Factura rebajada un 25%

BLACOS: Mi memoria sufre ya algunas lagunas y por tanto mis...

A esa hora en la que me peleaba con las legañas para abrir los ojos, sonaba el cuerno en el patio. Era una época en la que los sonidos sustituían a cualquier tecnología. El del cuerno en la penumbra del amanecer pedía a los vecinos de Blacos que llevaran sus cabras a las eras. Y es que en aquellos años todos, o casi todos los vecinos de Blacos tenían alguna cabra, que era fuente de vitaminas esenciales para la alimentación. Cuando todas las cabras estaban en la era un vecino se hacía cargo de ellas para llevarlas al monte a pastar. Ya no recuerdo como era la forma de decidir a quién le tocaba cada día, pero me imagino que se seguiría un orden estricto y sin demasiadas contemplaciones. No había cumplido los cinco años y yo ya acompañaba a la teniente O´Neill al monte. Y allí íbamos detrás de las cabras y delante del miedo y de la todavía tristeza evidente de una viuda prematura. Mi madre no soportaba el monte ni las tormentas, pero la necesidad le daba el valor que le trataba de robar el miedo. La ventaja es que las cabras tampoco daban mucho tiempo para pensar, porque es un animal hiperactivo y apenas descansa. Y además de hiperactivo debe ser un amante del riesgo porque siempre buscaba los caminos más difíciles y escarpados para moverse, y brincar como se decía entonces, constantemente. Como es lógico a estas alturas sólo me acuerdo de situaciones concretas y no tanto de emociones y sentimientos que ya han sido víctimas del olvido. Pero sí recuerdo con cierta nitidez la parada para comer en la Fuente del Santo. Allí las cabras se mostraban solidarias y no sólo nos dejaban comer y descansar sino que mi madre tenía tiempo para enseñarme a leer, escribir, y” las cuatro reglas”. Así que mi escuela empezó antes de ir a la escuela, y además con una maestra partidaria de la ley marcial y de la austeridad espartana. De esta forma lo que parecía ser un juego se convirtió en un adelanto escolar al que se sumaba el castigo de estar todo el día andando por territorio hostil.

Pero yo quiero recordar que lo de ir a las cabras no se veía como una necesidad, sino como algo muy útil y productivo. La leche que bebíamos era del día y totalmente natural. También daban unos calostros buenísimos, al mismo tiempo que unos cabritos que se convertían en un manjar cinco estrellas para los días señalados. El cuerno sonando en el patio, las cabras en las eras, y la comida y deberes en la Fuente del Santo son tres fotos fijas en mi memoria. Aunque seguro que con el paso del tiempo las acabo idealizando y se desajustan un poco de la realidad. Pero es bueno recordar que hubo unos años que en Blacos había una empresa en común, que exigía solidaridad y sacrificio, además de entendimiento y consideración. Yo nunca he oído que hubiera discusiones por los turnos ni por nada relacionado con esta obligación. Pero bueno estaría bien que si alguien tiene más recuerdos de este tema los contara porque a mí personalmente siempre me ha parecido una costumbre digna de destacar a la hora de valorar las virtudes de aquellos vecinos de Blacos de los años 60.

Alejandro, yo recuerdo, bueno por lo que oi o me suena, que mi tío Lagunas era el cabrero, pero a lo mejor era el vaquero. seguro que tu sabrás sacarme de esta duda. permitirme usar tus palabras que en este momento me son muy útiles.

" Pero es bueno recordar que hubo unos años que en Blacos había una empresa en común, que exigía solidaridad y sacrificio, además de entendimiento y consideración." Saludos

Mi memoria sufre ya algunas lagunas y por tanto mis recuerdos no sé si se ajustan a la realidad. Por eso he tirado de mis fuentes y me he llevado una pequeña alegría, porque en esta ocasión el recuerdo es bastante fiel a la realidad. De los años en los que yo hablo de las cabras era cada día un vecino el que se encargaba de pastorearlas a la llamada del cuerno desde la barbacana del patio. Y esos años el tío Lagunas ya sólo se encargaba de tocar el cuerno porque se había jubilado de su oficio de cabrero. No sólo eso, sino que después de él hubo otros cabreros, como un tal Hilario de Torreblacos. Pero bien sea por falta de cabreros o por falta de dinero para pagarles, al final se decidió que fueran los propios vecinos los que se encargaran rotatoriamente de hacer las funciones de cabrero, con lo que se ahorraba un jornal en unos años en los que no se estaba para hacer dispendios.
De todas formas Lola es normal que no te acuerdes, porque si yo tenían menos de seis años, tú todavía estabas aprendiendo a andar, más o menos.