Antes de que levantara la niebla y se pudiera ver el campanario de la iglesia, la noticia había corrido por todas las casas del pueblo. La zorra había hecho una excursión nocturna y había esquilmado algún que otro gallinero. Muchas víctimas entre los pollos, que esperaban con una crisis de ansiedad que llegara la Nochebuena, para pasar de escarbar entre las piedras y descubrir algún grano de trigo que otro, a estar en el mantel como manjar dispuesto a ser arrasado por la alegría navideña. Algunos cazadores trasponían por el Morro de las Jabinas con la escopeta presta a fulminar a la canalla de sus noches, mientras que los chicos nos despegábamos las legañas en una palangana de agua helada para iniciar un día de vacaciones con algo que comentar. La zorra siempre estaba en la leyenda negra del doctrinario de Blacos. Hubo un años que creíamos, por culpa del miedo que nos metían nuestras madres, que cuando la zorra venía al pueblo era incapaz de distinguir entre un niño y un pollo o una gallina. Y además cuando se llevaba a alguien no hacía prisioneros. No entendía de negociaciones ni pedía rescate. Era tal su leyenda de voracidad que la zorra consiguió algo a lo que yo aspiro hace mucho tiempo. Ella no tenía una calle con su nombre, tenía una finca entera a la que todavía hoy se le conoce como Pila de la Zorra. Y su mérito más conocido era arrasar los gallineros más próximos a las eras. A pesar de todo era cobarde y arriesgaba poco. Sus incursiones apenas pasaban un poco más allá de las eras. Los más expuestos eran los que vivían por allí. A la plaza, que yo sepa, no llegó nunca. Pero teníamos el miedo metido en el cuerpo. Y en esos días encogidos de invierno, con la penumbra de la niebla sobre las bombillas o la nieve del silencio, se creaba un paisaje propicio para asustarse con el miedo de las leyendas. Nosotros, los críos, éramos ajenos al otro drama que creaban las razzias de la zorra. Sus peripecias rompían a veces el equilibrio de la economía doméstica, y lo justo pasaba a ser escaso en cuestión de pocas horas. Lo único que aumentaba era el miedo y enseguida empezábamos a fabular con leyendas fantasmagóricas en las que acabábamos viendo a la zorra como una hidra monstruosa de siete cabezas, capaz de zamparse todas las gallinas, todos los niños, todos los pollos y todos los huevos que habían puesto en las últimas horas en Blacos. El carácter austero y sacrificado de los blaqueños de aquellos años enseguida buscaba otros alicientes, y bien podía ser que en esa persecución de la zorra cayera algún conejo y alguna liebre que otra, que cambiaban el color del plato con el que se esperaba una cena en la que la mayor ilusión era llenar la mesa. Era en esas fechas en las que muchos volvían a casa por Navidad, porque había muchos más que los esperaban con las puertas abiertas, los abrazos preparados y las lágrimas dispuestas a disparar la alegría y a destapar la emoción y el cariño. De repente crecimos, nos separamos, perdimos algunos referentes y la zorra pasó de ser una bestia negra a ser protagonista de cuentos y leyendas y de fábulas en las que destacaba su ambición mezquina y parásita con la que había vivido. En esa fábula, cambiando las uvas por los pollos, nos encontramos siempre con una conclusión: Debemos ser guardianes celosos de nuestros pollos para que no venga la zorra y se los coma. Si no cuidamos nuestro gallinero puede que una mañana, con niebla o sin ella, nos lo encontremos vacío. La única señal que quedará entonces serán algunas plumas esparcidas por el corral, testigos mudos de que allí hubo un tiempo que habitó alguien que ahora ha desaparecido.
Y una forma de guardar el corral es el recordar que el gallinero cada vez es más pequeño, pero que mientras lo guardemos, aunque sólo sea con el cariño y el recuerdo de ese lugar en el que dimos los primeros pasos, recibimos las primeras lecciones, hicimos los primeros amigos o disfrutamos de algunas de sus muchas fiestas... Mientras hagamos algo de esto habrá siempre un lugar en el que estar o un buen sitio al que volver. Son los sentimientos que despiertan unas fiestas tan sentimentales, en las que se recurre siempre a los recuerdos y a la familia... a la familia de Blacos. Así que desde ese sentimiento, FELIZ NAVIDAD A TODOS.
Y una forma de guardar el corral es el recordar que el gallinero cada vez es más pequeño, pero que mientras lo guardemos, aunque sólo sea con el cariño y el recuerdo de ese lugar en el que dimos los primeros pasos, recibimos las primeras lecciones, hicimos los primeros amigos o disfrutamos de algunas de sus muchas fiestas... Mientras hagamos algo de esto habrá siempre un lugar en el que estar o un buen sitio al que volver. Son los sentimientos que despiertan unas fiestas tan sentimentales, en las que se recurre siempre a los recuerdos y a la familia... a la familia de Blacos. Así que desde ese sentimiento, FELIZ NAVIDAD A TODOS.