Una de las mejores cosas que tiene esta vida es que nunca deja de sorprenderte. Incluso si cometes el error de pensar que ya lo sabes todo y que no te queda nada por vivir, llega la vida y te sorprende. A mí por ejemplo siempre me sorprenden las promesas de los políticos en campaña electoral. Me recuerdan a esos años de infancia en los que una de las mayores ilusiones de los niños es escribir su carta a los Reyes Magos. Antes les pedíamos el famoso tren eléctrico, una bicicleta último modelo, o el traje del equipo de nuestros sueños. Y cuando había alguien con cierta cordura y pedía un libro para estudiar, pensábamos que era medio tonto. Cómo se le podía ocurrir pedir a los Reyes, que tenían de todo, un simple libro que te lo podías comprar cualquier día con un pequeño esfuerzo. A los Reyes había que pedirles que cumplieran nuestros sueños, no que nos trajeran un regalo al alcance de casi todos los bolsillos. Eso ni era magia ni ná. Luego llegaba la mañana del día 6 y en lugar de un tren eléctrico te encontrabas con un coche amarillo de plástico que lo tenías que mover con la mano para competir en carreras imaginarias. En lugar de una bicicleta nueva, te traían una caja de parches y disolución para arreglar los pinchazos del carromato que habías heredados de padres o hermanos mayores. Y la equipación deportiva se solía convertir en una camiseta Abanderado blanca de tirantes que luego nos servía para el frío del invierno. Bueno, pues a los políticos no hay que pedirles nada. Sólo hay que sentarse a esperar que llegue una campaña electoral para que ellos te ofrezcan todo. En estas elecciones municipales hay alcaldes ya elegidos que han prometido:
Hamacas gratis para la playa, cuando por su pueblo sólo pasa un triste río, que además se seca en verano. Otro ha prometido hacer un carril bici que cubre toda la ciudad, con semáforos en las travesías y áreas de descaso con fisios y azafatas de viaje. Otra prometió una toma de posesión glamurosa. Se compró unas zapatillas de lujo y ahora en las fotos ha descubierto que se le salieron los dedos meñiques de los pies y se ha convertido en trendic topic, aunque hay que reconocer que se lo ha tomado con humor. Pero esto no es nada. Mi ídolo es el alcalde una gran ciudad del sur, que les ha prometido... LA FELICIDAD. Toma ya, así a palo seco y sin que le tiemble la voz. Les ha prometido que durante cuatro años al menos van a ser todos felices. Y ahí lo veo yo, como a Melchor, Gaspar o Baltasar. Uno le pedirá en su carta un apartamento en la playa, otro seguro que quiere que le diga el gordo del Navidad, mi primo le pediría que el Athletic ganará un titulo algún año, otra le pedirá que la case con Cristiano Ronaldo, algún otro querrá que le asegure la inmortalidad y además la eterna juventud. Y lo va a tener que cumplir porque, aunque ni se lo imaginaba cuando lo dijo... lo han elegido alcalde. Seguro que el pobre hombre ya se ha puesto a trabajar para obtener la felicidad universal. Y va Montoro y lo hunde en la miseria cuando dice que hay un límite de gasto y que se han prometido cosas que no van a poder cumplir. Este alcalde se habrá puesto a hacer cuentas y ha descubierto que no le llega para pagar la felicidad. Y él será su primera víctima y caerá en una profunda depresión, o en algo peor, cuando sus ciudadanos comprueben que como mínimo siguen igual de desdichados que con el otro alcalde.
Pero a la hora de elegir prefiero a esos alcaldes que no han prometido nada, como el que puede que esté leyendo esto. Prefiero esos alcaldes que han recibido una vara de mando barnizada de problemas. Esos alcaldes que no tienen coches oficiales, ni secretarios, ni jefes de área, ni directores de servicios. Esos alcaldes que sólo tienen sus principios y su trabajo para hacer todo. Esos alcaldes que no pueden delegar, y a los que se les va a pedir que cambien una bombilla fundida, que arreglen una fuga, o que corten el agua en días de sequía. Esos alcaldes que tampoco van a tener trenes eléctricos o carril bici. Son los auténticos, los que en la fachada cuelgan entre las banderas oficiales su estandarte con el escudo de la humildad, la entrega y el sacrificio. No tienen sueldo, pero tampoco obtienen beneficios, sólo desvelos y con un poco de suerte alguna alegría efímera. Son los auténticos gestores municipales, los únicos en los que pervive el beneficio municipal por encima del logro personal.
Entonces me paro a pensar y pienso que he sido un pretencioso y un egoísta por pedir lo que le pedí al anterior alcalde de Blacos. Y me he arrepentido. Por eso me gustaría decirle a Enrique que se olvide de eso de ponerle mi nombre a una calle. No es el momento ni la oportunidad. Primero porque las cosas están como están, Y además como somos familia en el caso de que me lo concediera todos pensarían, sin ninguna razón por supuesto, que era por ser primos, y empezarían a acusarle de prevaricación, de cohecho, de malversación de bienes públicos... E incluso añadirían un delito nuevo, el de nepotismo, que viene a ser el de hacer favores o enchufar a familiares. Y no es plan que ahora que hay un alcalde incipiente y lleno de ilusiones, trunque su carrera por hacerle un favor a un estrujaletas como diría el baraka. Por cierto y hablando de este primo, también te digo Enrique que no le hagas ni puñetero caso cuando te vaya con la monserga de que lo deberías nombrar hijo adoptivo del pueblo y esas zarandajas que cuenta. Que lo nombre el alcalde de su pueblo que seguro que se lo dice en euskera y el tontainas de él no se entera de nada. Tú ni caso, mano firme, mirada al frente y sin salirte del carril, aunque sea el carril bici. En todo caso le dices que te mande una carta, como la de los reyes Magos, y luego tú ya verás. Toda la suerte del mundo.
Hamacas gratis para la playa, cuando por su pueblo sólo pasa un triste río, que además se seca en verano. Otro ha prometido hacer un carril bici que cubre toda la ciudad, con semáforos en las travesías y áreas de descaso con fisios y azafatas de viaje. Otra prometió una toma de posesión glamurosa. Se compró unas zapatillas de lujo y ahora en las fotos ha descubierto que se le salieron los dedos meñiques de los pies y se ha convertido en trendic topic, aunque hay que reconocer que se lo ha tomado con humor. Pero esto no es nada. Mi ídolo es el alcalde una gran ciudad del sur, que les ha prometido... LA FELICIDAD. Toma ya, así a palo seco y sin que le tiemble la voz. Les ha prometido que durante cuatro años al menos van a ser todos felices. Y ahí lo veo yo, como a Melchor, Gaspar o Baltasar. Uno le pedirá en su carta un apartamento en la playa, otro seguro que quiere que le diga el gordo del Navidad, mi primo le pediría que el Athletic ganará un titulo algún año, otra le pedirá que la case con Cristiano Ronaldo, algún otro querrá que le asegure la inmortalidad y además la eterna juventud. Y lo va a tener que cumplir porque, aunque ni se lo imaginaba cuando lo dijo... lo han elegido alcalde. Seguro que el pobre hombre ya se ha puesto a trabajar para obtener la felicidad universal. Y va Montoro y lo hunde en la miseria cuando dice que hay un límite de gasto y que se han prometido cosas que no van a poder cumplir. Este alcalde se habrá puesto a hacer cuentas y ha descubierto que no le llega para pagar la felicidad. Y él será su primera víctima y caerá en una profunda depresión, o en algo peor, cuando sus ciudadanos comprueben que como mínimo siguen igual de desdichados que con el otro alcalde.
Pero a la hora de elegir prefiero a esos alcaldes que no han prometido nada, como el que puede que esté leyendo esto. Prefiero esos alcaldes que han recibido una vara de mando barnizada de problemas. Esos alcaldes que no tienen coches oficiales, ni secretarios, ni jefes de área, ni directores de servicios. Esos alcaldes que sólo tienen sus principios y su trabajo para hacer todo. Esos alcaldes que no pueden delegar, y a los que se les va a pedir que cambien una bombilla fundida, que arreglen una fuga, o que corten el agua en días de sequía. Esos alcaldes que tampoco van a tener trenes eléctricos o carril bici. Son los auténticos, los que en la fachada cuelgan entre las banderas oficiales su estandarte con el escudo de la humildad, la entrega y el sacrificio. No tienen sueldo, pero tampoco obtienen beneficios, sólo desvelos y con un poco de suerte alguna alegría efímera. Son los auténticos gestores municipales, los únicos en los que pervive el beneficio municipal por encima del logro personal.
Entonces me paro a pensar y pienso que he sido un pretencioso y un egoísta por pedir lo que le pedí al anterior alcalde de Blacos. Y me he arrepentido. Por eso me gustaría decirle a Enrique que se olvide de eso de ponerle mi nombre a una calle. No es el momento ni la oportunidad. Primero porque las cosas están como están, Y además como somos familia en el caso de que me lo concediera todos pensarían, sin ninguna razón por supuesto, que era por ser primos, y empezarían a acusarle de prevaricación, de cohecho, de malversación de bienes públicos... E incluso añadirían un delito nuevo, el de nepotismo, que viene a ser el de hacer favores o enchufar a familiares. Y no es plan que ahora que hay un alcalde incipiente y lleno de ilusiones, trunque su carrera por hacerle un favor a un estrujaletas como diría el baraka. Por cierto y hablando de este primo, también te digo Enrique que no le hagas ni puñetero caso cuando te vaya con la monserga de que lo deberías nombrar hijo adoptivo del pueblo y esas zarandajas que cuenta. Que lo nombre el alcalde de su pueblo que seguro que se lo dice en euskera y el tontainas de él no se entera de nada. Tú ni caso, mano firme, mirada al frente y sin salirte del carril, aunque sea el carril bici. En todo caso le dices que te mande una carta, como la de los reyes Magos, y luego tú ya verás. Toda la suerte del mundo.