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BLACOS: Se puede nacer en Blacos, vivir casi un siglo a caballo...

Se puede nacer en Blacos, vivir casi un siglo a caballo de dos siglos diferentes, y sin embargo tener muchas dificultades para en el día del adiós hacer una foto fija de su vida. Es lo que pasa con Demetria y Gabriela. Gabriela vivía en Soria después de nacer en Blacos y estar casi toda su vida en Rioseco. Con su viaje, aunque cercano, se llevó casi todas las raíces que la podían sujetar a la memoria del pueblo. En su migración cercana apenas si dejó atrás un tenue recuerdo que se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, cada vez más huérfano de referencias. Hubo unos años que algunos teníamos cierta cercanía cuando una de sus hijas venía a pasar las fiestas de septiembre con nosotros y así poco a poco acortaba las distancias que nos habían empujado hasta casi un total desconocimiento. Fue una de esas personas que cambió un hasta luego por un adiós más permanente y yo, al menos, no recuerdo ninguna visita al pueblo que la vio nacer. Lejos de cualquier juicio, muchas veces lo que para unos es tierra fértil en amistad para otros es simplemente una difusa imagen de la infancia, sin ataduras ni nostalgias que le empujen a revivir de alguna manera esos primeros pasos en la vida. En esas decisiones juegan muchos factores, y todos tan personales que no creo que haya nadie que tenga derecho a juzgarlos. Gabriela fue una de esas personas que pasó por Blacos, a la que yo recuerdo en Rioseco, y de la que más tarde he oído hablar a alguno de sus vecinos en Soria. Y poco más. Es muy triste pero es verdad, la vida puede hacer que pasen por tu lado personas a las que sólo recuerdas por su nombre, y en tu memoria no hay ningún otro recuerdo que permita dibujar un perfil de acercamiento.
Con Demetria sucede lo mismo, pero algo menos. Vino muchos más años a Blacos y todavía conserva su casa. Era una mujer que parecía pintada de tristeza, con unas arrugas que demostraban la dureza de la vida y el paso de los años. Pero con unos ojos gris-azulados en los que podías mirar y ver bullir la vida y un mar desatado de cierta alegría y orgullo por la vuelta a su casa, a su pueblo. Eran unos ojos de la marca Lafuente, unos ojos que tenían vida propia, y que a veces coincidía muy poco con el resto de las vivencias que pasaban por su lado. También entre los de mi generación hay una mayor cercanía porque Demetria tenía una hija más o menos de nuestra edad, y durante unos veranos compartimos playas del Abión, cervezas a la sombra de la terraza de la Luisa, y alguna que otra merienda esporádica al atardecer del Refugio. Y cuando un miembro de una familia comparte contigo experiencias, inquietudes o desazones, se crea un nexo más próximo que si cada uno vive al otro lado del muro de la edad.
Casi sin conocerse las dos parece que se han puesto de acuerdo para la despedida. Y es que a veces la vida se encarga de separar a los que antes o después acaban andando el mismo camino, ese que sólo deja estelas en la mar.