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Título: 14 de marzo

Me dolían los labios de tanto besar tus recuerdos cuando ya hacía tiempo que habían huido de tu memoria. Estrujaba tu fotografía en mis manos pero no era capaz de retener tu imagen y las lágrimas de tu cara se fugaban entre mis dedos y encima de la mesa se convertían en un lago de emociones. Quería quedarme con ese semblante serio, circunspecto, muchas veces adornado con una sonrisa, pero casi siempre teñido de la amargura a la que te había empujado la vida en los años que caminaste por ella sin otra brújula que el instinto, sin otro abrigo que la decisión y sin otro objetivo que la familia, las familias diría yo. En ese viaje lleno de fatigas, sometido a la intemperie de los inviernos y a los soles del verano, en el que siempre viajabas ligera de equipaje porque en la maleta apenas te cogía otra cosa que no fuera la necesidad, el amor a los tuyos o el deseo siempre insatisfecho de llegar al final de un camino en el que siempre quedaba algo nuevo por andar y algo trágico por descubrir. Hoy puede parecer un día más que acaba en un año más en mi memoria, esa memoria que te abandonó sin compasión antes de que viajaras por el último peldaño de esta escalera de la vida, de nuestras vidas. Es 14 de marzo, una fecha que se llena de imágenes, de penas compartidas, de adioses dolorosos, de retornos que nunca llegaban y de esos amores en la distancia que te laceraban el corazón y llenaban tus sueños de pesadillas y ansiedades. Era un día más en esa espera eterna a la que siempre mirabas con la esperanza de poder ponerle un final. En tu caso nunca se cumplió eso de que "la distancia es el olvido", y aunque había un océano empeñado en arañar tus sentimientos fraternales, eso sólo era un estímulo para estar más cerca de los tuyos, y te derretías con esas cartas que llegaban en sobres ribeteados de rojo y azul, que era como se reconocían en aquellos años las cartas que viajaban en avión. Pronto se nos hicieron familiares nombres como Buenos Aires, Chucrut, Santa Fé o Comodoro Rivadia. Eran los hogares de una parte de nuestra familia. No nos veíamos en los cumpleaños, no comíamos juntos en Navidad, ni compartíamos bodas y funerales, pero siempre conseguías que tuviéramos la sensación de que todos los días estaban a nuestro lado en la mesa o sentados en el banco de la cocina, compartiendo el calor escaso de la lumbre y repartiendo rebanadas de la hogaza untadas en manteca y azúcar. Fueron, que curioso, los últimos que se perdieron en la nube de tu memoria. Te resistías a dejar en el olvido algo por lo que habías tenido que luchar tanto para mantenerlo en tu recuerdo, y en nuestros recuerdos. Quizás ese esfuerzo por mantener vivos a los ausentes acabó agotando todas tus reservas de memoria. Primero fueron túneles, cortos, después más largos. Más tarde oscuridades inmensas y al final un muro permanente, impenetrable y oscuro que impedía ya para siempre el tránsito de tus emociones, de tus recuerdos y de tus imágenes. Las fotografías de tu vida fueron perdiendo foco, se emborronaban las caras y los gestos y al final el papel se quedó blanco, mudo e inerte, como si todavía estuviera por escribir y por pintar. El océano recuperó todas sus dimensiones, y dejó en aquel lado a muchos de tus seres queridos y en éste a tu mente atormentada por la soledad y las ausencias. Ya no quedaba ni la posibilidad de escribir una carta, ni siquiera un mensaje en una botella, con la esperanza de que algún día llegara al puerto del Mar del Plata y lo recogiera Marcelina, Mariano, Saturio, Alejandro, Frutos,… Ya era imposible porque se te había olvidado qué era y para qué servía el papel y estabas muy lejos de saber que existían las botellas. Unas botellas incapaces de recoger todas tus lágrimas, esas que se me escapan entre los dedos cuando quiero estrujar de amor tu fotografía. Los labios me siguen doliendo y los ojos se me quedaron secos días después de discutir para siempre con tus olvidos y soledades. Hoy es 14 de marzo y aunque lo parezca, para muchos no es una simple fecha en el calendario.