VA DE ÚLTIMAS
Lo único seguro de esta foto es que van de últimas, la baza es de oros y la Julia y su pareja ha cantado por lo menos 20. Es todo lo concreto que hay en esta radiodifusión del jolgorio de las partidas que se jugaban en el casino del rincón de la Plaza. Y digo jugaban, en pasado, no porque ya no se vuelvan a jugar, sino porque nunca serán igual con la ausencia del Gildo y, ojalá que no, con las pocas ganas de la Julia. El resto del plano es una información complementaria a lo que yo contaba el día del adiós de mi añorado Gildo. Su sonrisa, entre pícara y socarrona, no es otra cosa que la huella dactilar de un hombre dispuesto a disfrutar de la vida, hasta del más mínimo detalle que estuviera dispuesto a ofrecerle. Ponerse una máscara no tiene excesivo mérito. Ponérsela y dar la talla ya es algo que no está al alcance de todos. Y es que donde muchos se quedaban cortos a Gildo le sobraba humor por todos los lados. El gesto relajado, semitumbado sobre la silla y ese torso inclinado hace todavía más atractiva su risa franca, su cachondeo fino hasta en los más pequeños detalles. Da la sensación de que es un consumado actor de comedia y que este papel como cualquier otro le va como anillo al dedo. Porque en la fotografía vemos su risa de par en par, pero no cuesta mucho imaginarse una risa parecida en los que se acercaron a él para ofrecrele la máscara. Me da la mí que Gildo se ríe de la escena, del escenario, y del resto de actores de reparto. Pero lo hacía como siempre, con una absoluta falta de malicia y con el corazón por delante, que es como van siempre los que le hacen frente a la vida con las simples armas de su honradez y su honestidad.
La fotografía no tiene todavía cinco años, fue casi ayer y eso le da un valor especial, porque Gildo se ha ido y parece que fue ayer cuando se reía del mundo, a la sombra del rincón en una de esas timbas en las que el único tahúr y la única trampa era la de la verdad por encima de todo. Puede que ni vayan de últimas, que la Julia no haya cantado nada y que además pinten bastos, que es lo que peor puede pintar en la vida, aunque en el guiñote no importe lo más mínimo. En realidad es un juego de espejos en el que se refleja siempre lo que cada uno de nosotros queremos ver. Y es que si nos quedamos en el primer plano, nos olvidamos de ese otro maestro de la sombra de agosto, sentado en una tumbona a las puertas de su casa viendo el tiempo pasar, quizás contando los veranos en los que la silla iba a ser confidente de sus monólogos de agosto. Por desgracia, al igual que con Gildo, las sillas aguantaron más, aunque lo que nosotros querríamos es que se rompiera la silla con el peso de su cuerpo dentro de unos cuantos años. Y es que siempre pasa lo mismo, cuando alguien se va, lo conozcas mucho o poco, tienes la sensación de que ha sido demasiado pronto, que todavía tenía muchas cosas por hacer, muchas sombras que disfrutar y muchas partidas que jugar. Pero en esta iban de últimas, aunque quizás ninguno de los dos fuera muy consciente de que comenzaba a pintar bastos.
Y me queda la tercera protagonista, la que todavía nos tiene que alegrar los bochornos de Blacos. Quien no conozca a la Julia puede pensar que está buscando algún naipe de CajaDuero que se ha escondido debajo de los pliegues de su falda. Los que la conocemos un poco más estamos seguros de que su postura obedece a un intento de ocultar el cachondeo que su marido hace evidente. Claro, que entre una y otra opinión, también encaja la de que puede estar buscando la vergüenza para hacer frente a la "careta" del Gildo. Y mientras la encuentra esconde los colores que le han salido... o que Gildo no le note en la cara que es una partida que va de últimas. Así es la vida.
Lo único seguro de esta foto es que van de últimas, la baza es de oros y la Julia y su pareja ha cantado por lo menos 20. Es todo lo concreto que hay en esta radiodifusión del jolgorio de las partidas que se jugaban en el casino del rincón de la Plaza. Y digo jugaban, en pasado, no porque ya no se vuelvan a jugar, sino porque nunca serán igual con la ausencia del Gildo y, ojalá que no, con las pocas ganas de la Julia. El resto del plano es una información complementaria a lo que yo contaba el día del adiós de mi añorado Gildo. Su sonrisa, entre pícara y socarrona, no es otra cosa que la huella dactilar de un hombre dispuesto a disfrutar de la vida, hasta del más mínimo detalle que estuviera dispuesto a ofrecerle. Ponerse una máscara no tiene excesivo mérito. Ponérsela y dar la talla ya es algo que no está al alcance de todos. Y es que donde muchos se quedaban cortos a Gildo le sobraba humor por todos los lados. El gesto relajado, semitumbado sobre la silla y ese torso inclinado hace todavía más atractiva su risa franca, su cachondeo fino hasta en los más pequeños detalles. Da la sensación de que es un consumado actor de comedia y que este papel como cualquier otro le va como anillo al dedo. Porque en la fotografía vemos su risa de par en par, pero no cuesta mucho imaginarse una risa parecida en los que se acercaron a él para ofrecrele la máscara. Me da la mí que Gildo se ríe de la escena, del escenario, y del resto de actores de reparto. Pero lo hacía como siempre, con una absoluta falta de malicia y con el corazón por delante, que es como van siempre los que le hacen frente a la vida con las simples armas de su honradez y su honestidad.
La fotografía no tiene todavía cinco años, fue casi ayer y eso le da un valor especial, porque Gildo se ha ido y parece que fue ayer cuando se reía del mundo, a la sombra del rincón en una de esas timbas en las que el único tahúr y la única trampa era la de la verdad por encima de todo. Puede que ni vayan de últimas, que la Julia no haya cantado nada y que además pinten bastos, que es lo que peor puede pintar en la vida, aunque en el guiñote no importe lo más mínimo. En realidad es un juego de espejos en el que se refleja siempre lo que cada uno de nosotros queremos ver. Y es que si nos quedamos en el primer plano, nos olvidamos de ese otro maestro de la sombra de agosto, sentado en una tumbona a las puertas de su casa viendo el tiempo pasar, quizás contando los veranos en los que la silla iba a ser confidente de sus monólogos de agosto. Por desgracia, al igual que con Gildo, las sillas aguantaron más, aunque lo que nosotros querríamos es que se rompiera la silla con el peso de su cuerpo dentro de unos cuantos años. Y es que siempre pasa lo mismo, cuando alguien se va, lo conozcas mucho o poco, tienes la sensación de que ha sido demasiado pronto, que todavía tenía muchas cosas por hacer, muchas sombras que disfrutar y muchas partidas que jugar. Pero en esta iban de últimas, aunque quizás ninguno de los dos fuera muy consciente de que comenzaba a pintar bastos.
Y me queda la tercera protagonista, la que todavía nos tiene que alegrar los bochornos de Blacos. Quien no conozca a la Julia puede pensar que está buscando algún naipe de CajaDuero que se ha escondido debajo de los pliegues de su falda. Los que la conocemos un poco más estamos seguros de que su postura obedece a un intento de ocultar el cachondeo que su marido hace evidente. Claro, que entre una y otra opinión, también encaja la de que puede estar buscando la vergüenza para hacer frente a la "careta" del Gildo. Y mientras la encuentra esconde los colores que le han salido... o que Gildo no le note en la cara que es una partida que va de últimas. Así es la vida.