habitación del olvido y más cerca de la puerta, vamos lo que viene a ser el centro del bar, se colocan una serie de generaciones que convergen en muchas cosas. Como no puede ser de otra manera son jóvenes y por tanto tienen más ganas de marcha. Y además algunos de ellos están acabando con un prestigio que nos ha costado mucho conseguir. Y es que bailan y bailan mucho y con mucho ritmo. Alguien con cierta autoridad debería decirles que los hombres en Blacos no bailan. Beben y fuman sí, pero bailar no bailan. Si sus abuelos levantaran la cabeza se volverían tarumbas al ver lo que hacen los nietos en una noche de juerga. Yo creo que es una causa perdida y hace tiempo que los miro con asombro pero no les digo nada porque seguro que se ríen. Y esta sí que es una virtud envidiable y generalizada entre ellos. Mientras los tontos de nosotros discutimos por un palillo que hay en la barra, ellos huyen del mal rollo y se ríen hasta de las sombras chinescas que hacen sobre la pared cuando bailan. Y ellas, bueno ellas también bailan, se ríen más que ellos y beben más que... bueno por ahí, por ahí. Lo que ya no sé es si hacen como las nuestras que cuentan los cubatas para pasárselos por el morro por la mañana cuando les duela la cabeza. Me da a mí que estas mujeres son mucho más comprensivas y solidarias que las que tenemos nosotros enfrente y saben que cada uno es como es, con sus pocas habilidades o... con ninguna. Además son una generación amplia y bien avenida, pero curtidos en cierta experiencia que ya les ha dado la vida. Son padres y madres, han cambiado pañales, han pasado alguna que otra noche sin dormir y saben perfectamente lo que son los cólicos infantiles o el coñazo que dan los niños cuando les salen los dientes. Algunos se pegan quince años hasta que les salen todos. Pero también son veteranos en otras lides, como las dianas con sabor a panceta y con ese zumbido del bombo metido entre ceja y ceja por lo menos hasta mediados de septiembre. Pero lo que más curtidos los deja es que ya han sido de la comisión y han demostrado que son organizados, serios e innovadores y han pasado con nota y probablemente sin crítica, que esto tiene mucho mérito.
Luego están los que estiran la mano para coger el relevo. Ellos también beben y bailan y además lo hacen con la insolencia de tener pocas responsabilidades y aguantar pocos reproches. Los padres ya han retirado el manto protector y ellos todavía no han entrado de lleno en las quejas de pareja. Por la mañana cuando uno aparece con dolor de cabeza por culpa de la resaca se ríen de él. Y así consiguen que nadie tenga ni resaca ni dolor de cabeza al día siguiente de un día sin noche. Son en realidad esos críos que hemos vistos sentados en la plaza, pintados el cemento con rayas de planos, celebrando cumpleaños con impunidad infantil, cubriéndose con los primeros disfraces de la fiesta o los que hasta ayer iban de la mano de su madre hasta a comprar el pan. Luego de repente los perdimos de vista porque mientras nosotros buscábamos el día, ellos trasegaban por la noche o mientras nosotros nos juntábamos con la mahou, ellos se iban de fiesta con la litrona y la oscuridad. Y cuando casi casi no sabíamos nada de ellos, aparecen de repente, y aparecen siempre porque el amor a un pueblo no lo dan los años, lo da simplemente el cariño que le tengas a cualquier edad. Y ahí los tienes de repente vendiéndote lotería para las próximas fiestas o metiéndote el miedo en el cuerpo cuando quieren que imites a alguien para salir en un vídeo. Que jodidos, han pasado sin darte cuenta de limpiarse los mocos con la manga del jersey a planear un pregón de no te menees. Y lo van a hacer bien, seguro que lo van a hacer bien. Y ahí está el peligro, porque si algo no soportamos los de mi generación es que nos dejen en evidencia y menos todavía que alguien nos demuestre que puede hacer las cosas el doble de bien que nosotros, sin haber llegado ni a la mitad de nuestra edad. Y es que no tienen compasión. Deberían hacer algo para salir del paso. Una faena aseadita, sin estridencias, para cumplir el trámite, con cuatro pases de cierta elegancia y un pinchazo hondo, y listo. No estos pequeños monstruos quieren salir por la puerta grande y que alguien los lleve a hombros dese la plaza al alto del Raso, que es donde se celebran algunas de las grandes faenas de la tarde, bueno o de la noche. Lo conseguirán, no tengo ninguna duda. Pero tampoco tengo ninguna duda de que desde ese momento se habrán creado por lo menos dos enemigos. Y es que mi primo Baraka y yo vamos a por ellos, hasta su casa, que para eso somos amigos de sus padres y sabemos donde vive. Es mejor vivir en el olvido que morir de éxito. Avisados quedáis.