No tengo por costumbre dar consejos ni decir a nadie lo que tiene que hacer con su vida ni mucho menos con su pluma. Con ese mismo criterio, no acepto que nadie me diga lo que tengo que hacer yo con la mía. Las pocas discusiones que he tenido en esta página han sido precisamente por eso, y el resultado fue tan desalentador que no estoy dispuesto a cometer el mismo error por segunda vez. Tampoco me parece muy acertado juzgar la página por los comentarios que en ella se viertan, tanto si son anónimos como si están firmados con nombre y apellidos. Pero todo esto que acabo de leer sí que me produce una enorme tristeza, y la verdad es que no estoy muy seguro de si merece la pena seguir escribiendo en ella. Tengo una sensación de intrusismo que no la había tenido nunca hasta ahora, cuando me gustaba escribir sobre mi historia con Blacos, una historia en la que se veían reflejados algunos de mi generación y algunos más de otras generaciones más jóvenes o más mayores. Y tengo esa sensación porque creo que nada de lo que pueda decir yo tiene sentido en unas circunstancias como las que se reflejan en todo lo leído. No sé, es como si en medio de una batalla alguien se pone a tocar el piano mientras las balas de los enemigos silban por encima de su cabeza. Al final puede suceder que alguna de ellas se desvíe y mate al músico. Es algo así como cuando en las películas del Oeste siempre hay una bala perdida que acaba con la vida del pianista, que lo único que hacía era estar allí tecleando su melodía. Yo me quedé en la Misa del Gallo y en la Casa de Alfredo, y a la vuelta de una gripe inmisericorde me encuentro con una batalla campal, una especie de guerra sin declaración previa y un campo minado por manos que se autoproclaman vengativas o justicieras. No lo sé porque tampoco sé muy bien de qué se habla, no sé de ninguna manera quien lo dice, y desconozco, y no pienso hacer el esfuerzo ni de intentarlo, desconozco los motivos que han llevado a esta situación. Tampoco soy tonto ni un ingenuo para no pensar que hay un mar de fondo que provoca determinados comentarios y determinadas respuestas. Pero no voy a perder ni un segundo en saber su alcance ni sus protagonistas. A mí lo que me gusta cuando entro aquí es evadirme de los problemas diarios y conectar con una pequeña etapa de mi vida que marcó para siempre el resto de los años que he vivido. Y sólo eso, y nada más que eso. En este momento es difícil encontrar algo que contar que no esté salpicado por el barro, o hacer un comentario que no pueda ser mal interpretado y que en lugar de poner un poco de calma, avive todavía más el avispero. Conmigo que no cuente nadie para eso. Así que para evitarlo, no tengo nada más que decir.