LA FÁBULA DEL CAMINO Y EL GRILLO (Un poco de comprensión)
El camino, un tránsito, un lugar físico que en pocas palabras nos permite ir de un sitio a otro. Pero a veces el camino al mismo tiempo que enseña un itinerario nos acerca a una vida, a muchas vidas. El camino de Machado se refiere a la vida, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Es decir nuestra vida es un camino, ese tránsito entre un principio y un final. Por eso el poeta añade, "al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca volverás a pisar". Se puede traducir como que la vida sólo tiene presente, un presente que se construye cada día, al mismo tiempo que destruye el día anterior. Por eso finaliza Machado, "Caminante no hay camino, sino estelas en el mar". Viene a concluir que el camino de la vida se borra al mismo tiempo que esta transcurre, y que cuando esa vida llega al final, sólo queda una estela en el mar (la muerte). Una estela, añado yo, que se mantiene por los recuerdos que tenemos del que ya ha llegado al final.
Pero hay otros caminos por los que transcurrimos mientras vivimos y que no se borran al final. Son caminos, sendas de una historia, que como este de la fotografía, son capaces de escribir mil historias y de beber en mil fuentes de experiencia. Es un camino seco, pero brillante, rodeado de árboles fuertes y robustos que nos arropan mientras viajamos por ese camino de un lugar a otro. Puede ser un viaje de ida o de ida y vuelta por la misma senda que ahora sí volverás a pisar. También había otros caminos, ahora no sé si siguen vivos, que a mí me gustaban más. Eran esas sendas mullidas y silenciosas, protegidas por vergeles de amapolas y campanillas que desembocaban en la Ribera, en un paraíso de sonidos, luces y sensaciones. Eran caminos de compañía por el que nunca ibas solo aunque no te acompañara nadie. El coro de los pájaros lo hacía ameno y las flores te invitaban a disfrutar. Eran, y son, caminos brillantes hasta en los atardeceres espesos y en las noches cerradas. Cuando avanzabas en la oscuridad enseguida oías a un montón de grillos que cantaban para espantar los miedos, los suyos y los tuyos. Los grillos eran unos animalillos alegres y huidizos. Seguro que muchos de vosotros ha intentado más de una vez localizarlos, y cuando estabais seguros del lugar en el que se escondía, el grillo ya no estaba allí y te retaba de nuevo desde otro punto cercano y más oscuro. El grillo cantaba al oír las pisadas amenazantes. Se consideraba en peligro y su canto era en realidad una manera de pedir socorro, o de impresionar al advenedizo. El grillo siempre se consideraba el más débil del juego y por eso se refugiaba en la oscuridad y en el espesor de la hierba. La noche no invita a la hospitalidad y donde el caminante veía flores y matojos, seguro que el grillo contemplaba puñales floreados que buscaban una diana en la que clavarse. Era imposible hacerle entender que éramos unos aliados curiosos o unos cómplices amables que lo buscábamos para conocerlo y agradecer su compañía. La desconfianza del grillo se ha trillado en años de persecución y enemistad, en esa eterna duda de saber distinguir miradas amables, de ojos incendiados de desprecio y enemistad. Por eso, seguro, el grillo canta hasta que la presencia extraña está tan cerca, que se calla para evitar ser descubierto. Cuando te alejas canta con más fuerza, y si lo escuchas desde el otro lado de la ventana de casa, el grillo se oye a muchos kilómetros. Se siente seguro y es entonces cuando más afina su ritmo y mayor alegría da a sus acordes.
Es una vida de la muchas vidas que se pueden vivir en esos caminos en los que las flores son eso, flores, y no puñales afilados. Y a mí me gusta hablar de amapolas, margaritas y estelas en el mar. Nunca de puñales, ni de miedos, ni de ansiedades.
El camino, un tránsito, un lugar físico que en pocas palabras nos permite ir de un sitio a otro. Pero a veces el camino al mismo tiempo que enseña un itinerario nos acerca a una vida, a muchas vidas. El camino de Machado se refiere a la vida, "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Es decir nuestra vida es un camino, ese tránsito entre un principio y un final. Por eso el poeta añade, "al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca volverás a pisar". Se puede traducir como que la vida sólo tiene presente, un presente que se construye cada día, al mismo tiempo que destruye el día anterior. Por eso finaliza Machado, "Caminante no hay camino, sino estelas en el mar". Viene a concluir que el camino de la vida se borra al mismo tiempo que esta transcurre, y que cuando esa vida llega al final, sólo queda una estela en el mar (la muerte). Una estela, añado yo, que se mantiene por los recuerdos que tenemos del que ya ha llegado al final.
Pero hay otros caminos por los que transcurrimos mientras vivimos y que no se borran al final. Son caminos, sendas de una historia, que como este de la fotografía, son capaces de escribir mil historias y de beber en mil fuentes de experiencia. Es un camino seco, pero brillante, rodeado de árboles fuertes y robustos que nos arropan mientras viajamos por ese camino de un lugar a otro. Puede ser un viaje de ida o de ida y vuelta por la misma senda que ahora sí volverás a pisar. También había otros caminos, ahora no sé si siguen vivos, que a mí me gustaban más. Eran esas sendas mullidas y silenciosas, protegidas por vergeles de amapolas y campanillas que desembocaban en la Ribera, en un paraíso de sonidos, luces y sensaciones. Eran caminos de compañía por el que nunca ibas solo aunque no te acompañara nadie. El coro de los pájaros lo hacía ameno y las flores te invitaban a disfrutar. Eran, y son, caminos brillantes hasta en los atardeceres espesos y en las noches cerradas. Cuando avanzabas en la oscuridad enseguida oías a un montón de grillos que cantaban para espantar los miedos, los suyos y los tuyos. Los grillos eran unos animalillos alegres y huidizos. Seguro que muchos de vosotros ha intentado más de una vez localizarlos, y cuando estabais seguros del lugar en el que se escondía, el grillo ya no estaba allí y te retaba de nuevo desde otro punto cercano y más oscuro. El grillo cantaba al oír las pisadas amenazantes. Se consideraba en peligro y su canto era en realidad una manera de pedir socorro, o de impresionar al advenedizo. El grillo siempre se consideraba el más débil del juego y por eso se refugiaba en la oscuridad y en el espesor de la hierba. La noche no invita a la hospitalidad y donde el caminante veía flores y matojos, seguro que el grillo contemplaba puñales floreados que buscaban una diana en la que clavarse. Era imposible hacerle entender que éramos unos aliados curiosos o unos cómplices amables que lo buscábamos para conocerlo y agradecer su compañía. La desconfianza del grillo se ha trillado en años de persecución y enemistad, en esa eterna duda de saber distinguir miradas amables, de ojos incendiados de desprecio y enemistad. Por eso, seguro, el grillo canta hasta que la presencia extraña está tan cerca, que se calla para evitar ser descubierto. Cuando te alejas canta con más fuerza, y si lo escuchas desde el otro lado de la ventana de casa, el grillo se oye a muchos kilómetros. Se siente seguro y es entonces cuando más afina su ritmo y mayor alegría da a sus acordes.
Es una vida de la muchas vidas que se pueden vivir en esos caminos en los que las flores son eso, flores, y no puñales afilados. Y a mí me gusta hablar de amapolas, margaritas y estelas en el mar. Nunca de puñales, ni de miedos, ni de ansiedades.
gracias de todo corazon, me he emocionado y se me ha escapado alguna lagrima. veo que de alguna manera entiendes algo que pasa en el pueblo aunque el miedo o la comodidad no deja decirlo. y no me refiero ati. gracias