La cortina de la ventana se había pegado al cristal. El frío exterior en contraste con el calor del salón había convertido el vidrio en una pantalla muda de humedad. Según cambiabas el ángulo de la mirada se dibujaban figuras caprichosas, que unas veces parecían monstruos peligrosos y en otros ángeles benditos que venían a salvar aquella alma solitaria que dormitaba al otro lado del hielo desangelado, que tendía su alfombra de invierno sobre una plaza vacía. El silencio a veces dejaba oír el roce del agua sobre el cristal y el sonido seco de la gota rompiéndose sobre el aluminio que lo sujetaba. Lo demás era ese murmullo sobrecogedor en el que muchas veces se convierte la soledad del invierno de Blacos. Más allá de esos arabescos sobre el cristal,, la imaginación traspasaba esos pequeños muros y de repente se descubría con una sonrisa en la boca, que se limitaba a evocar los recuerdos de otras tardes mejores o a hundirse en la nostalgia de aquellos otros tiempos en los que el pueblo siempre tenía una voz que lo delataba. Hoy al otro lado, en esa plaza vacía, la delación es una forma subliminal de entender el egoísmo. Ese silencio espeso no impide reconocer que así se está mucho mejor, que el silencio cobra un valor impagable cuando las palabras conducen al abismo de la discordia y del enfrentamiento. Hoy los delatores son unos legajos burocráticos que reparten culpas y extienden absoluciones. En los dibujos del cristal a veces puede aparecer una cara con una voz de alerta. Un consejero que dice que ese no es el camino, que a veces es mejor darse la vuelta que escupir contra el viento. El orgullo y la cerrazón son amigos íntimos del enfrentamiento, y acaban procreando una distancia que luego no se reduce ni con el olvido. El olvido precisamente es el que debería ir siempre por delante de la soberbia, o como mucho a su lado, de escudero fiel. Pero cuando se antepone la prepotencia a la razón el resultado siempre es negativo. Puede ser negativo para una parte o para otra, pero casi siempre es un baldón con el que van a tener que cargar las dos. Se dice que rectificar es de sabios. Tampoco se puede pretender llegar a ese nivel, pero en otros inferiores es suficiente con echar mano del sentido común, que aunque no lo parezca es el menos común de los sentidos. En la penumbra del cristal se proyecta un corazón cuando debería verse una cabeza, que es quien debería orientar y evitar siempre las decisiones erróneas. En la cabeza reside la razón, la inteligencia y a veces la verdad. En el corazón, en cambio, habitan los impulsos, el ímpetu, la mentira y la terquedad, que impiden buscar atajos a esos caminos que sólo conducen al abismo. La tarde se cierra, la humedad es ya una pantalla negra sobre el cristal y comienza a llover. Hay días que en Blacos llueve, aunque luzca un sol resplandeciente.