Es cierto que esta página es una invitación constante a la nostalgia y por tanto una búsqueda continua del pasado. Y casi no puede ser de otra forma porque los pocos que escribimos en ella hemos compartido más vivencias de los años de nuestra infancia, que de los años que vinieron después. Pero una vez que se consigue traspasar esa larga frontera, basta un pequeño esfuerzo para pensar en el futuro de Blacos. Algunos lo habéis hecho con cierta frecuencia, e incluso me consta que otros han dejado de escribir por este motivo, porque la página parecía un fascículo de historias personales más que otra cosa. Aunque también puede ser que otros hayan dejado de asomarse a la página porque la intrahistoria del pueblo les reservó muy poco espacio, o incluso porque los ignoró en ese transcurrir de aquellos años del botijo, la fuente, el palo de la Luisa o las expediciones de guerra a Torreblacos. Vale, sea por lo que sea, yo los animo a que se apunten al futuro de Blacos. Un futuro abierto, muy activo y totalmente prometedor. Y particularmente lo noto en una cosa, una de las muchas cosas que han cambiado. Cuando los de mi edad nos peleábamos con la adolescencia, y nos contábamos los granos del acné en las noches oscuras del palo de la Luisa, estaba muy de moda hacerse el interesante y decir que el pueblo se nos quedaba pequeño y que teníamos que ampliar horizontes. Soñábamos con viajes idílicos, con aventuras emocionante... pero cada verano nos estirábamos por el camino del monte a la playa del Abión. Ahora no, ahora esos chavales muestran un cariño sincero, intenso, sin pretextos, al pueblo. Tienen una cita obligada con sus fiestas, sobre todo las de agosto y encima después ellos, ellos sí, hacen realidad esos viajes y esas aventuras que nosotros como mucho soñábamos, aunque fuera despiertos.
Ha habido señales de ese cambio que acabaran marcando hitos en esa historia a la que a veces somos tan reacios. Y uno de ellos, al menos para mí, fue cuando la cuadrilla del rey del bombo, se apuntó voluntaria a organizar las fiestas (en el 2.010 si no me falla la memoria). Para mí fue algo fundamental porque demostraban que el cariño al pueblo y a sus amigos estaba por encima de la juerga y el alboroto, y demostraron que se pueden combinar perfectamente con el esfuerzo, la gestión y la responsabilidad de hacer un trabajo solidario, y además bien hecho. Yo sé que con esta actitud rompieron muchas barreras, callaron más de una boca y arruinaron más de una crítica que estaba al acecho. Con su gesto marcaron un camino que ahora siguen otros, y que seguro después seguirán otros distintos. Por si alguno se siente ofendido, debo decir que a su edad también algunos de nosotros habíamos sido de la comisión y además dejamos la piel en hacer las mejores fiestas que fuimos capaces. Pero no hay que olvidar que fuimos votados para ser de esa comisión. Sin embargo ellos lo hicieron de forma voluntaria, y me atrevo a asegurar que de forma sorprendente para muchos.
Rompieron un molde y después se han ido rompiendo otros muchos, bien es cierto que para ellos es más fácil en estos tiempos, porque la mayoría de nosotros éramos sólo amigos de verano, y poco más. Nos veíamos en fechas señaladas y luego, algunos, manteníamos correspondencia habitual, e incluso compartíamos árbol en Valosandero el día del Lavalenguas. Ellos quedan, se ven, hablan y disfrutan. La proximidad acelera el compromiso y estrecha lazos de manera más sólida. Y de todo ello sale una amistad reforzada y, por suerte, un cariño por el pueblo que no me voy a atrever yo a decir que sea mayor, pero sí tengo la sensación de que es más constante que el de aquellos años.
Luego también cuentan con la ventaja de que en esa armonía hay mucha menos distorsión que la que manteníamos en los años 80-90. La vida, la inteligencia y probablemente la educación recibida de sus padres, les ha enseñado antes que a nosotros a saber relativizar, a mirar las cosas con distancia, a alejarse pronto de los obstáculos que se cruzan en su camino, y a tener muy clara la diferencia entre la churras y las merinas. Y eso que en su rebaño no parece haber lobos, ni pastores misántropos. Sin embargo en aquellos otros años nos dejábamos atar por el imperio de las tradiciones, nos dejábamos arrastrar por la imposición de los impostores, y nos dejábamos asustar por los reyes del miedo. Y el resultado era un grupo que se pretendía unánime y unido, pero que en realidad muchas veces no era más que la suma de una grupo de personas en un sistema impuesto, autoritario, y lo que es más grave discriminatorio. Funcionaba más eso de, " tú sí... tú no... ese tampoco, y aquella de allí mucho menos”.
Ahora visto desde fuera, se han roto esas barreras, se han superado tronos impostados, y sátrapas de polígono, y se ha huido "del egoísmo del yo" para tratar de buscar un acuerdo en "el conjunto de nosotros". Sería un avance que esto se viera así y que no sea simplemente una paranoia del escribiente. Y aquí hay que separar también el grano de la paja. No vale la opinión de los padres orgullosos de la prole, ni la de los abuelos que babean ante los nietos, ni la de los tíos que beben los vientos por los sobrinos. Una opinión limpia de cualquier afecto familiar debe llegar a esta conclusión. Y si no es suficiente podemos echar mano de las matemáticas, que los que las entienden dicen que son infalibles: En las fiestas de 1.984, es un año elegido al azar, vimos amanecer como mucho siete u ocho personas. Y me atrevo a decirlo porque todas o casi todas estaban a mi lado a esa hora inoportuna en que los bares empiezan a cerrar (si no cito a Sabina me muero). Y si no era ese año era otro cercano, éramos exactamente cuatro personas las que nos apuntamos a la diana. Bueno diana no hubo, sólo hubo almuerzo. Exactamente cuatro dándole al chorizo y al jamón, Abel (+), el Baraka, mi primo Migué y yo.
En la foto de la diana del año pasado por ejemplo, es casi imposible contar el número. La calle del Palomar parecía la M30 en hora punta, y encima iban disfrazados y con orquesta. Si esto no demuestra que el futuro de Blacos es alentador, que venga mi primo y lo diga. Es Blacos y hay futuro (cap. I)
Ha habido señales de ese cambio que acabaran marcando hitos en esa historia a la que a veces somos tan reacios. Y uno de ellos, al menos para mí, fue cuando la cuadrilla del rey del bombo, se apuntó voluntaria a organizar las fiestas (en el 2.010 si no me falla la memoria). Para mí fue algo fundamental porque demostraban que el cariño al pueblo y a sus amigos estaba por encima de la juerga y el alboroto, y demostraron que se pueden combinar perfectamente con el esfuerzo, la gestión y la responsabilidad de hacer un trabajo solidario, y además bien hecho. Yo sé que con esta actitud rompieron muchas barreras, callaron más de una boca y arruinaron más de una crítica que estaba al acecho. Con su gesto marcaron un camino que ahora siguen otros, y que seguro después seguirán otros distintos. Por si alguno se siente ofendido, debo decir que a su edad también algunos de nosotros habíamos sido de la comisión y además dejamos la piel en hacer las mejores fiestas que fuimos capaces. Pero no hay que olvidar que fuimos votados para ser de esa comisión. Sin embargo ellos lo hicieron de forma voluntaria, y me atrevo a asegurar que de forma sorprendente para muchos.
Rompieron un molde y después se han ido rompiendo otros muchos, bien es cierto que para ellos es más fácil en estos tiempos, porque la mayoría de nosotros éramos sólo amigos de verano, y poco más. Nos veíamos en fechas señaladas y luego, algunos, manteníamos correspondencia habitual, e incluso compartíamos árbol en Valosandero el día del Lavalenguas. Ellos quedan, se ven, hablan y disfrutan. La proximidad acelera el compromiso y estrecha lazos de manera más sólida. Y de todo ello sale una amistad reforzada y, por suerte, un cariño por el pueblo que no me voy a atrever yo a decir que sea mayor, pero sí tengo la sensación de que es más constante que el de aquellos años.
Luego también cuentan con la ventaja de que en esa armonía hay mucha menos distorsión que la que manteníamos en los años 80-90. La vida, la inteligencia y probablemente la educación recibida de sus padres, les ha enseñado antes que a nosotros a saber relativizar, a mirar las cosas con distancia, a alejarse pronto de los obstáculos que se cruzan en su camino, y a tener muy clara la diferencia entre la churras y las merinas. Y eso que en su rebaño no parece haber lobos, ni pastores misántropos. Sin embargo en aquellos otros años nos dejábamos atar por el imperio de las tradiciones, nos dejábamos arrastrar por la imposición de los impostores, y nos dejábamos asustar por los reyes del miedo. Y el resultado era un grupo que se pretendía unánime y unido, pero que en realidad muchas veces no era más que la suma de una grupo de personas en un sistema impuesto, autoritario, y lo que es más grave discriminatorio. Funcionaba más eso de, " tú sí... tú no... ese tampoco, y aquella de allí mucho menos”.
Ahora visto desde fuera, se han roto esas barreras, se han superado tronos impostados, y sátrapas de polígono, y se ha huido "del egoísmo del yo" para tratar de buscar un acuerdo en "el conjunto de nosotros". Sería un avance que esto se viera así y que no sea simplemente una paranoia del escribiente. Y aquí hay que separar también el grano de la paja. No vale la opinión de los padres orgullosos de la prole, ni la de los abuelos que babean ante los nietos, ni la de los tíos que beben los vientos por los sobrinos. Una opinión limpia de cualquier afecto familiar debe llegar a esta conclusión. Y si no es suficiente podemos echar mano de las matemáticas, que los que las entienden dicen que son infalibles: En las fiestas de 1.984, es un año elegido al azar, vimos amanecer como mucho siete u ocho personas. Y me atrevo a decirlo porque todas o casi todas estaban a mi lado a esa hora inoportuna en que los bares empiezan a cerrar (si no cito a Sabina me muero). Y si no era ese año era otro cercano, éramos exactamente cuatro personas las que nos apuntamos a la diana. Bueno diana no hubo, sólo hubo almuerzo. Exactamente cuatro dándole al chorizo y al jamón, Abel (+), el Baraka, mi primo Migué y yo.
En la foto de la diana del año pasado por ejemplo, es casi imposible contar el número. La calle del Palomar parecía la M30 en hora punta, y encima iban disfrazados y con orquesta. Si esto no demuestra que el futuro de Blacos es alentador, que venga mi primo y lo diga. Es Blacos y hay futuro (cap. I)