Carne de gallina
A veces es como una pequeña alteración del pulso, un simple temblor en el pecho y, de repente, descubres una mirada desnuda que recorre tu cuerpo erizando el vello y extendiendo de forma eléctrica la carne de gallina por cada una de las puertas de tu piel. Así puede sonar a una situación de estres, un impulso frenético de nostalgia o un amor encendido de melancolía. Pero es todo lo contrario. Miras la foto sentado en el sofá y descubres que esa primera mirada desnuda se va vistiendo poco a poco para cubrir el peso de cada músculo de tu cuerpo. Esa mirada desnuda y despojada de cualquier maquillaje, se esconde segundo a segundo debajo de una amplia sonrisa que acaba pintando cualquier sentimiento. Los invade y los elimina. Y sólo deja, inerme, al empuje de la tranquilidad. Los nervios se apelmazan, se duermen los músculos e inicias un agradable viaje hacia la pausa, el sosiego, la tranquilidad. Es la armonía que muchas veces se consigue mirando fotografías de Blacos. Los chopos verdes, el agua dormida sobre el cauce, el palo reposando sobre la tumbona de la orilla, la piedra silente y testigo mudo de las caricias del sol sobre sus cicatrices de la vida. Y sobre todo ese espejo limpio y cristalino del agua que se sobresalta tan desnuda como la mirada que despierta. Y todo ello es sólo el prólogo de esa vista diáfana del fondo que se muestra también en toda su desnudez y en toda su pureza. El agua del Abión en verano hipnotiza y lo hace con esa virtud que refleja sinceridad, sin dobleces, a río descubierto, con la nobleza simétrica con la que sestea por todo su curso. Casi vacía también de sombras, porque incluso en las zonas oscuras predomina la luz y con ella el mensaje de amistad acogedora que transmite todo el conjunto. Las fotografías son muchas veces un congelado de emociones y sentimientos. Sin embargo ésta es pura vida y movimiento, aunque nada se mueve ni se salga del cuadro. Pero es que además tiene virtudes terapéuticas. Resulta muy difícil mirar ese río tranquilo y transparente y sostener en el tiempo un mal pensamiento o continuar en la insistencia de una mala acción. La fuerza de la fotografía es que traspasa esa desnudez de la mirada y te envuelve en un estado de optimismo y vitalidad, y quizás por eso cuando te miras de nuevo la piel descubres que... ha vuelto a aparecer la carne de gallina.
A veces es como una pequeña alteración del pulso, un simple temblor en el pecho y, de repente, descubres una mirada desnuda que recorre tu cuerpo erizando el vello y extendiendo de forma eléctrica la carne de gallina por cada una de las puertas de tu piel. Así puede sonar a una situación de estres, un impulso frenético de nostalgia o un amor encendido de melancolía. Pero es todo lo contrario. Miras la foto sentado en el sofá y descubres que esa primera mirada desnuda se va vistiendo poco a poco para cubrir el peso de cada músculo de tu cuerpo. Esa mirada desnuda y despojada de cualquier maquillaje, se esconde segundo a segundo debajo de una amplia sonrisa que acaba pintando cualquier sentimiento. Los invade y los elimina. Y sólo deja, inerme, al empuje de la tranquilidad. Los nervios se apelmazan, se duermen los músculos e inicias un agradable viaje hacia la pausa, el sosiego, la tranquilidad. Es la armonía que muchas veces se consigue mirando fotografías de Blacos. Los chopos verdes, el agua dormida sobre el cauce, el palo reposando sobre la tumbona de la orilla, la piedra silente y testigo mudo de las caricias del sol sobre sus cicatrices de la vida. Y sobre todo ese espejo limpio y cristalino del agua que se sobresalta tan desnuda como la mirada que despierta. Y todo ello es sólo el prólogo de esa vista diáfana del fondo que se muestra también en toda su desnudez y en toda su pureza. El agua del Abión en verano hipnotiza y lo hace con esa virtud que refleja sinceridad, sin dobleces, a río descubierto, con la nobleza simétrica con la que sestea por todo su curso. Casi vacía también de sombras, porque incluso en las zonas oscuras predomina la luz y con ella el mensaje de amistad acogedora que transmite todo el conjunto. Las fotografías son muchas veces un congelado de emociones y sentimientos. Sin embargo ésta es pura vida y movimiento, aunque nada se mueve ni se salga del cuadro. Pero es que además tiene virtudes terapéuticas. Resulta muy difícil mirar ese río tranquilo y transparente y sostener en el tiempo un mal pensamiento o continuar en la insistencia de una mala acción. La fuerza de la fotografía es que traspasa esa desnudez de la mirada y te envuelve en un estado de optimismo y vitalidad, y quizás por eso cuando te miras de nuevo la piel descubres que... ha vuelto a aparecer la carne de gallina.