Está a punto de terminarse el desescombro de la "casa del Alfredo", un derrumbe controlado, y seguro que necesario para evitar que se cayera de puro abandono y causara algún disgusto. Con ella cae uno de los pocos bastiones que quedan del Blacos de los 60. En aquellos años "la casa del Alfredo", era lo más parecido a lo que se podía pensar en una casa de ricos en Blacos. En su construcción original contaba con algunos elementos poco habituales en el pueblo. Tenía cemento en sus paredes y contaba con un cuarto de baño con su bañera, su taza y su bidet, algo impensable en cualquier otro edificio de la época. Yo entré algunas veces y me parecía un palacio de la abundancia en unos tiempos de enorme escasez. Pero en aquellos mismos años abundaban otras cosas, que la gran mayoría de los que se pasean ahora por las calles de Blacos no las vieron, no las vivieron y/o no se las contaron. Por ejemplo el Blacos de los 60 tenía dos cantinas, dos carnicerías, una fragua, una escuela con más de 20 chic@s, una cangrejera, un molino de agua acogida en un caz de variada fauna. También tenía un ayuntamiento y una hermandad de labradores. Tenía un rebaño de cabras y varios rebaños de ovejas, y una gran cantidad de caballerías que pastaban durante el día en la dehesa y por la noche descansaban en las cuadras de cada casa. Casi al lado de esa cuadra, en prácticamente todas las casas había uno o varios cortes donde se criaban los cerdos para la matanza. Incluso había alguno que hizo de la cría de los cerdos su modus vivendi más habitual. Y En tranquila convivencia, los cerdos se mezclaban con las gallinas, observados de cerca por los conejos, y todos ellos vigilados por el perro, que hacía labores de guardián del rebaño o de sabueso cazador. También hubo un incipiente intento de crear una cooperativa de agricultores, aunque las eras estaban más pobladas por trillos y aventadoras que por tractores y cosechadoras. Todos ellos eran puntos de máxima concurrencia, pero sobre todo en invierno tenía un calor especial la fragua. Allí siempre había un fuego intenso, avivado por un gigantesco fuelle que agitaba la mano del herrero. Si no me equivoco no era del pueblo, venía de fuera, como también venían de otros lugares caballos y mulas para pasar la itv de herraduras y cualquier otro objeto metálico. Siempre había gente y a los chavales nos atraía como un imán y al mismo ritmo que nos echaban de la fragua, nosotros volvíamos a ver si teníamos más suerte. También venía de fuera el afilador. En una bici y con un chiflo iba de calle en calle pregonando su presencia para darle lustre a cuchillos, tijeras y navajas. Otro lugar de mucha concurrencia era el molino, pero de este ya he hablado muchas veces. Evidentemente dos puntos de trasiego continuo eran las cantinas, sobre todo por la tarde y en los días de fiesta u ocasiones de guardar. La escuela, situada en la parte baja izquierda del actual ayuntamiento, estaba siempre a rebosar. Incluso hubo ocasiones en que los pupitres de dos personas, tenían que ser ocupados por alguna más ante la falta de mobiliario y el auge de natalidad. En la parte de arriba, mirando desde la fachada, a la derecha, estaba el ayuntamiento y la hermandad. Y en la parte izquierda estaba el Hogar, que no dejaba de ser una sala de juego y lectura, que nació al rescoldo de los complejos culturales del franquismo, y del que también he hablado en alguna otra ocasión. Incluso quedaba sitio para tener una leñera al lado de la escuela, que los vecinos se encargaban de llenar para que los estudiantes no pasaran frío en los días duros de invierno. En 1.963, más o menos, se construyó la actual escuela, y el local de la vieja se convirtió en Teleclub. Aquí podemos decir que en el mismo lugar que algunos aprendieron a escribir, años más tarde se sentaban plácidamente a ver Estudio 1 o Un millón para el mejor.
Ahora paseas por el monte, y apenas te encuentras con nadie. En aquellos años lo difícil era no ver a tantas personas como por las calles del pueblo. Un ejemplo. Todo lo que ahora hace una persona sentada en un tractor, entonces era una labor comunitaria. Para limpiar las fincas se escardaba (se arrancaban los cardos) a mano, y en esa atarea participaba toda la familia. A la hora de segar a hoz, sucedía lo mismo. Y además los caminos se llenaban de caballería y acarreadores en un continuo trasiego desde la finca a la era. Aquí se parcelaba la era entre todos y cada uno tenía su espacio para dejar la cosecha, después trillarla, y aventarla antes de llevarla al granero, que solía estar en la parte alta de las casas, me imagino que para evitar la humedad. A todos esos transeúntes hay que añadir los pastores, los que les llevaban la comida y los que hacían el camino de vuelta cuando las ovejas se quedaba aturradas al calor o se cerraban en las tainas para pasar la noche. El camino del monte, sobre todo, acogía un tráfico intenso casi todos los días del año. Eran años de una enorme actividad, y de un extenuante esfuerzo para sacar al campo un mínimo sustento y ya de paso ir ahorrando granos para mejorar el futuro de sus hijos. La mayoría lo consiguieron y las generaciones siguientes vivieron mucho mejor que ellos, o al menos vivieron sin necesidad de un agotador esfuerzo físico diario. Después llegaron los colegios, los viajes, la emigración, el 600, el Jhon Deere, el Lanz, el Barreiros... Y también llegó el cemento y el cuarto de baño a todas las casas. Desde ese momento " La casa del Alfredo", dejó de parecerme una casa de ricos.
Ahora paseas por el monte, y apenas te encuentras con nadie. En aquellos años lo difícil era no ver a tantas personas como por las calles del pueblo. Un ejemplo. Todo lo que ahora hace una persona sentada en un tractor, entonces era una labor comunitaria. Para limpiar las fincas se escardaba (se arrancaban los cardos) a mano, y en esa atarea participaba toda la familia. A la hora de segar a hoz, sucedía lo mismo. Y además los caminos se llenaban de caballería y acarreadores en un continuo trasiego desde la finca a la era. Aquí se parcelaba la era entre todos y cada uno tenía su espacio para dejar la cosecha, después trillarla, y aventarla antes de llevarla al granero, que solía estar en la parte alta de las casas, me imagino que para evitar la humedad. A todos esos transeúntes hay que añadir los pastores, los que les llevaban la comida y los que hacían el camino de vuelta cuando las ovejas se quedaba aturradas al calor o se cerraban en las tainas para pasar la noche. El camino del monte, sobre todo, acogía un tráfico intenso casi todos los días del año. Eran años de una enorme actividad, y de un extenuante esfuerzo para sacar al campo un mínimo sustento y ya de paso ir ahorrando granos para mejorar el futuro de sus hijos. La mayoría lo consiguieron y las generaciones siguientes vivieron mucho mejor que ellos, o al menos vivieron sin necesidad de un agotador esfuerzo físico diario. Después llegaron los colegios, los viajes, la emigración, el 600, el Jhon Deere, el Lanz, el Barreiros... Y también llegó el cemento y el cuarto de baño a todas las casas. Desde ese momento " La casa del Alfredo", dejó de parecerme una casa de ricos.