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BLACOS: " Mira, otro coche. No sé donde va a aparcar, ya no...

" Mira, otro coche. No sé donde va a aparcar, ya no quedan más sitios en el pueblo". Puede parecer una frase anodina, pero a veces encierra todo el deseo de que Blacos se haga grande, por lo menos en las fechas señaladas. Si miras bien quedan sitios en casi todas partes, menos en el corazón de aquellos que disfrutan con la compañía y la amistad. Algunos hace días que tienen mariposas en el estómago. Es una señal de amor acelerado, el que muchos, por no decir todos los blaqueños, siente por su cita de mayo con San Miguel. La tensión crece, el pulso se dispara y no encontramos hueco para todo lo que queremos hacer ese día. La devoción se nota ya a primera hora de la mañana con la bendición de los campos. Ahora se hace a las puertas de las Eras, antes había que procesionar hasta la Cruz de la Naílla, Pero es lo que tienen los nuevos tiempos, que acortan la fe pero aumentan el amor a las tradiciones. El santo ha evolucionado también y ya no es una fecha perdida entre las margaritas del calendario de mayo. Ha pasado de un acto casi íntimo y familiar a abrir sus puertas de par en par y poner los salones de la pradera al servicio de todo el que quiera ocupar sus claros, sus zonas de sombra, o las de sol si es necesario y a veces os puedo asegurar que ha sido muy necesario. El camino saca brillo a su marrón casi rojo y se convierte en la avenida de la amistad. Porque el santo es por encima de todo un encuentro con los amigos, con esos que antes no veías más que de agosto en agosto y ahora hemos establecido un punto de encuentro en la mitad del año. Nos vemos, nos saludamos, disfrutamos y nos abrimos a nuevas incorporaciones. Yo recuerdo que hace muchos años, no éramos más de cinco los que comíamos en un corro alrededor de la hierba. Y el año pasado nos juntamos más de 20 en una mesa con bancos y sillas, y sombrillas para el sol o lonas por si acaso al cierzo se le ocurría venir a curiosear. Y al lado de la amistad están las relaciones familiares y de vecindad. El Santo, al revés que las fiestas de agosto, nos brinda la paz del monte para disfrutar de una conversación sosegada y reflexiva que no permite el tumulto festivo del verano.
Luego hay otra cosa muy curiosa, o al menos a mí me lo parece. Los espacios son libres, pero da la sensación que están adjudicados de una manera espontánea como establece sus criterios siempre la tradición. Aquí el Ayuntamiento, allí la familia de Federico, al lado la de Elvira, un poco más lejos la de Vicente y en la esquina la de César. Por cierto César si os dais cuenta vive en la primera casa del pueblo y en el Santo se pone en el primer lugar según llegas. Debe de ser la fuerza de la costumbre de estar en primera línea de pueblo y en primera línea de romería.
Una vez aposentados y distribuida la intendencia llega la hora de acercarse al bar. En este sentido también se ha mejorado de manera evidente. Al aumento de cantidad y variedad de la bodega se une la costumbre de los bidones de hielo y ahora se ha incorporado una barra con sombrilla incluida que nos ofrece una estampa de los chiringuitos de los años 60. Es un bar self service, aunque siempre hay almas caritativas para los que les cuesta encontrar el abridor o bucear con la mano en busca de una bebida que se ha quedado en el fondo.
Minutos después de abrir la barra y ya con el humo de las hogueras invitado a la mesa, la conversación empieza a subir muchos decibelios, la des-inhibición se adueña de todos y las conversaciones fluyen y se entrecruzan como una centralita de telefónica. Como diría aquel insigne toreros " Aquí estamos, tan a gustito...". y es así todos tan a gustito que hay muchos remolones a la hora de abandonar la barra y acercarse a la mesa. Yo no lo he controlado nunca pero me atrevo a asegurar que el último que se va del bar es Vicente. No es por nada en especial. Para él es una tradición que muchas veces nos exaspera a sus amigos, pero él se tiene que ir el último de los bares. Es como el César pero al revés Vicente siempre quiere estar en retaguardia, para verlas venir.
Cuando empieza la comida, hay unos minutos de silencio, pocos... o ninguno si está Javi el ubicuo. No recuerdo ni una sola vez que lo haya visto callado. Lo que no lo veo es comer, pero va de corro en corro y en todos saca una sonrisa cuando no una sonora carcajada. Bueno, pues si no está Javi hay unos minutos de silencio, como de tanteo a ver quién es el primero que rompe el fuego. Es en teoría el acto central del día, el de la comida, pero para casi todos no es el más importante. Prefieren la cháchara del bar, y sobre todo la fiesta de los postres. Aquí hay dos reinas absolutas y sin discusión. La primera reina es La Sociedad, al hilo del porrón o la bota, y la segunda y más moderna, la Chus, esa Reina del Sur que campa a sus anchas y disfruta del micrófono como las grandes estrellas, pero sin los peajes que pagan éstas. Ella no se estudia el guión ni necesita apuntador. Su gracia fluye a chorros... como la devoción a San Miguel. (pero de esto ya he hablado otros días). Que disfrutéis.