En los últimos días, desde el momento que te leí Pepito, he pasado por distintos estados de ánimo, pero al final me quedo con uno, la perplejidad. Entiendo perfectamente que te equivocaras de objetivo, porque es fácil apuntarse a la afición de criticar al Baraka, que siempre lo pone en bandeja. Lo que ya no entiendo tanto es que pienses que mi primo es el mejor. Puede que lo sea, depende del motivo y las circunstancias, pero así en general en lo único que el Baraka puede ser el mejor es en elegir compañera de viaje, aunque hasta esto es probable que se lo discuta más de uno, aunque sólo sea por fastidiar, o por calzonazos que es lo más seguro. El acierto pleno es a la hora de calificar a la peña del sombrero. No somos mejores ni peores que nadie, pero sí somos diferentes y únicos, al menos los únicos que llevamos 25 años juntos, un cuarto de siglo discutiendo por la noche y siendo amigos por la mañana. Y te aseguro que es un logro que ha superado barreras de insidias, diferencias, desprecios y hasta esas miradas de maldad que tanto te preocupan. Y dicho esto no consigo deshacerme de la perplejidad. Mira, te voy a poner un ejemplo. A toda una leyenda del fútbol, Luís Aragonés, le preguntaron un día su opinión sobre alguno de sus enemigos y contesto, " yo no necesito tener más amigos, tengo suficientes". Yo podría decir lo mismo pero le voy a dar la vuelta. Yo por suerte tengo muchos amigos, pero no me importaría tener más, porque a la amistad siempre le doy mucha importancia. A lo que no le doy ninguna importancia es a los enemigos, si es que los tengo, que según dices sí que hay alguno en la viña del señor. Yo lo dudo, porque para tener enemigos hay que ser alguien importante y poderoso, y yo no soy ni una cosa ni otra. Aunque sí es cierto que hay gente que se apunta a la enemistad como a la rifa de un jamón en una tarde del fútbol. Compran los números y esperan a ver si les toca. Hay algunos que compraron números y esperan ser agraciados, aunque mientras tanto pueden acabar siendo desgraciados, y es una pena porque yo no le deseo ninguna desgracia ni a esos enemigos, los que, según tú, cuando les das la espalda te lanzan miradas incendiarias. Podría escribir largo y tendido sobre ello, pero sería una pérdida de tiempo, porque en esta vida odiar es perder un tiempo precioso que restas a otras cosas más productivas, como puede ser pensar, leer, conversar, escuchar música, ver un atardecer en Blacos, o tomarte unas cervezas allí donde habitaba el olvido. Y así se me pueden ocurrir un millón de cosas. Hasta es más interesante ir a pescar jibiones con tu amigo el Baraka y rezar para que alguna vez pille alguno. En ese momento comenzaré a creer en los milagros. Lo que no es ningún milagro, lo aprendí hace muchos años, es que nunca le puedes caer bien a todo el mundo. Intentarlo es perder el tiempo, como lo es aferrarte a alguien tóxico que te amarga la vida y te infesta el pensamiento. Hay mucha gente buena por el mundo, búscala, que la mala por lo que veo te busca a ti cada vez que doblas una esquina en el pueblo. Yo a esa gente nunca la encuentro. De lejos no la veo porque a mi edad ya se pierde vista. Y de cerca tampoco la veo nunca. Debe ser que nuestras miradas no coinciden y por tanto no se encuentran. Es fácil, inténtalo y si eso ya me lo vas contando. A no ser que pienses que es la mía una de esas miradas torcidas que se fijan en tu espalda como un dardo envenenado. Si es así, también dímelo, que igual estamos creando un mal rollo donde sólo hay cierta presbicia por culpa de los años.
En cuanto a lo del miedo, aumenta todavía más mi perplejidad. No acostumbro a hablar de ciertas cosas nada más que con la familia, pero sí te puedo decir que he peleado en trincheras más peligrosas, en trincheras que las amenazas no eran precisamente miradas mezquinas. Y ahí he seguido, con la vista y los cinco sentidos centrados en estar por encima de la línea de tiro.
Pero cuando salgo de la trinchera, no hago muescas en el fusil ni me entretengo en mantenerme en el ojo del huracán. Busco caminos más fáciles y atractivos para olvidarme de penalidades y rencores tan burdos como gratuitos. Dejo atrás unas cosas para preocuparme de las otras que me llenan mucho y me satisfacen más.
Espero que cuando leas esto, si lo lees, seas capaz de entenderlo y mirar al frente. No te gires porque puede ser que descubras de nuevo a tu espalda miradas de odio. Puedes estar seguro que nunca será la mía, ni la del Baraka claro, que para eso lo has puesto en un altar.
En cuanto a lo del miedo, aumenta todavía más mi perplejidad. No acostumbro a hablar de ciertas cosas nada más que con la familia, pero sí te puedo decir que he peleado en trincheras más peligrosas, en trincheras que las amenazas no eran precisamente miradas mezquinas. Y ahí he seguido, con la vista y los cinco sentidos centrados en estar por encima de la línea de tiro.
Pero cuando salgo de la trinchera, no hago muescas en el fusil ni me entretengo en mantenerme en el ojo del huracán. Busco caminos más fáciles y atractivos para olvidarme de penalidades y rencores tan burdos como gratuitos. Dejo atrás unas cosas para preocuparme de las otras que me llenan mucho y me satisfacen más.
Espero que cuando leas esto, si lo lees, seas capaz de entenderlo y mirar al frente. No te gires porque puede ser que descubras de nuevo a tu espalda miradas de odio. Puedes estar seguro que nunca será la mía, ni la del Baraka claro, que para eso lo has puesto en un altar.